Papeles Perdidos

Veranos literarios / 17

El impacto del sol en Las palmeras salvajes, de Faulkner

Por: Winston Manrique Sabogal30/08/2011

WinslowHomer
En el comienzo de la despedida de estos veranos literarios, me he decantado por un autor imprescindible del siglo XX y de gran influencia en muchísimos escritores que admiro: William Faulkner (1897-1962), premio Nobel de 1949. Su obra guarda varios periodos estivales de todo tipo, y, como todos sabemos, en su territorio literario de Yoknapatawpha el estío suele rondar. Pero he preferido compartir el verano de un gran libro, pero no precisamente uno de los más más populares como El ruido y la furia o ¡Absalón, Absalón! o Santuario; he preferido invitarlos a una escena muy breve y bella como destello que antecede al giro del destino de sus personajes: Las palmeras salvajes. Y en una mítica traducción de Jorge Luis Borges. Un libro innovador de 1939 que narra dos historias contrapuestas (Las palmeras salvajes y El viejo) que se van alternando en los capítulos, complementando y realzando cada uno uno el universo del otro hasta llegar al final. Veamos entonces la historia de amor desdichado entre Harry Wilbourne y Carlota Rittenmeyer:

"- Gracias, otra vez -dijo Carlota.

Salió; Wilbourne lo miró empujar la canoa y embarcarse. Entonces volvió y se inclinó sobre la caja.

-¿Qué vas a hacer? -dijo Carlota.

-Voy a devolverla, tirársela en la puerta.

-¡Oh, no seas imbécil! -le dijo ella. Se le acercó-. Párate. Vamos a comerlo. ¡Arriba, como un hombre!

Se levantó contra ella con salvaje impaciencia contenida.

-¿Cuando vas a crecer, boy scout demoledor de hogares? ¿No sabes todavía que no parecemos casados, gracias a Dios, ni siquiera a los brutos?

Lo apretó fuerte contra sí, echándose atrás, con sus caderas contra él, moviéndose apenas mientras lo miraba, con la mirada amarilla, inescrutable y burlona y con ese algo que él había llegado a reconocer -esa inexorable sinceridad.

-Como un hombre -dijo, sujetándolo fuerte y burlona contra sus caderas que se movían aunque no era necesario.

No necesitas tocarme, pensó. Ni el sonido de su voz, ni siquiera el olor, basta una zapatilla, una de las frágiles instigaciones al amor tirada en el suelo.

-Vamos. Está bien, mucho mejor. Muy bien -soltó una mano y empezó a desabrocharle la camisa.

-Pero dicen que antes de mediodía esto trae mala suerte. ¿O no?

-Sí -dijo él.

Ella empezó a desabrocharle el cinturón.

-¿O es el modo con que suavizas tus insultos? ¿O te vas a acostar conmigo porque alguien te ha hecho acordar de que soy una mujer?

- Sí -dijo él-, sí.

Después, en la mañana, oyeron partir el auto de Bradley. Boca abajo y medio atravesado sobre él (se había dormido, su cuerpo pesado y laxo, su cabeza junto a la barba de él, su aliento lleno y pausado) se enderezó, un codo en su estómago y la manta deslizándose de los hombros, mientras se perdía el ruido del coche.

-Bueno, Adán -dijo ella.

-Pero ellos siempre habían estado solos -dijo él.

-Siempre, desde la primera noche. Aquel cuadro. No podíamos estar más solos, por más personas que se fueran.

-Ya sé. Quiero decir, voy a nadar.

Se deslizó de abajo de la frazada. Él la observaba, el grave cuerpo simple un poco más ancho, un poco más macizo que los anuncios de 'Hollywood-aceite de bacalao', los pies desnudos chapoteando en las tablas ásperas, hacia la puerta celosía.

-Hay trajes de baño en el armario -dijo él.

Ella no contestó. Sonó la puerta. Ya no podía verla, sólo levantó la cabeza.

Nadaba todas las mañanas; los tres trajes de baño todavía no se habían tocado en el armario. Él se levantaba para el desayuno, volvía al corredor y se acostaba en el catre para oír los pies desnudos cruzar el cuarto y luego el corredor; quizá observara el firme y suave cuerpo tostado cruzar el corredor. Entonces se volvía a dormir (escasamente una hora después de dormitar, una costumbre que había adquirido en los seis primeros días) para despertar después y mirar afuera y verla acostada en el muelle, boca abajo o de espaldas, los brazos cruzados sobre la cabeza o debajo de ella; a veces se quedaba aún, no durmiendo ya y ni siquiera pensando, sólo existiendo en una somnolencia de feto, pasiva y casi inconsciente en la matriz de la paz y de la soledad. Cuando ella volvía, él se movía lo suficiente para que sus labios besaran la cadera con un impacto de sol al detenerse junto al catre, saboreando el sol en su carne. Un día, algo le sucedió".

Es William Faulkner, pero a veces no lo parece, pero es Faulkner maestro. Sobre todo en la penúltima oración, condesando tanta historia, tantos sentimientos y simbología en un solo gesto.

Las palmeras salvajes, de William Faulkner, en lal traducción de Jorge Luis Borges (Siruela)

 Imagen: Tres palmeras, Nassau, de Winslow Homer.

 

VERANOS LITERARIOS 2011 (aquí la serie de 2010 y 2011):

16- Sombras eternas en El callejón de los milagros, de Mahfuz

15. Ardor pasional neoyorquino en Crucero de verano, de Capote

14. Descubre el hechizo de Aranmanoth, de Matute

13- El secreto de El amante de Lady Chatterley, de Lawrence

12- El placer de Las amistades peligrosas, de De Laclos

11- Una noche de juego mágico en Rayuela, de Cortázar

10- Huéspedes de lujo en Retorno a Brideshead, de Waugh

9- Visita el País de Nunca Jamás con Peter Pan, de Barrie

8- El vuelo luminoso de Tokio blues, de Murakami

7- Revivir ante la belleza en La muerte en Venecia, de Mann

 6- Bajo las estrellas y la alegría de El camino, de Delibes

5- El verano delator de Ana Karenina, de Tolstói

4- El esplendor de la felicidad en Memorias de Adriano, de Yourcenar

3- En la campiña de Orgullo y prejuicio, de Austen

2- El calor sin tiempo en la Comala de Pedro Páramo, de Rulfo

1- Marchitar y florecer en los dominios de El Gatopardo, de Lampedusa

Prólogo: El verano literario de tu vida

 

 

comentarios 3

3 Comentarios

Publicado por: www.facebook.com/estoyleyendo 30/08/2011

Traducción pesima, ha llegado la hora que se haga otra mejor...

Publicado por: chema 30/08/2011

La traducción de Borges (o de su madre) es francamente deficiente. Esperemos que alguna editorial se decida a ofrecer una nueva traducción.

Publicado por: Daniel 30/08/2011

"con la mirada amarilla, inescrutable y burlona y con ese algo que él había llegado a reconocer -esa inexorable sinceridad..."

Borges traduce de manera errónea el concepto "mirada amarilla". La palabra "yellow", en el inglés del siglo XX y hasta los años 70 más o menos se traduce en estos contextos como "cobarde".

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