Por: Winston Manrique Sabogal15/09/2010
Epígrafe Hans Keilson, Jean Echenoz, Louis Auchincloss, Alice Munro y Kim Thúy son los escritores con los que empiezo la serie Los hallazgos literarios del otoño. Hoy lo dedico a narradores en otros idiomas poco o nada conocidos en el ámbito hispanohablante y que vale la pena leer o redescubrir esta temporada. Para continuar la idea de crear entre todos una pieza por entregas y colectiva, cada nuevo post o capítulo, dedicado a un género, tendrá un artículo autónomo, al final del cual irán los enlaces de los anteriores con el fin de que cada comentario de ustedes se haga en el capítulo o género correspondiente. De esta manera, si alguien entra en cualquier momento al blog puede tener la lectura completa de esta pieza de creción continua y coral y participar sin que se mezclen los temas.
Presentación. Una de las cosas que más nos gusta a los lectores es que nos descubran a nuevos escritores, o nos recuerden a otros, e incluso que alguien nos insista en por qué debemos dar una segunda oportunidad a uno que no termina de convencernos. De eso va este post de Los hallazgos literarios del otoño. Una pieza por entregas que empiezo con la narrativa en otros idiomas, primera de dos partes que continuaré el viernes. Y que, insisto, ustedes completarán con sus comentarios de acuerdo al tema abordado cada día y que se enriquecerá porque en cada país los títulos y ediciones son diferentes, además de qu eespero que quienes conozcan a los autores que menciono comenten sobre ellos.
Imagen: El cuadro de apertura se titula Los lobos, de Franz Marc .
Como ya lo dije en el post de presentación del lunes, trataré varios géneros y áreas de la literatura, así es que pido un poco de paciencia hasta llegar al tema que le interesa a cada uno, ello con la única intensión de dar un orden y que en realidad cada post sea temático con algo que empiezo yo y continúan ustedes. Por eso pido el favor de que cuando hablen de un libro o autor sea, en lo posible, del tema propuesto y nos sugieran sus autores y/o libros favoritos y nos invites a su lectura. Respecto a los Clásicos, siempre es un placer volver a ellos, a los que dediqué todo el mes de agosto en la serie Veranos literarios, los volveré a abordar más adelante. Será con un enfoque diferente y que, además, tendrá un tratamiento especial en Babelia en octubre.
No se trata de una enumeración de nombres. Me detendré, cada día, en cuatro o cinco escritores explicando los motivos por los cuales vale la pena leer. Eso sí, antes citaré a algunos de los autores consagrados o más conocidos con sus respectivas novedades y que, en esta ocasión, no necesitan mayor presentación que sus propios nombres porque son insoslayables. Entre los escritores en otras lenguas que reconocerán en las librerías están Salman Rushdie con Luka y el fuego de la vida (Mondadori), Peter Handke con Los avispones (Nórdica), John Le Carré con Un traidor como los nuestros (Plaza & Janés), Antonio Lobo Antunes con El archipiélago del insomnio (Mondadori), Nick Hornby con Juliet, desnuda (Anagrama), Mark Haddon con ¡Bum! (Salamandra), Bret Easton Ellis con Suites imperiales (Lumen) del que avanzamos en primicia el lunes el primer capítulo.
