Por: EL PAÍS03/05/2012
Antonio Muñoz Sánchez
A mediados de los años sesenta, el SPD decidió asumir hacia la dictadura de Franco una estrategia pragmática y posibilista. En su opinión, la política de aislamiento que defendía la Internacional Socialista desde hacía años no servía ya para contribuir desde el exterior a que España recuperase un día la libertad. En lugar de mantener un cordón sanitario, los países democráticos debían estrechar lazos con España. De esta forma se aceleraría la modernización de aquel país periférico y la configuración de una sociedad civil cuya suave presión minaría el sistema dictatorial y sentaría las bases de la futura democracia. La nueva política hacia España fue tomando forma en la mente de los estrategas del SPD en paralelo a la ostpolitik y no cabe duda de que las dos comparten una base común. El viaje de Fritz Erler a Madrid en abril de 1965 inauguró la estrategia de cambio mediante acercamiento hacia España, cuyo pilar fue la defensa de los intereses del régimen en la CEE. Willy Brandt mantuvo primero como ministro de Exteriores y luego como canciller esta política, aunque evitó los gestos de cercanía con el gobierno de Madrid para no provocar a las bases del partido. Hasta el mismo final de la Era Brandt en la primavera de 1974, el gobierno de la RFA estaba persuadido de que la europeización de España había acelerado la obsolescencia del régimen y que sus dirigentes reformistas encabezados por don Juan Carlos procederían a desmontarlo sin grandes traumas tras la desaparición del anciano sátrapa. Este era un paso necesario para que España optase a ser miembro de pleno derecho de la CEE, objetivo que entretanto se había convertido en el destino manifiesto de la nación ibérica.
La política del SPD hacia España desde 1965 estaba en las antípodas de la propugnada por el PSOE. Para el partido de Rodolfo Llopis, el régimen del 18 de Julio era de naturaleza totalitaria e incapaz por tanto de evolucionar, de forma tal que la democracia sólo podía llegar tras el colapso del sistema, que había de producirse por presión interna y externa. Sostener que el contacto de España con la CEE contribuía a acelerar la llegada de la democracia era para el PSOE una ofensa a la inteligencia. Aunque se cuidaba mucho de expresarlo en público, Llopis pensaba que el SPD había claudicado a los dictados de la realpolitik y a los intereses del capital alemán. Con su política hacia España, los socialdemócratas alemanes contravenían de manera flagrante los acuerdos de la Internacional Socialista y los principios que inspiraban el europeísmo democrático. En esencia, tales críticas no se diferencian de las que años más tarde, en un contexto bien distinto y esta vez de manera pública, formularían al canciller Helmut Schmidt y al SPD los disidentes de las dictaduras comunistas y organizaciones tales como Solidarnosc.
La incompatibilidad entre la visión del SPD y la del PSOE sobre la forma en que se debía y se podía resolver la cuestión española impidió que pudieran concebir iniciativas conjuntas en el ámbito de la alta política. Pese a su escasa proyección en el conjunto de las relaciones bilaterales, los contactos del socialismo alemán y el socialismo español sí tuvieron sin embargo una gran repercusión en la dinámica interna del PSOE durante los años del desarrollismo. El poderoso movimiento socialdemócrata alemán, que se sentía profundamente solidario con los antifranquistas, intentó contribuir de diversas maneras a la reconstrucción y expansión del socialismo español. Especialmente activos fueron la Fundación Ebert y el IG Metall. A mediados de los años sesenta, el sindicato del metal se había convertido en la organización obrera con mayor número de miembro españoles en cualquier lugar del mundo (20.000).
El enorme potencial de la solidaridad alemana con el socialismo español no fue sin embargo aprovechado por el PSOE y la UGT, que no tenían en su agenda reactivarse en España mientras existiera la dictadura. Y ello fundamentalmente por el temor de los líderes exiliados a perder el control del partido y del sindicato a manos de los socialistas del interior, que sí estaban dispuestos a trabajar por esa reconstrucción de sus organizaciones aprovechando el empuje de la sociedad civil, la apertura de parcelas de libertad y la ayuda de los compañeros europeos.
Es opinión extendida que el PSOE tuvo en el apoyo de los socialistas europeos un arma eficaz para combatir a Franco. Sin embargo, es justo lo contrario lo relevante desde el punto de vista del análisis histórico. Es decir, que el enorme caudal de solidaridad de la izquierda europea y alemana fue desperdiciado por el socialismo español a causa del endémico fraccionalismo de esta familia antifranquista. Inmerso en sus eternas querellas, el PSOE sacó muy poco provecho de la política de presencia internacional. Que el principal beneficiado de aquella situación fue la dictadura no necesita de largas explicaciones. El hecho de que el gobierno de Madrid firmara en 1970 un acuerdo con la CEE muy cercano a la asociación sin verse obligado a hacer ningún tipo de concesión en términos de liberalización política, es una clara manifestación de ello. En cuanto a si el acercamiento de España a la Comunidad consolidó el franquismo como interpretaba el PSOE o más bien ahondó su crisis y allanó el terreno al advenimiento de la democracia como entendía el SPD, es una muy relevante cuestión hacia la que nuestra historiografía apenas ha mostrado atención hasta ahora. El debate existente en otros lares sobre si la ostpolitik contribuyó o no al fin de los regímenes comunistas bien podría servirnos aquí de fuente de inspiración.
