Por: EL PAÍS09/12/2012
J. ERNESTO AYALA-DIP
Todo el mundo conoce, ha leído y cita Un mundo feliz, título mítico del Aldous Huxley en la literatura de antelación de todos los tiempos. Y en la medida que esta referencia en el conjunto de su obra se va afianzando, otras obras del mismo autor inglés van quedando rezagadas, cuando no definitivamente olvidadas. Sería muy difícil poder encontrar hoy interlocutores (me refiero sobre todo a los nuevos lectores que se incorporan al mundo de la lectura) para hablar de Viejo muere el cisne (1939) o Ciego en Gaza (1936), novela ésta que le ocupó tres años de trabajo luego de la exitosa Un mundo feliz y con la que inicia una nueva etapa narrativa. Huxley publicó en 1928 Contrapunto”. La leí a los veinte años porque unos amigos letraheridos (bastante mayores que yo) casi me obligaron a que la leyera. Y creo recordar que fueron ellos mismos los que me dijeron que por esa novela Aldous Huxley fue considerado el hombre más inteligente de su tiempo.
Contrapunto es sin lugar a dudas un compendio de ideas y reflexiones en labios de un nutrido grupo de personajes protagonistas y secundarios. No creo, si exceptuamos novelas como Ulises, de James Joyce, o Los monederos falsos, de André Gide, o El ruido y la furia, de William Faulkner, que haya habido en esos años (los años de entreguerras) una novela que retratara con tanta implacable lucidez y ferocidad desenmascaradora la sociedad inglesa de su tiempo, la clase media alta y culta. O como escribió Günter Blöcker que se decía de Huxley tiempo después de finalizada la primera guerra mundial: “Ese cínico divertido que tostaba a la sociedad inglesa de la posguerra en el fuego de su ironía”. Lo cierto es que Huxley en Contrapunto es algo más que un ironista y un cínico. Es el novelista-pensador, el que detecta una enorme brecha entre razón e irracionalidad, entre sensualidad y espíritu.
Así que busquemos rápidamente Contrapunto e instalémonos en esa velada para escuchar a esos contertulios entre desilusionados y exasperados con su propia existencia. Y escuchémosles teorizar sobre materias delicadas y otras peligrosas. Y sobre todo cómo algún día lograremos la quimérica fusión de la carne y el espíritu.
comentarios 4
Publicado por: Aventuras Literarias 09/12/2012
Inolvidable el principio del capítulo XIV:
"-Pero ¿por qué han de ser rojas las cosas inglesas?
-Porque el rojo es el color de Inglaterra. Mira, aquí está la pequeña Inglaterra -hizo girar el globo-. Roja también.
-Nosotros vivimos en Inglaterra, ¿verdad? -Phil miró por la ventana.
El cesped seco, los olmos podados llenos de nudos, le devolvieron la mirada.
-Sí, vivimos aproximadamente aquí. -Y miss Fulkes hurgó a la isla roja en el vientre.
-Pero donde nosotros estamos es verde -dijo Phil-, no rojo.
Miss Fulkes trató de explicarle, como lo había hecho ya tantas veces,
exactamente lo que era un mapa."