Por: Lectores de Papeles Perdidos07/06/2011
ELVIRA NAVARRO
Escritora
“¿Nuestra Pilar Gallego es la presidenta de la Feria del Libro?” He aquí el sms que me llegó el 27 de mayo, con remitente desconocido porque me robaron el móvil y perdí mi agenda. Me acordé de Pilar, tan discreta cuando atravesaba los pasillos del colegio mayor en el que pasé los cuatro primeros años de mi vida madrileña, unos pasillos a los que llegaba una luz extraña y naranja. No sé qué cargo tenía entonces Pilar porque me olvido rápido de los escalafones. El caso es que hoy, al poco de llegar al recinto ferial, me topé con ella, y como estaba recabando información para esta crónica, le pregunté qué tal iba el asunto. La pobre me miró con la misma cara que todos ponemos cuando alguien nos dice: “Bueno, cuéntame algo”. ¿Algo de qué? Por supuesto, la respuesta de Pilar no fue esa. “Muy bien”, me dijo, dándole la razón a Gilles Deleuze, quien afirmaba que toda pregunta lleva implícita su réplica. “Todavía puedo ganarme la vida como periodista”, pensé al tiempo que lanzaba mi siguiente cuestión, que pretendió que la entrevistada no se me escapara. Casi susurré: “Dime qué rincón de la Feria prefieres”. Me sentí ridícula y con el bolsillo lleno de esos caramelos contra los que los padres previenen a sus hijos. Sin embargo, esta vez Pilar Gallego frenó en seco cualquier amago de perversión. “Los pabellones infantiles son estupendos”, señaló. “En general, se están haciendo actividades muy interesantes para los niños”. Acababa yo de asomarme al Pabellón de la Fundación Mapfre, El bosque que se pintó de rojo, y creí entender a Pilar, que ya se iba a una de las citas más lustrosas de la tarde, una mesa redonda con los rectores de las universidades públicas madrileñas y la UNED. Digo que creí entender a la presidenta de la Feria porque también a mí me gustaría perderme de vez en cuando por algún bosque, si no rojo, al menos parecido al de los libros animados que, como deliciosas trampas, se desplegaban en la caseta de la librería Tres Rosas Amarillas, especializada en cuento. José Luis Pereiro, el librero, me informó de que acaban de lanzar la colección Relatos, que recogerá a autores inéditos o que publican en editoriales periféricas (Eduardo Cano, Javier Pascual Echalecu y Javier Sagarna son los seleccionados en el primer número). En la caseta de Pre-Textos Sandra Santana aprovechaba la escasa concurrencia de este martes pasado por agua para tomarse un café con magdalenas. “Entre semana, por la mañana, vienen los que acostumbran a pasear por El Retiro todos los días”, me dijo, y luego me recomendó Las siete edades, de la poeta norteamericana Louise Glück.
El periodista y escritor Eduardo Laporte había puesto hoy en su Facebook: “El verano en Laponia debe de ser así”. La frase se iba haciendo fuerte entre la marea de paraguas, y con una ligera modificación geográfica le habría ido que ni pintada a esta jornada rarísima en la que el calor ibérico tendría que estar haciendo valer sus derechos. No obstante, quien estaba haciéndose fuerte era Alemania, país invitado este año. El acto germano de hoy consistía en la presentación del libro El exilio alemán: textos literarios y políticos, de la Editorial Marcial Pons; estuve por asomarme, pero tenía una tarde poco alemana a pesar de que el verano en Alemania también debe de ser así. La frase, me doy cuenta ahora, expresaba más bien un deseo: que la lluvia torrencial se hermanara un poco con el calabobos de los países donde imperan heladas de vértigo. Durante un buen rato no hubo forma, y mientras me encaminaba hacia la caseta de Páginas de Espuma me acordé de que Constantino Bértolo se llevó en una ocasión las manos a la cabeza porque, en una novela, Hemingway hacía caer una nevada sobre Madrid en pleno junio. “Menuda birria de verosimilitud”, o algo así me dijo Constantino que pensó sobre el escritor de la teoría del iceberg, hasta que un día de junio los tejados castizos amanecieron blancos. Ciertamente, yo prefiero que no nieve y tener la impresión de que Hemingway falta al decoro realista. O de que es un adelantado a su tiempo por predecir el cambio climático. Sobre cambios climáticos que nos llevan a regiones hostiles versa Frío, tercera entrega de una trilogía sobre la destrucción de la cultura firmada por Rafael Pinedo, bonaerense que murió poco después de estrenarse como escritor, y del que la Editorial Salto de Página había publicado con anterioridad Plop. Tanto Frío como Plop son dos novelas espléndidas que les aconsejo que se compren. O que saquen de la biblioteca.
