Por: Tereixa Constenla22/03/2012
Más fácil que matar la verdad es disparar al periodista. Cada conflicto suele causar bajas entre informadores que solo van armados con cámaras y cuadernos. A menudo no son accidentes.
Juan Antonio Ríos Carratalá, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, ha investigado las trayectorias de varios periodistas que ejercieron durante la Segunda República, que apenas han pasado a la historia y que mantuvieron posiciones políticas divergentes: el anarquista amante del cine y el teatro Mateo Santos, el anfifascista José Luis Salado, el falangista vasco Jacinto Miquelarena y el empresario de variedades León Vidaller. Los cuatro, “tras avatares que pasan por el exilio, el suicidio y la desaparición, quedaron relegados a las notas a pie de página o los testimonios pronto olvidados”, cuenta Ríos Carratalá en la introducción a su libro Hojas volanderas, que ha publicado la editorial Renacimiento.
Pero si hemos de apostar por una historia, el catedrático recomienda la de Luis de Sirval, el periodista asesinado en 1934 en Asturias, adonde había acudido para informar de los durísimos acontecimientos ocurridos aquel otoño. El valenciano Sirval (Luis Higón Rosell era su verdadero nombre), que trabajaba como free-lance para varios periódicos, había llegado a Asturias cuando ya había sido controlado el movimiento revolucionario y se había desatado una represión salvaje comandada con ferocidad por Lisardo Doval y el teniente coronel Yagüe. “Recorrió las cuencas mineras durante cuatro días y recabó el testimonio de tres legionarios que habían presenciado lo sucedido en las inmediaciones de la iglesia de San Pedro de los Arcos, de Oviedo, el 13 de octubre”, escribe Ríos.
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