Por: Winston Manrique Sabogal07/10/2011
Esta es la historia de cómo en Babelia, la revista cultura y literaria de EL PAÍS, teníamos fe en que este año le iban a conceder el premio Nobel al poeta sueco Tomás Tranströmer. De cómo lo intentamos entrevistar el año pasado infructuosamente hasta que lo logramos el pasado septiembre, ayudados por el entusiasmo que nos contagió su editor en España, Diego Moreno, de Nórdica Libros, y a su gestión. Pedimos la entrevista en verano con intención de publicarla mañana sábado, le dieran o no el Nobel, porque es uno de los grandes poetas contemporáneos y queríamos que fuera más conocido en el mundo hispanohablante. La pusimos en página con la crítica de su nuevo libro en España, Deshielo a mediodía, pero pedimos en rotativas del periódico que no imprimieran el suplemento hasta después de la una y diez de la mañana de ayer jueves, por si le concedían el Nobel y había que reacionar (sabíamos que a la una la Academia Sueca anunciaría el premio). Y así fue. Tranströmer fue el elegido. Así es que siguiendo las reglas del periodismo dual de hoy de calidad, inmediatez y primicia dimos un avance en la edición digital del diario y se ha publicado completa hoy en la sección de Cultura de EL PAÍS.
Cuando solicitamos la entrevista a Tranströmer en verano él nos envió el mensaje, a través de su editor, de que no podía hacerla personalmente porque tiene problemas de afasia y no puede hablar pero sí escribir, y prefería el correo electrónico y que sus respuestas las tradujera su traductor en España, el poeta uruguayo Roberto Mascaró. Aunque es una fórmula que no solemos usar aceptamos de inmediato teniendo encuenta la maestría del autor y le pedimos algunas fotografías que nos envió y que ilustran este post. Entonces decidimos que no fuera una entrevista al uso, sino un diálogo de poeta a poeta, y que la hiciera uno de los poetas en español en ascenso. La encargamos, entonces, al salamantino Juan Antonio González Iglesias. Y esta es su crónica:
La energía del Sí y del No
Por JUAN ANTONIO GONZÁLES IGLESIAS
Parece fácil decir que a los poetas todo se les convierte en acontecimientos, pero es así. Hace unas semanas recibí una llamada de Babelia proponiéndome entrevistar a Tomas Tranströmer. Su habitual candidatura al Nobel sonaba este año con especial insistencia. Un diálogo de poeta a poeta, así me lo dijeron. Ajusté la idea, pensando que al menos un poeta grande iba a ser entrevistado por uno de sus lectores. Leer a Tranströmer tiene ya algo de relectura, que por algo está considerado un clásico. Una clasicidad contemporánea, conquistada en el arco que va de su primer libro, 17 poemas (1954) hasta la antología El gran enigma (2006 ). Nacido en Estocolmo en 1931, puede asegurarse de él, sin que suene anacrónico, que es un poeta. También escritor, traductor, músico, y psicológo en instituciones penitenciarias suecas. Pero el que prevalece es el poeta, pues sólo él (y no los otros) podría definir obsesivamente una taza de café: “Son costosas gotas atrapadas / llenas de la misma energía del Sí y del No”. El secreto de las cosas no está en el título (“Espresso”), sino en la metáfora, el más precioso instrumento de los poetas. En un momento en el que unos sólo saben decir sí a todo y otros sólo no a todo, Tranströmer pronuncia a la vez los dos monosílabos esenciales. Los usa con mayúsculas, extrayendo energía de las contradicciones. Se entiende que haya llegado a un público amplio, más allá de los ámbitos nórdico, europeo y americano. Es uno de los poetas suecos más influyentes en las letras universales, traducido a más de cuarenta idiomas y galardonado con importantes premios internacionales. Aún así, el Nobel me parecía difícil, porque no deja de ser sueco y la paradoja persigue especialmente a los poetas.
Leí, pues, El cielo a medio hacer. En el prólogo Carlos Pardo compara el huracán con la brisa para aquilatar la gran fuerza de Tranströmer. Leí también Deshielo a mediodía y otros poemas, que la editorial Nórdica me hizo llegar en galeradas. Empezaba para las palabras un viaje con muchas etapas: mandé las preguntas a Babelia; ellos al traductor, y éste al poeta. Y lo mismo en el retorno. Esos tránsitos entre los dos idiomas los facilitó otro poeta, el uruguayo Roberto Mascaró, que tiene un pie en las letras hispánicas y otro en las nórdicas, y es, sobre todo, el traductor al español de la obra de Tranströmer. Me gusta pensar que Mascaró ha sumado poeticidad y cercanía.
Un diálogo poético no depende de que los interlocutores sean poetas, sino del manejo distinto de los tiempos y de las palabras. Así que al final los dos nos lo tomamos con calma, poniendo al día el viejo adagio festina lente, aquel “apresúrate despacio” del emblema. El ordenador era imprescindible, porque Tranströmer está privado del habla desde hace años. Su comunicación es exclusivamente escrita, lo que da otro valor a sus palabras y a sus silencios. No hace falta ser lector de poesía para captar la dimensión trágica del vaticinio que el propio Trasntrömer hizo de su hemiplejia, publicándolo con quince años de anticipación.
El poeta que acabó volcado en un surrealismo singular fue un adolescente de su tiempo, que cursó su bachillerato en un instituto especializado en latín. Estamos, sin embargo, tan adentrados ya en el siglo XXI, que debemos valorar lo que el Nobel aporta a nuestro futuro. Tranströmer no sólo pone al día la herencia clásica. También la vanguardista, que ya era pasado. En el apogeo de la cultura de masas mantiene viva la energía poética, esa apelación a la maravilla única de cada ser humano. Las nieves nórdicas favorecen un apartamiento de la multitud inequívocamente horaciano: “Hay quienes nacen, viven, mueren / en continuo tumulto. Ser siempre visible —vivir / en un enjambre de ojos—/ debe de dar una expresión particular al rostro”. Eso quiere decir una poesía del frío.
En la vorágine de las tecnologías, aporta el lenguaje palpitante de belleza. Con él afronta la existencia de manera creativa —artística—, algo para lo que seguimos necesitando maestros cercanos. Lo que este alto premio reconoce es que él es uno. Basta para acreditarlo su hermosa descripción de una nevada: “El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes./ La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba apenas setecientos gramos.”
comentarios 3
Publicado por: Miguel Antonio Gualteros Forero 07/10/2011
No he leído al poeta Transtomer y el breve artículo del señor González Iglesias apenas sí me esboza algunos de los méritos -que los debe tener sin duda - del poeta sueco, recientemente laureado con el Nobel. Buscaré en la red más información y algunos de sus libros en español para formarme una idea mejor. De todas maneras, felicitaciones a Suecia y a su poeta.