Por: EL PAÍS08/05/2012
Decía Manu Leguineche en su Yo te diré…: "Cada vez que paso por Manila sucumbo a la tentación, un poco masoquista, de visitar el Museo Rizal en Intramuros. Allí, en la vieja ciudad amurallada —en lo que queda de ella, en realidad— se respira una paz que el viajero no encuentra en la esquizofrénica Manila. Ese masoquismo, esa autoflagelación son también tentaciones muy filipinas. Ellos sufren porque les matamos a su caudillo, José Rizal; y nosotros nos torturamos porque un capitán general sin escrúpulos, recién llegado, mal aconsejado y equivocado de medio a medio, envió ante el pelotón de fusilamiento a un hombre bueno. Es una carga de la que nunca podremos librarnos".
Manu Leguineche sintetiza en este pasaje un sentimiento que nos ha alejado de un país oprimido como pocos por los españoles de la época, gobernado por curas despóticos y abandonado de la mano de la Reina regente. Rizal era un patriota demasiado bueno y demasiado ingenuo, y el Gobierno español en Filipinas muy cruel y demasiado tonto. El general Polavieja mata a Rizal inútilmente, en 1886, pues tres años más tarde como es público y notorio España pierde Filipinas, Cuba y casi su alma. En Cuba el alter ego de Rizal, José Martí, también médico, también poeta y patriota, muere luchando, pero el filipino ni eso. A Rizal se le acusaba de filibustero, que es como entonces se denominaba a los independentistas de las colonias. Pero Rizal sólo quería ser español, quería que Filipinas ocupara sus escaños en las cortes de Madrid. Se dice que Rizal, licenciado en Filosofía y Letras, estudió Medicina y Oftalmología en Alemania con el único fin de curar a su madre que estaba perdiendo la vista. Eso lo define mejor que cualquier otra cosa. Noli me tangere es la gran novela de Rizal, y también la gran novela filipina del siglo XIX que no pueden leer sus paisanos más que traducida al inglés o al tagalo, paradojas de la vida, pues ya nadie en aquel país habla la lengua de Cervantes.
En Noli me tangere parece que Rizal habla de sí mismo: El joven heredero filipino Crisóstomo Ibarra, regresa al archipiélago tras unos años de formación en Europa, habiendo pasado algún tiempo en Suiza y en España. Tras ir conociendo los detalles de la muerte de su padre en la cárcel y las circunstancias de su entierro se va despertando en el hijo un sentimiento de odio hacia el omnipotente padre Damián que acabará por acarrear su perdición.
Por la novela desfilan todo tipo de colonos corruptos y decadentes, hacendados y rentistas, mujeres con ínfulas que organizan bailes en salones un poco pueblerinos, curas y frailes, dominicos, agustinos, recoletos, pero por encima de todos reina la maldad absoluta de un ser abyecto y despiadado. El citado fray Damián, que simboliza lo peor del colonialismo español en Filipinas. Y todo con un aire de El Gatopardo, con un estilo del naturalismo de doña Emilia, con un aroma de Sthendal en el extremo Oriente. Una novela que se publicó en Gante en 1886 y que se introdujo clandestinamente en la colonia. Una obra subversiva que tuvo su continuación, en 1892, en El filibusterismo. Pero que ya no necesitaba esta secuela.
Rizal, que en los años ochenta -del diecinueve, claro- andaba por Europa: París, Bruselas, Berlín, Londres y Gante, curiosamente no era perseguido en España.
Estudiaba, era filósofo y oculista, pintor, escultor de mérito, poeta lírico como Rubén Darío -¡Alza tu tersa frente, / juventud filipina, en este día! / ¡luce resplandeciente / tu rica gallardía ,/ bella esperanza de la patria mía!-, un intelectual inquieto, un artista. Regresó a Filipinas en el 88 con algunos “nolis” escondidos en la maleta, pero la gran indignación que la obra causó entre el clero le llevó a poner de nuevo tierra –o, más propiamente, agua- por medio, y se marcha al Japón, desde donde regresa a Europa, primero a Madrid y después de nuevo a Gante. Sin embargo su añoranza de la patria le hace emprender viaje de regreso, y en una escala en Hong Kong, le sorprende la revuelta de Calamba, su ciudad natal, donde las autoridades habían decidido expulsar de sus tierras a los colonos que debido a la plaga de langosta no habían podido pagar sus rentas. Es acusado de promover la revuelta –en lugar de acusar a la propia langosta- y detenido nada más llegar a la isla, de donde se le destierra a Mindanao. Pero desterrado y todo, cuatro años después se le va a buscar para hacerlo responsable de la revuelta tagala de 1896. Entonces consigue que el general Blanco lo envíe a Barcelona para arrebatárselo a las fauces de sus enemigos, que en Manila tan dolidos seguían por el Noli me tangere. No obstante, cuando en Filipinas se abre consejo de guerra, es reclamado a España, y hacia allí parte para encontrar la muerte.
La ejecución de Rizal es la bochornosa culminación de todo el disparate que significó su consejo de guerra. Rizal el bueno, con una ingenuidad casi espeluznante, la noche de capilla se confiesa, comulga, se casa con su novia, la belga Josephine Bracken, finaliza su poema Mi último adiós y es fusilado.
En Madrid de Rizal queda la estatua de la Avenida de las Islas Filipinas y, en algunas librerías que todavía no la han devuelto por falta de ventas, nuestra edición del Noli me tangere del 2008, que ha pasado sin pena ni gloria, lo cual, desde luego, pena sí que es.
Eduardo Riestra es el editor de Ediciones del Viento, que publicó Noli me tangere.
comentarios 12
Publicado por: MSN 08/05/2012
ideal!