Ahora sí el tema central: Los hallazgos literarios del otoño:
Hans Keilson, La muerte del adversario (Minúscula). Este sí que es un hallazgo literario, y por partida doble. Por un lado el de un autor alemán de 100 años no editado hasta ahora en España, y, por otro, la confirmación de que la Segunda Guerra Mundial sigue descubriéndonos libros buenos e interesantes. La muerte del adversario es uno de ellos, una novela iniciada por Keilson en 1942, enterrada durante el ecuador de la conflagración mundial y retomada a su fin. Dos preguntas palpitan en el libro: ¿Cómo se puede odiar a alguien que no se conoce? Y ¿Cómo se articula una sociedad alrededor del enfrentamiento? Pues bien, Hans Keilson, médico y psicoanalista, nos lleva con unas voces convincentes, claras y desnudas de palabras superfluas en un viaje al fondo del alma humana a través de sus narradores. A los rincones que no sabemos que existen pero que están ahí, a la espera de ser iluminados. Es un viaje que empieza con la muerte, su presencia y su deseo, y va hasta la amistad y sus máscaras. Keilson traza un camino de ida, pero sobre todo de vuelta. El árbol frondoso del odio, el miedo y la venganza, pero con sombras de bellos sentimientos. Las contradicciones emocionales y éticas del individuo quedan visibles. Sólo dos frases de la novela: “¿Y cuál fue la singular idea que de pronto se me ocurrió? Que él se sentía tan inseguro, tan vacilante como yo mismo. Presa del miedo de ser un desconocido de sí mismo, había desafiado a su adversario, a mí, lo había pintado en la pared como los pintores antiguas creaban figuras sagradas con la frente sudada, cuando se les aparecían sus demonios” (…) “Yo era el temblar de su voz cuando rugía. Él estaba presente en mis mortificaciones lo mismo que en el fondo de mis ojos”. Y una más donde da un paso más allá al ponerle rostro a ese enemigo secreto pero conocido: “Hace que las personas se estremezcan de alegría cuando se dirige a ellas con afabilidad, y que tiemblen de desesperación si las usa para medir su arrogancia”.
Jean Echenoz, Correr (Anagrama). Hay escritores que son muy buenos y cuidadosos con las palabras, no se prodigan tanto, son discretos porque sólo les interesa la literatura y no han logrado llegar al gran público. Son varios, pero hoy voy a mencionar a tres que tienen novedad este otoño: los franceses Jean Echenoz y Pierre Michón (Los once, Anagrama, y El rey del bosque. Abades, Alfabia) y el irlandés John Banville (Infinitos, Anagrama) más popular con su heterónimo de novela negra como Benjamin Black. Pero me detendré en Echenoz (Francia, 1947), cuyo libro acaba de salir, una biografía novelada del plusmarquista de fondo Emil Zátopeck. Un libro en el cual sigue los pasos de su anterior y excelente libro sobre Ravel. Correr, el hallazgo del que hablo, es un buen resumen del estilo de Echenoz: el manejo del tempo, el control de los ritmos, y la precisión y sencillez de las palabras y expresiones para mostrar la superficie y el fondo del atleta checo Zátopeck. Todo ello al servicio de lo principal que brinda Echenoz en este caso: la sensación de cercanía y de estar junto a esa leyenda del deporte, casi sentir sus pulsaciones en la gloria, la incertidumbre, el asombro y los peldaños de caída.
Louis Auchincloss, El rector de Justin (Libros del Asteroide). Tomo a este escritor como representante de un grupo de narradores estadounidenses que vienen siendo rescatados en los últimos años por sellos como Libros del Asteoroide, cuyas obras relatan la Vida desde la vida en Estados Unidos en los años posteriores a las Segunda Guerra Mundial. La del origen de la sociedad que empieza a reinventarse en el país que tendrá más influencia en el siglo XX. Auchincloss (Nueva York, 1917-2010) y otros como Richard Yates, Sue Kaufman y Jetta Carleton están en medio del arco que hay entre Scott Fitzgerald y Bellow, Mailer y Updike, por ejemplo. Ellos desenmascaran la idea e imagen que teníamos fuera de los estadounidenses. Hay una exquisitez especial en la forma de narrar, y una sutileza que esconde un filo que va diseccionando la máscara. En el caso de Auchincloos, por algo admiraba a Henry James y Edith Wharton, aunque yo lo acerco más a esta última. Mientras los otros escritores citados radiografían la clase media, los hogares, los matrimonios o las relaciones laborales-personales, Auchincloss escribe en El rector de Justin sobre la supuesta biografía del fundador del colegio Francis Prescott, en Nueva Inglaterra. Un hombre al que vemos casi dándole la vuelta a través de la mirada de varios personajes próximos, y con él, y ellos, asistimos al mundo de quienes llevan las riendas y ajustan los pilares de lo que habrá de ser el imperio estadounidense.