En Páginas de Espuma me hablaron de la lluvia como parte de la crisis y me recomendaron a un maestro y a su discípulo: Las buenas intenciones y otros cuentos, de Ángel Zapata, y Antes de las jirafas, de Matías Candeira. Especial entusiasmo puso la editora cuando le inquirí sobre El perro que comía en silencio, de Isabel Mellado, un libro, a su juicio, valiente y descarnado. Me acerqué acto seguido a mi editorial, Mondadori, que también es ahora la de una de las mejores escritoras españolas actuales, Belén Gopegui. Su nueva novela, Acceso no autorizado, lucía en primera línea junto con otras novedades, entre ellas Habladles de batallas, de reyes y elefantes, de Mathias Enard. En un rinconcito, y muy pulcros, se ordenaban los libros de Caballo de Troya, con estrenos y reestrenos de lujo; así, los Cuentos de los 90, de Luis Magrinyà; Una belleza vulgar, de Damián Tabarovsky y Una historia sencilla, de Luis Velasco Blake, escritor argentino que actuó como testigo en el juicio contra el ex capellán de la policía Christian Von Wernich, condenado por encarcelar ilegalmente, torturar y matar durante la dictadura de Videla. Velasco Blake narra en su libro una historia que no es la suya, pero que podría haberlo sido. Léanlo: se trata de una ficción de pulso honesto y necesario.
Como saludo, Antonio Jiménez Morato me señaló un librito con la cubierta roja y una foto de un páramo. Había llegado al fin a la caseta de Contexto, que reúne a buena parte de mis editoriales de referencia. El libro que me señalaba Antonio era Las cuatro estaciones, de la genial autora rumana Ana Blandiana. Julián Rodríguez publicó en 2008 un volumen de cuentos y nouvelles que los amantes de la buena literatura no deberían perderse, Proyectos de pasado, y que es uno de los mejores libros que se han editado en España en los últimos años. Repito: uno de los mejores. Vuelvo aquí a hacer de vocera, con el deseo de que Las cuatro estaciones y Proyectos de pasado se vendan como churros, lo que sería toda una fiesta literaria, no ya por las ventas, que por supuesto, sino porque Blandiana tiene esa rara cualidad de enseñar al lector a leer bien, es decir, a no devorar páginas a ritmo bulímico, a demorarse con gusto, curiosidad y afán de alimento en la urdimbre del texto. Lo segundo que me señaló Morato fue Los ingrávidos, libro que firma la autora mexicana Valeria Luiselli. Lo publica Sexto Piso, quien sacó el pasado año un ensayo sabio y muy poco occidental, Un terrible amor por la guerra, del psicólogo norteamericano James Hillman. Este seguidor de Jung propone una lectura del fenómeno bélico que está en las antípodas tanto de la corrección política como de la provocación fácil.
Antonio me hablaba de los niños que recorren las casetas en busca de marcapáginas con un “¿Tenéis algo gratis para nosotros?”, y yo no podía evitar desviar mi atención hacia un título, El año del pensamiento mágico, que parecía de autoayuda, si bien estábamos en Contexto y no en una caseta de libros de crecimiento personal. Sin embargo, aquel título rezumaba algo inevitable, ese latido que está por encima del gusto, es decir, de la moda y del miedo, y que se impone. “Joan Didion”, me dijo Morato. “¿Recuerdas una foto que Claudio [López de Lamadrid] subió a Facebook?”, y sí, me acordé del pie de la foto de Claudio. “Es ella. Mi más grande admiración”. Yo casi nunca sé quién es nadie, y aún tardaré una temporada en averiguar quién se esconde tras Joan Didion, pues Antonio me advirtió: “No es el momento de que leas ese libro”. Me puse a investigar la contracubierta con la intención de llevarle la contraria a Morato, y el Ares se me atragantó. “No es el momento de que leas ese libro”, repitió Antonio, y yo asentí. El año del pensamiento mágico recoge muertes: las de una familia entera. Lo apunté para cuando sí sea el momento, y Antonio me guiñó el ojo. Le encanta tener razón.
comentarios 2
Publicado por: Cristina 07/06/2011
¿Vargas LLosa va a aceptar el cargo de embajador peruano en España? Para ello debería renunciar a su título de marqués, pues la monarquía española causó estragos en las civilizaciones indígenas americanas como la incaica, por cuyas venas corre esa sangre autóctona.