Por: EL PAÍS23/11/2013
La Feria del Libro de Miami tras un chaparrón.
Por JOSÉ OVEJERO
Reemprendo ahora este viaje que ya entra en su última fase. He llegado a Miami, ciudad que conozco de otros viajes, para asistir a su feria del libro. Me gustan las ciudades en las que se oyen las sirenas de los barcos. Me gusta también cuando el mar se introduce entre uno y otro barrio, crea espacios abiertos entre rascacielos, rompe la monotonía del asfalto, pone reflejos que no provienen de los cristales de los edificios sino del agua. Pero no he acabado de decidir si me atrae o no este paraíso de las luces de neón, del botox y de la silicona; aunque en general me desagrada lo artificioso, aquí es tan patente, que uno pasea por la ciudad no como quien pasea por una ciudad sino como quien asiste a una representación sofisticada. Ya sé, hay otros barrios en Miami, gente que vive fuera de este escenario cool, pero los he frecuentado demasiado poco como para integrarlos en mi experiencia.
Lo primero que me llama la atención en la Feria del Libro de Miami es que no hay libros. Escritores conversando, presentaciones, coloquios, pero salvo en una mesa de la librería Books & Books y en los expositores del pabellón español, los libros están ausentes. Imagino que algún día será así: cuando la inmensa mayoría de los lectores consuma libros electrónicos, los autores hablaremos rodeados quizá de aparatos, quizá de imágenes proyectadas sobre una pantalla de plasma, pero no habrá casetas en las que curiosear y hojear las obras de los autores -¿para qué, si podrán consultarse en la propia tableta?-. Luego alguien me tranquiliza diciéndome que sí habrá libros, pero solo se exponen el fin de semana. Me alegro: no es que me asuste la visión de un mundo sin libros de papel, pero era algo triste caminar entre casetas cerradas.
Como este año la Feria está dedicada a España, se ha invitado a más de veinte escritores españoles. Me encuentro con Jorge Eduardo Benavides, autor de origen peruano afincado en Madrid; con él voy a una entrevista conjunta en un canal de radio: probablemente pasará a nuestra memoria como una de las más banales y más torpes que nos hayan hecho. Una de las preguntas como muestra: “¿Es rentable ser escritor?” Como cada vez hay menos programas auténticamente culturales –en Miami y en casi todas partes, y desde luego en España-, lo más frecuente es acabar siendo entrevistado por periodistas que tienen un interés muy relativo por la literatura; como me dijo uno: “a mí lo que de verdad me apasiona es el fútbol”.
En la feria participo en un coloquio sobre Transición, Democracia y Literatura en España. Estaba previsto que conversase con Soledad Puértolas, pero no ha podido venir. Acabo hablando con Pablo Barrios, el moderador previsto desde el inicio, y Carme Chacón, que también se convierte en moderadora. Entre otras cosas hablamos de la Cultura de la Transición, ese concepto algo escurridizo y no siempre muy preciso, pero que viene a resumir un período en el que, una vez que llegaron los socialistas al poder, buena parte de los intelectuales abandonó su postura tradicionalmente crítica frente a los gobiernos. La democracia parecía haber llegado de verdad a España, los creadores se desmovilizaron, como se desmovilizaron los ciudadanos –salvo en Cataluña y el País Vasco-. Así, la cultura se convirtió en una fiesta, los socialistas mimaron a aquellos creadores tan bien dispuestos, y en el jolgorio casi nadie se dio cuenta de que había muchas cosas que criticar –la brutal reestructuración industrial, la corrupción, los GAL...- y quien lo hacía desaparecía de la lista de invitados. Aquel compadreo festivo llevó a Rafael Sánchez Ferlosio a escribir un magnífico artículo: La cultura, ese invento del gobierno.
Converso con Ricardo Jonás, de Jot Down, una revista que demuestra que hay que huir de los caminos trillados, de lo que dicta el sentido común. Hoy, las revistas culturales en papel están desapareciendo o tienen grandes dificultades para sobrevivir, entre otras cosas porque las bibliotecas se han quedado sin medios para adquirirlas. En ese contexto, Jot Down publica una revista en papel, de un grosor llamativo y a un precio considerado caro para una revista –bueno, caro...., un poco más que un gin-tonic-. ¿El secreto? La calidad y un planteamiento original tanto en la concepción de la revista como en su distribución. Y también: hoy nos dicen que los textos en internet deben ser breves –y ya me estoy extendiendo demasiado en este blog-, que el lector no tiene atención y hay que darle todo en píldoras fáciles de ingerir: pues bien, en la versión digital de la revista aparecen entrevistas de siete u ocho mil palabras –por ejemplo, esta tan interesante a la periodista Leila Guerriero- que sin embargo tienen un número considerable de lectores, los cuales, a juzgar por sus comentarios, hacen algo que se dice imposible en un texto en línea: llegan hasta el final. No hay nada más saludable que rebelarse contra los tópicos y contra el sentido común.
Después de un chaparrón que obligó a cerrar las casetas de libros recién abiertas, llega el sol a Miami. Me voy a pasear por la feria y, por la tarde, a una lectura de poemas de Luis Muñoz, Carlos Pardo, Kirmen Uribe y Manuel Vilas. Mañana continúo el viaje, esta vez a Santo Domingo.
comentarios 4
Publicado por: starazona 23/11/2013
Estor de acuerdo en el libro electrónico pero a cambio de algún coste para el internautas, para evitar que desaparezcan los escritores. Modernidad si pero con respeto al trabajo de los demás .
http://www.starazona.com/seguro-de-salud/seguros-de-salud