Alice Munro, Demasiada felicidad (Lumen). Me gusta y su especialidad son los cuentos. Creo que la descubrí hace unos seis o cinco años con Escapada, luego vinieron Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio y La vista desde Castle Rock (todos en RBA). Debo confesar que su próxima novedad no la he leído (el libro sale en noviembre), pero ella es de esos escritores que son máxima garantía. Canadiense como otro de mis favoritos, Alistair Macleod, las narraciones de Alice Munro (Ontario, 1931) nos recuerdan que el mundo se puede dividir entre dos clases de personas: las que esperan y las que buscan, pero que no siempre responden al cliché de conformismo o inconformismo, paciencia o impaciencia. Simplemente eso, un esperar que a veces requiere de mucho amor o mucha rebeldía o inconformismo, o un buscar asociado con valentía pero también como reflejo de impaciencia e inseguridad. Todos esos matices están en sus historias cotidianas, paisajes de vida sencillos o normales con gran presencai de las mujeres donde cada cosa o gesto cuenta y crea silenciosamente el tejido de la vida. Todo ello desde las relaciones personales entrecruzadas de emociones, sentimientos, afectos. Todos a la vez o por separado en cada individuo. Sabes como empieza una historia y el porvenir que te imaginas no tendrá mucho que ver con el resultado final que la señora Munro le ha destinado.
Kim Thúy, Ru (Alfaguara). Es vietnamita, vive en Montreal y es su primera novela. El libro es una suerte de autorretrato hecho de pinceladas cortas y brochazos. Páginas de recuerdos sosegados y fogonazos cuya estructura narrativa tiene la naturaleza de los propios recuerdos, como nos vienen o asaltan, no siempre en orden y obedeciendo a impulsos desconocidos; breves a veces, remansados en otras ocasiones y con evocaciones de escenas o episodios, pero también de instantes vistos o sentidos, y en este libro con todo lo que eso ha dejado en la autora. Como un cuadro impresionista que visto de cerca sólo aprecias la textura y forma de un color puesto sobre el lienzo, un detalle aislado, pero que a medida que te alejas, lo que aquí sería avanzar en la lectura, va ofreciendo la totalidad y funsión en lo pintado, lo escrito. Y aquí el eco de la guerra de Vietnam entre los años sesenta y setenta se escucha a lo lejos. Y cerca. Kim Thúy evoca periodos de guerra, de huida, de felicidad, de descubrimiento, de sosiego, de hallazgos emocionales. De miedos que van delineando el camino de una mujer. Los surcos que dejan los recuerdos en una escritura directa, casi seca pero cubierta de tersura y verdad.
Hasta aquí por hoy. El viernes la segunda y última parte de los hallazgos literarios de autores en otros idiomas. A partir de ya, el post queda en sus manos, en la presentación que nos hagan ustedes de escritores nuevos o poco conocidos. Así todos empezamos este post colectivo y por entregas en cuarto creciente. Y esta historia continuará...
El viernes la segunda y última parte de la narrativa en otros idiomas. La próxima semana ensayo y narrativa en español.
LEE AQUÍ LA SERIE Los hallazgos literarios del otoño:
Presentación: http://blogs.elpais.com/papeles-perdidos/2010/09/los-hallazgos-literarios-del-otono.html
comentarios 6
Publicado por: Castán Tobeñas 15/09/2010
Que no hayan logrado llegar al gran público no es mas que una apreciación subjetiva del articulista. Tal vez no hayan llegado porque no les interese. A lo mejor es el gran público lo que hay que evitar.