Llego a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, última estación en este viaje que comencé hace meses para promocionar mi última novela. Hacía ya años que no regresaba a esta feria y me vuelven a impresionar la afluencia de gente, la cantidad y el atractivo de los actos, la energía que transmite. Quizá le tenga particular afecto por ser una de las primeras a las que he acudido como escritor –la primera fue la de Bogotá-, pero nada mas llegar aquí me siento animado y con ganas de hacer cosas.
Por un lado me alegro de terminar pronto esta gira y volver así a mi vida normal, por otro lamento quedarme solo cuatro días en la FIL. Al principio de mi estancia me desconcierta el impresionante despliegue de seguridad: soldados parados en las esquinas; policías bloqueando calles; empleados de seguridad en el interior del recinto, barreras, control de bolsos, arcos detectores de metales. Por supuesto se debe a que la FIL este año está dedicada a Israel y a que el presidente Shimon Peres se encuentra en ella. La tarde de mi llegada se celebra un coloquio entre él y Felipe González al que no me animo a ir. Sí voy al que mantienen Mario Vargas Llosa y David Grossman la mañana siguiente. He acudido a muchos coloquios de escritores; los he escuchado en multitud de conferencias y presentaciones. No recuerdo ninguno en el que se me haya puesto la carne de gallina en tres o cuatro ocasiones. Vargas Llosa fue sólido, mostró sus capacidades oratorias, su energía y su entusiasmo a la hora de defender la literatura; también fue tan generoso que parecía que estaba haciendo de presentador de Grossman. Y este resultó deslumbrante, gracias a pequeñas frases como “los libros son el único lugar en el que pueden coexistir las cosas y su pérdida”, hablando de las vidas perdidas durante el holocausto, o “los medios de masas no lo son por sintonizar con las masas, sino porque las crean”, hablando de la uniformidad que imponen nuestros grandes medios de comunicación. Pero si me ha impresionado no es solo por algunas frases inteligentes, sino por una mezcla de seriedad nada envarada y de honestidad sin patetismo –el patetismo siempre es deshonesto- que transmiten la impresión de que realmente le importa aquello que dice y que respeta a quienes lo escuchamos. Para terminar hizo un alegato a favor del diálogo de Israel con sus vecinos árabes ajeno a cualquier ingenuidad. No he leído nada de él, pero eso va a cambiar Crisis? What crisis? Así se titulaba un disco de Supertramp de los años setenta, y la pregunta me viene a la memoria en la FIL. Cuando no se oye otra cosa en el ámbito literario que la crisis del libro, y cuando apenas alguien cree en la importancia de la literatura en este mundo supuestamente dominado por la imagen, pasar un rato en la FIL es un antídoto excelente contra el desánimo. En pocos lugares he visto tanto entusiasmo por la literatura. Miles y miles de lectores pagan una entrada para visitar la feria –y si pagan no será solo para pasear-. Ante la puerta de cada evento se forman largas colas y a menudo veo que rápidamente se cuelga un cartel que dice: Salón lleno. A pesar de que al mismo tiempo se celebran diez o quince encuentros, en ninguno al que me asomo hay menos de setenta u ochenta personas, a menudo muchas más. El sábado participo con otros escritores en un coloquio titulado El placer de la lectura. Me deja perplejo contemplar desde mi mesa todas esas caras atentas, esa curiosidad que se mantiene durante dos horas, el entusiasmo que muestran. A partir de ahora, cuando me pregunten si la literatura sirve para algo, me gustaría enseñar una foto de todas esas personas para las que evidentemente leer supone un enriquecimiento de sus vidas. Esta noche presento por última vez mi novela durante esta gira. Esta noche se cerrará el paréntesis que se ha abierto en mi vida y que me ha permitido recorrer tantos países, encontrarme con centenares de lectores y periodistas, descubrir la obra de tantos escritores. Experimento tristeza y alivio a la vez. También experimento gratitud hacia todos los que me han ido acogiendo en su país y me han hecho este viaje más fácil. Vuelvo con un montón de imágenes, emociones e ideas como equipaje adicional. Cierro también el blog, con el que no he querido ni mucho menos mostrar la realidad de cada país que recorría, sino anotar pequeñas reflexiones y observaciones, dejar constancia de esos momentos fugaces que pasarían desapercibidos en la vorágine del viaje si no los hubiese anotado. Me alegro de haberlo hecho: esta tarea autoimpuesta me ha permitido detenerme a veces, respirar, pensar, valorar lo minúsculo en medio del ajetreo. En realidad, debería seguir escribiendo un blog aunque solo sea para mí, precisamente para evitar que me pasen desapercibidos todos esos momentos valiosos que surgen cada día, también en los más estresantes, en los que parece que no hay espacio para otra cosa que para nuestras obligaciones. Escribir no es una manera de luchar contra la desaparición, sino una herramienta para defender la importancia de lo fugaz y conceder a cada experiencia un mínimo espacio para que genere un eco. La escritura no como inmadura rebelión contra la muerte sino como afirmación consciente de cada instante en el que nos sentimos vivos.
Puedes ver AQUÍ la serie completa LARGA DISTANCIA
Publicado por: lisa 07/12/2013
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