Por: Winston Manrique Sabogal10/08/2011
Verano recomendado por SERGIO
"No estaría mal ser, durante todo el mes de agosto, socio del club de jazz del protagonista de Tokio Blues. Cócteles, lectura y música hasta el amanecer...", escribe Sergio, un lector de este blog. Ese es el verano literario que a él le hubiera gustado o le gustaría vivir. Esta novela de Haruki Murakami (Kioto, 1949) tiene varios y diferentes veranos, y más que por música, me he decantado en la selección del pasaje literario por el primero de ellos por varios motivos: es esencial en el futuro de su protagonista, es un episodio breve y original y porque estoy seguro de que la escena, poética, simbólica y sugerente, nos hará evocar a todos momentos bonitos. Es una novela de iniciación, de un joven que sigue su carrera hacia la vida adulta acompañado de todas las dudas sobre amores, sentimientos, lealtades, amistad y el cómo vivir la vida misma, entre otras cosas. El protagonista de Tokio blues, Toru Watanabe, echa la vista atrás y empieza a recordar su adolescencia y juventud. Su mejor y único amigo se ha suicidado, y Toru ha estado saliendo con la que fuera su novia. Hasta que llega el verano de 1970:
"A principios de julio recibí una carta de Naoko. Era una misiva breve. (...) Leí la carta más de cien veces. Y siempre que lo hacía me invadía una tristeza insondable. La misma que sentía cuando Naoko me miraba fijamente a los ojos. Era incapaz de soportar aquel desconsuelo, pero no podía encerrarlo en ninguna parte. Los sábados por la noche seguía sentándome en la silla del vestíbulo y dejaba pasar el tiempo. Nadie iba a llamarme, pero tampoco tenía otra cosa que hacer.
A finales de mes, Tropa-de-Asalto me regaló una luciérnaga. La había metido en un bote de café instantáneo. Dentro había unas briznas de hierba y un poco de agua; en la tapa se abrían unos pequeños agujeros para la ventilación. A la luz del día, parecía un vulgar insecto como los que se ven en las orillas de las charcas. Hacía varias semanas que habían empezado las vacaciones de verano y en la residencia sólo quedábamos él y yo.
Al caer la noche, la residencia estaba tan silenciosa que hacía pensar en unas ruinas. Tomé el bote con la luciérnaga y fui a la azotea. Estaba desierta. Una camisa blanca tendida en una cuerda, que alguien había olvidado coger, se mecía con la brisa nocturna como si fuera la piel de un animal. El tanque cilíndrico aún estaba caliente tras haber absorbido durante todo el día el calor de los rayos del sol. Me senté en aquel espacio reducido y me apoyé en la barandilla. Una luna blanca casi llena flotaba en el cielo. A mi derecha se veían las luces de Shinjucu; a mi izquierda, las de Ikebukuru. Los faros de los coches formaban un río de luz que discurría entre las calles. Un zumbido sordo, mezcla de varios sonidos, flotaba en una nube sobre la ciudad.
Dentro del bote la luciérnaga brillaba con luz mortecina. La luz era demasiado débil; el tono, demasiado pálido. Hacía mucho tiempo que no había visto una luciérnaga, pero creía recordar que éstas desprendían una luz mucho más nítida y brillante en la oscuridad de las noches de verano. Tenía grabada en mi memoria la imagen de un bicho que desprendía una luz llameante. (...)
Intenté recordar cuándo había visto una luciérnaga por última vez. (...) Cerré los ojos y me sumergí un momento en el recuerdo. Oía el viento con una claridad meridiana. Aunque no soplaba con fuerza, en mi cuerpo dejaba a su paso un rastro extrañamente brillante. Abrí los ojos y comprobé que esa noche de verano era, si cabe, más oscura.
Destapé el bote, saqué la luciérnaga y la deposité en un reborde que sobresalía unos tres centímetros del depósito. La luciérnaga se sostenía a duras penas en su nuevo hábitat. Dio una vuelta alrededor del perno tambaleándose y se subió a unos desconchones de la pintura que parecían costras. De pronto avanzó hacia la derecha, se dio cuenta de que aquello era un callejón sin salida y viró de nuevo hacia la izquierda. Después se encaramó muy despacio a la cabeza del perno y se acurrucó. Permaneció inmóvil, como si hubiese exhalado el último suspiro.
Durante mucho rato, ni la luciérnago ni yo hicimos el menor movimiento. El viento soplaba a nuestro alrededor. Las incontables hojas del olmo susurraban en la oscuridad.
Esperé una eternidad.
Fue mucho después cuando la luciérnaga levantó el vuelo. Desplegó las alas como si se le hubiese ocurrido de repente. Un instante más tarde, cruzaba la barandilla y se sumergía en la envolvente oscuridad. Describió, ágil, un arco en torno al depósito, tal vez intentando recuperar el tiempo perdido. Y tras permanecer unos segundos inmóvil observando cómo la línea de luz se extendía en el viento, voló hacia el sur.
Aún después de que la luciérnaga hubiera desaparecido, el rastro de su luz permaneció largo tiempo en mi interior. Aquella pequeña llama, semejante a un alma que hubiese perdido su destino, siguió errando eternamente en la oscuridad de mis ojos cerrados. Alargué la mano repetidas veces hacia la oscuridad. Pero no pude tocarla. La tenue luz quedaba más allá de las yemas de mis dedos".
Y así, Toru Watanabe deja ir con aquella luciérnaga y su estela luminosa una etapa de su vida. Aunque más adelante descubrirá que el pasado, y menos los sentimientos, nunca desaparecen del todo. Tras aquel verano vendrían otros amores, más exploraciones sexuales, nuevas experiencias y miedos insospechados. Un mundo de Haruki Murakami que ha conectado con toda clase de lectores, especialmente los jóvenes. ¿Cómo te parece ese verano de desamor de Watanabe? ¿Te gustan las historias de Murakami?
Tokio blues, de Haruki Murakami, en la traducción de Lourdes Porta (Tusquets).
Imagen: Fotograma de la película Tokio blues, de Tran Ahn Hung, protagonizada por Rinko Kikuchi, Kenichi Matsuyama, Kiko Mizuhara.
VERANOS LITERARIOS 2011 (aquí la serie 2010 y 2011):
7- Revivir ante la belleza en La muerte en Venecia, de Mann
6- Bajo las estrellas y la alegría de El camino, de Delibes
5- El verano delator de Ana Karenina, de Tolstói
4- El esplendor de la felicidad en Memorias de Adriano, de Yourcenar
3- En la campiña de Orgullo y prejuicio, de Austen
2- El calor sin tiempo en la Comala de Pedro Páramo, de Rulfo
1- Marchitar y florecer en los dominios de El Gatopardo, de Lampedusa
comentarios 29
Publicado por: Elisa 10/08/2011
Es cierto que Murakami se repite en muchos aspectos. En este caso, también es mi tercer libro de él y aunque al principio pensé que sería más de lo mismo, como mínimo esta vez para mi no resultó predecible.
De echo, tampoco es una novela que busque relatar grandes acciones, simplemente se deja llevar por un relato cotidiano en una época muy determinada.
Murakami engancha, o como mínimo a mi consigue producirme un estado de ánimo especial, sea lo que sea que esté escribiendo.
Así que mi próxima intrusión será El pájaro que da cuerda al mundo, a ver si sigo con el mismo discurso.
Felices lecturas compañeros