En 1970 se inició un largo y traumático proceso de renovación del PSOE y la UGT protagonizado por una joven generación de antifranquistas. Estos activistas contaron con el apoyo de Hans Matthöfer y los sindicatos alemanes. En abierto contraste, el SPD mantuvo hacia los renovadores una actitud muy reservada. Los consideraba demasiado impetuosos, izquierdistas e intolerantes tanto con los veteranos exiliados como con Enrique Tierno Galván, a cuyo partido apoyaban a través de la Fundación Ebert. La ruptura del PSOE en 1972 disparó este escepticismo hacia los renovadores, como se manifestaría en toda su crudeza en el congreso de Suresnes, donde el SPD estaría representado por un funcionario sin ningún relieve político.
Un año antes de la muerte de Franco, el PSOE ocupaba un lugar marginal en el conjunto de la política del SPD hacia España y la relación entre ambas organizaciones era más que fría. Resulta por lo tanto fuera de lugar considerar, como se ha hecho hasta ahora de forma más o menos explícita, que el apoyo del SPD al PSOE en la Transición fue la lógica y necesaria consecuencia de unas largas y fructíferas relaciones. La rápida promoción del PSOE en la política del SPD hacia España sólo se explica en el contexto de la convulsión que se vivió en el sur de Europa a partir de 1974. Esta crisis fue percibida por la RFA como una ventana de posibilidades para el eurocomunismo, cuyo avance destruiría el equilibrio entre los dos bloques por el que Bonn venía apostando con la ostpolitik. Fue pues para defender sus intereses nacionales y los de la coalición occidental, amenazados de forma tan aguda como inesperada en el área mediterránea, que la RFA se vio abocada a improvisar una südpolitik entre cuyos instrumentos se contará el apoyo a organizaciones políticas y sindicales moderadas. Este será el crisol en que se forje una nueva relación entre el SPD y el PSOE.
El colapso del Estado Novo portugués y el caótico proceso revolucionario que le siguió sacudieron la asentada certeza de las autoridades de la RFA sobre la inevitabilidad de que a Franco le siguiera una transición democrática lenta y sin grandes sobresaltos. La parálisis progresiva del proyecto reformista del gobierno de Carlos Arias Navarro, unido al ascenso imparable de una oposición que se alimentaba de la crisis económica y al frente de la cual estaba el poderoso Partido Comunista, hicieron temer a todas las fuerzas políticas alemanas la repetición en España de un escenario portugués tras la desaparición del ya decrépito Caudillo. A imagen y semejanza de cuanto estaba haciendo en Portugal, la RFA se planteó entonces apoyar a las familias políticas españolas que habrían de configurar el futuro sistema de partidos. Si en el ámbito de la izquierda el elegido fue el PSOE se debió a que su estrategia de cara a la Transición era perfectamente compatible con los intereses alemanes. Desde los primeros contactos con la dirección del SPD, Felipe González dejó meridianamente claro que él y sus compañeros rechazaban la estrategia de confrontación promovida por los comunistas y consideraban la ruptura democrática una entelequia y una aventura peligrosa. El PSOE veía además al PCE como su principal rival durante la Transición. Ambos pugnaban por la hegemonía de la izquierda, y de momento el partido de Santiago Carrillo llevaba amplia ventaja, gracias sobre todo por su control sobre Comisiones Obreras.
La poderosa alianza de intereses que se forjó entre el PSOE y el SPD en los meses centrales de 1975 fue una de las claves del impresionante renacimiento, históricamente no necesario, del partido de Pablo Iglesias durante la Transición política española. El respaldo de los compañeros alemanes al PSOE y también a la UGT se desplegó desde entonces en los más variados ámbitos. Uno de ellos fue la reconstrucción de la infraestructura del partido y del sindicato, labor que quedó en manos de la Fundación Ebert y su delegado para España Dieter Koniecki. La fundación mantuvo a decenas de liberados y personal contratado del PSOE y la UGT. También financió la compra y el alquiler de locales tanto de la central en Madrid como de las oficinas que partido y sindicato fueron abriendo en todas las capitales de provincia. No menos importante fue la masiva labor formativa que Koniecki desplegó en las cuatro esquinas de España. Cursillos y seminarios de todo tipo sirvieron para capacitar a centenares de inexpertos activistas para que actuaran como multiplicadores y como dirigentes políticos y sindicales. La Ebert también intentó con este trabajo favorecer la influencia del grupo de dirigentes más identificado con Felipe González. Pretendía con ello fortalecer dentro del PSOE las tendencias moderadas y pragmáticas, contrarias al pacto estratégico con los comunistas y muy comprometidas con la idea de convertir al partido en una organización interclasista y con clara vocación de poder.
