Por: EL PAÍS27/07/2013
Palacio Salvo, en Montevideo.
El escritor José Ovejero sigue su periplo por América Latina por la presentación de su novela La invención del amor. Hoy habla de la capital uruguaya.
Por JOSÉ OVEJERO/ Montevideo
En Montevideo me recibe una desapacible mezcla de frío, lluvia y viento. En la previsión meteorológica anuncian la posibilidad de nieve, lo que sería un acontecimiento casi histórico. “Nunca he visto nevar en Montevideo”, me dice Fernando, mi editor uruguayo, casi con nostalgia.
Buenos Aires vive de espaldas al río, Montevideo de cara al río. Es el tópico que he escuchado varias veces en las dos ciudades, pero que sea un tópico no significa que no sea cierto. En Buenos Aires apenas vi el río durante los seis días que estuve allí; en Montevideo lo veo en cada desplazamiento, paseantes y corredores desafían al mal tiempo en la Rambla Mahatma Gandhi, la ciudad entera parece ceñirse al inmenso arco de la playa.
“Una ciudad tranquila”, me decían también en Buenos Aires hablando de la capital vecina, “como Buenos Aires hace cincuenta años..., un poquito estropeada pero muy linda.” No me parece que lo digan como esos capitalinos que alaban la tranquilidad de la provincia pero nunca querrían vivir en ella. De hecho parece que muchos porteños, hartos del tráfico insoportable y el barullo de Buenos Aires, están mudándose a Montevideo.
Una ciudad tranquila, sí, con calles que recuerdan a las de Palermo Viejo pero sin tiendas de diseño ni bares con rótulos en inglés; con fachadas más viejas, descoloridas o grises, algo agrietadas, de cuyos paramentos se ha desprendido algún trozo; cierto, un poquito estropeada, pero no causa impresión de miseria.
La
periodista Alicia Torres me regala un libro de cuentos de Felisberto Hernández (En la imagen).
Cortázar lo citaba como una de sus influencias, también García Márquez. Ahora
me asomo por primera vez a sus páginas cómicamente desoladoras. Aunque sé de
sobra que es un error identificar al autor con sus personajes, no puedo evitar
imaginar a Felisberto como a un hombre infeliz, quizá alcohólico. Me cuentan
que tuvo seis mujeres y que la última fue una espía de la KGB con la que él,
rabioso anticomunista, convivió sin tener la menor idea de sus actividades. No
indago más en su biografía; me basta con lo que escribe, con sus originales y
tristes imágenes:
“Yo sabía aislar las horas de felicidad y encerrarme en ellas; primero robaba con los ojos cualquier cosa descuidada de la calle o del interior de las casas y después las llevaba a mi soledad.”
“Ese año yo lloré hasta diciembre, dejé de llorar en enero y parte de febrero, empecé a llorar de nuevo después de carnaval. Aquel descanso me hizo bien y volví a llorar con más ganas.”
“Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando. Sus opiniones tardaban. Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones.”
Si es difícil ser escritor ecuatoriano, más difícil debe de ser escribir desde Uruguay. Vender mil ejemplares de un libro se considera un éxito. Hacerse hueco en el mercado de otros países, una proeza. Onetti no vendía más de quinientos ejemplares antes de irse a España, me dicen, y me propongo averiguarlo. Un país pequeño, sin masa crítica, abrumado por la sombra del vecino. Y sin embargo ahí están Felisberto Hernández, Benedetti y Onetti.
Cuando salgo para Santiago hace un sol espléndido. El día invita a pasear por la Rambla y detenerse a contemplar el inmenso arco que traza contra el cielo la ciudad tranquila. Me quedo con la nostalgia de ese lugar que no he llegado a conocer, con el deseo de regresar pronto y buscar las decenas de librerías de libros usados que me alababan en Buenos Aires. En el equipaje solo me llevo una novela de Milton Fornaro y dos volúmenes de cuentos de autores uruguayos. Me voy con ganas de saber más, de ver más, de leer más. Malditas prisas.
comentarios 6
Publicado por: Consuelo triviño anzola 27/07/2013
Al señalar el índice de lectura de un país hay que tener en cuenta la población. Uruguay en tiempos de Onetti, posiblemente con menos de 3 millones y medio de habitantes, que son los que tiene hoy, leyó 500 libros, de uno de sus libros, un número importante, al lado de un país como España, de casi 47 millones y medio de habitantes, que para igualarlo tendría que leer unos 6.000 libros, como mínimo, por autor. Vendiendo esa cantidad los autores y los libreros en España no tendrían que preocuparse demasiado. Pero sucede que en España se publican más libros de los que se leen y esto obliga a formularse muchas preguntas sobre para qué se edita. ¿No nos harían falta más campañas de lectura por estos lados?
Finalmente, ¿a qué llamamos masa crítica? A la que grita en los platós y a quienes la siguen, los más de cinco millones de televidentes que, naturalmente, no leen, ¿a qué hora?, si están pegados a la pantalla de plasma.
Ah, enhorabuena a los uruguayos por la reedición de sus clásicos, que llegan a la gente con el periódico. De este artículo me alegra sobremanera la mención a mi admirado Felisberto, maestro de Cortázar que lo recupero para nosotros. La literatura fantástica con él alcanza el punto más alto, recomiendo la lectura de El caballo perdido, bella pieza de la literatura en lengua española.
Saludos cordiales, Consuelo