Por: Guillermo Altares10/10/2010
Contemplar una ballena es una experiencia extraordinaria, porque ese ser gigantesco, cargado de literatura, de vida y de mar, es un mamífero, es un animal tan misterioso como cercano. En su extraordinario ensayo Leviatán, que acaba de editar Ático de los libros, Philip Hoare explica que, hasta 1984, no se tomaron las primeras imágenes de cachalotes nadando bajo el agua. Ese dato refleja la abismal incógnita que representan estas gigantescas criaturas. Por poner un ejemplo que nos sirva para comparar: cuando se fundó, en 1977, la compañía Apple, todavía quedaban siete años para que se pudiese filmar a la ballena entra las ballenas en su espacio natural (hasta entonces sólo se habían contemplado enteras muertas).Y ese misterio ha flotado siempre en la literatura, desde Jonás hasta Pinocho, pasando naturalmente por el clásico ballenero entre los clásicos, Moby Dick, de Herman Melville, en torno al que gira una parte del ensayo de Hoare.
Las excursiones para ver ballenas se han convertido en un negocio global, que florece desde las islas Canarias hasta Nueva Zelanda. Precisamente en la isla sur de este país, existe un pueblo, Kaikoura, que durante siglos vivió de la caza de ballenas y ahora explota con la misma pasión y sin sangre las excursiones para ver cetáceos, concretamente, cachalotes que pasan durante todo el año no muy lejos de la costa. Es un negocio fundado y gestionado por maoríes. Uno llega con demasiada literatura y cine en la cabeza y espera encontrarse a tipos curtidos en mil batallas a punto de subirse al Pequod para luchar contra sus propios fantasmas en forma de ballena blanca. Lo que se encuentra es un barco lleno de turistas vestidos como si fuesen a cruzar el amazonas, cámaras de fotos digitales de todos los tamaños, instrucciones de seguridad como si fuésemos a atravesar la tormenta del siglo (en una mañana fría pero con un mar en calma), venta de biodramina y una tienda de recuerdos bien nutrida. Vamos ni rastro de Ahab ni de aventura.
Pero todo cambia cuando se escuchan las palabras mágicas: "Hay una ballena" (hubiese sido mejor el clásico "¡Por allí resopla!" pero es lo que hay). Hoare describe muy bien la impresión que provoca contemplar ese inmenso animal. "Es difícil no referirse a las ballenas en términos románticos", escribe. "He visto a hombres adultos romper a llorar al ver su primera ballena. Y aunque es un error antropomorfizar a los animales, sólo por el hecho de que sean grandes o pequeños o monos o inteligentes, es propio de los humanos hacerlo, porque nosotros lo somos y ellos no. Es la única forma de alcanzar a comprenderlos".
Ni siquiera después de habernos sumergido en las páginas del libro de Hoare, que contiene cientos de datos sobre los cetáceos (y sobre la literatura de ballenas), somos capaces de entender el misterio que representan estos animales para nosotros, unos animales que han estado al borde de la extinción a causa de la caza excesiva (y es difícil no tener la sensación de que si alguna vez desapareciesen ocurriría como con las abejas, sin ellos al final tampoco podríamos estar nosotros). Contemplar una ballena es, en el fondo, asomarse al misterio de la vida: es un ser incomprensible y a la vez cercano, nos causa una enorme emoción sin llegar a entender muy bien por qué, y sabemos que nunca olvidaremos el momento en el que, por primera vez, escuchamos sus sonidos, vimos cómo su chorro de agua surgía del mar y percibimos su lomo o su frente salir por unos instantes del agua. Luego, se sumerge para siempre y entonces se convierte en uno de nuestros Me acuerdo, se convierte en vida.
Imagen: Cola de un cachalote en el momento de sumergirse, en las Azores.
comentarios 11
Publicado por: Skippy 10/10/2010
As it happens, I do know what I'm talking about. I only pointed out the fact that the Spanish syntax in Guillermo's translation is nowhere near felicitousness, even a superficial reading of his text leaves the reader wondering what it actually means.
As for the sector, al menos respecto a la lengua inglesa, hay en España tantos ineptos traduciendo que no tienen ni puñetera idea del idioma que uno se encuentra con bodrios de traducción por todas partes. A las editoriales les resbala el tema, no nos engañemos.
Lo de cerrar la boca es una sugerencia, no se lo tome usted al pie de la letra. Siga añadiendo su punto de vista y sus opiniones, pero no me califique usted de perdonavidas (nada agradable el epíteto) por el mero hecho de haber señalado un error de traducción del amigo Altares.