El otro pilar del apoyo del SPD al PSOE durante la Transición fue el político. La monarquía de don Juan Carlos I nació rodeada del escepticismo generalizado de los gobiernos europeos. Obsesionados por salir del ostracismo e iniciar el camino a la soñada integración en la CEE, los mandatarios post-franquistas eran extraordinariamente sensibles a la opinión de los dirigentes extranjeros. De esta circunstancia supo sacar ventaja el gobierno de la RFA, que jugó con maestría su carta de aliado número uno de España en Europa. Al mismo tiempo que defendió la posición de Madrid ante otros gobiernos y ante las instituciones comunitarias, las autoridades alemanas no dejaron ninguna duda a los gobiernos de Carlos Arias y de Adolfo Suárez de que ese apoyo se podía resentir si las reformas democráticas no avanzaban a buen ritmo y no se ampliaba el margen de acción de los partidos políticos y los sindicatos, especialmente el PSOE y la UGT. Hasta qué punto esta estrategia de persuasión/presión tuvo efecto e influyó por tanto en el conjunto de la Transición es una cuestión a la que no se puede dar hoy una respuesta concluyente. Esta llegará sólo después de que se hayan abierto todos los archivos españoles relevantes para el periodo posterior a la muerte de Franco. La estrategia de la RFA tuvo un impacto real y muy favorable a los intereses del PSOE. En 1976 se daba la curiosa situación de que el líder de este partido, un joven abogado totalmente desconocido unos meses antes, había alcanzado, gracias en buena medida a la ayuda del partido gobernante en la RFA, una proyección internacional mucho mayor que cualquier otro político español e incluso que el mismo rey don Juan Carlos. Para una monarquía y un gobierno que buscaban desesperadamente su legitimidad internacional, esto significaba una presión inmensa a la que sólo podían dar salida aceptando al partido de Felipe González como interlocutor privilegiado. En ese diálogo entre los socialistas y el gobierno se esconden muchas de las claves que convirtieron al PSOE en el partido de la Transición.
Antonio Muñoz Sánchez es investigador del Instituto de Ciências Sociais de la Universidad de Lisboa y autor de El amigo alemán, publicado por RBA.
Artículo: Un lifting a la Historia de España
comentarios 14
Publicado por: GRAMSCIEZ 03/05/2012
¡¡¡Por la boca muere el PEZ y más si no sabe NADAR!
Aquí nadie, o al menos yo, ha afirmado que el el "apaño" se Octubre del 74, en SURESNES ( Banlieue de Paris, chemin de Saint-Ouen. mais pas du tout des Guermantes précisément!!), fuese impulsado por el SPD,sino más bien por los servicios españoles de inteligencia al servicio de LA CLASE DOMINANTE ESPAÑOLA8 ( Herrero Tejedor y otros prohombres del régimen), que ante lo inmediato, muerte del TIRANO --que no DICTADOR, eso es otra cosa-- tras el Hara-Kiri del año 1946, expulsando al secretario general, Ramón Lamoneda, al ex-presidente del gobierno, Juan Nefrin Lopez, al ministro de Estado Julio Alvarez del Vayo ( concuñado de Luis Araquistain, alias "el lumbreras" de la nada y amigo-secretario del estucador pseudo-todo con eso de "lenin Español" ja ja ja ¡Pobre Lenin!), Manuel Cordero, M.L.Gonzalez Peña, secretario general de la UGT y así hasta 19, en principio y siguió con más, hasta EXPURGAR de IZQUIERDISTAS al partido, por los VIENTOS de la GUERRA FRÍA y el anticomunismo ( de eso sabía mucho Anton de Irala, brazo derecho del Lendhakari J.A. Aguirre en Nueva-York y padre del futuro proPsoE presidente de Ibería, años90. y mucho más--
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Addenda: me llaman la atención estos dos comentario del autor:
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"..Portugal ..................donde por entonces la Revolución comenzaba a desbocarse..............................................".
--"..............dirigida a intentar evitar la repetición en España de una situación caótica como la portuguesa tras la muerte de Franco..............."-----------
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¡¡¡ DESBOCARSE !!! La Revolución de los Claveles del 25 de Abril del 74.....
y esto es de traca. "SITUACIÖN CAÓTICA"............
¡Todo porque LA LUCHA DE CLASES en ese proceso, estaba dando conquistas a las clases obrera, campesin, y sectores subalternos y explotadas,,,,,,,,,,,,,,,, eso se ve como CAÓTICO y desbocado.........
¡Pura ideología pequeño-burguesa y visión antimARXISTA de la historia, o sea puro PsoEscimo!
¡¡Bravo, señor Antonio Muñoz Molina,ya sabemos a que atenernos.
SALUT!