Por: EL PAÍS22/02/2014
¿Es del todo posible que el enemigo se encuentre entre los lectores? Es más, ¿es el lector el verdadero enemigo? Antoine Volodine, uno de los sobrenombres que utiliza un escritor francés nacido en 1950 en Chalon-sur-Saône, asegura que así es. Al contrario de lo que creía Peter Sloterdijk en la sección que le dedica a las operaciones del corazón en el primer volumen de Esferas, los libros en los que piensa Volodine no necesariamente forman círculos de resonancias intimas a través del efecto mágico de la simpatía. Si bien es cierto que, al abrirse (para algunos), el libro también se cierra (para otros), también es verdad que, en una situación de opresión dominada por el espionaje y la vigilancia, al libro lo abren. Al libro lo despedazan. Al libro lo hacen hablar. Si de lo que se trata es escribir contra el poder, incluso contra el poder del lector, entonces hay que escribir post-exóticamente, diría Volodine. (Imagen: Ilustración de Fernando Vicente)
Aunque en 1987 ganó el Grand Prix de la Science-Fiction Française, y aunque sus primeras novelas fueron publicadas en la Colección Présence du Futur de ediciones Deneöl—una editorial conocida por su apego a la ciencia ficción—en alguna entrevista Volodine declaró, más como una puntada que como un plan trabajo o una ceñida interpretación teórica, que sus libros eran, más bien, post-exóticos. El término, que mundialmente es de alguna manera fácil asociar a lo que Edward Said definió de manera crítica como orientalismo, pronto se convirtió en el libro que le publicó Gallimard en 1998: Le post-exotisme en dix leçons, leçcon onze [El post-exotismo en diez lecciones, lección once].
Lejos de la redacción ordenada del tratado literario o la abrupta rapidez del manifiesto, el Post-exotisme de Volodine encarna muchas de las características que definen su escritura, convirtiéndolo en una especie de performance de ideas. Si la escritura post-exótica es, sobre todo, una práctica carcelaria que, por no olvidar nunca la presencia del enemigo, se fragua en un lenguaje aparentemente similar al que usa la autoridad pero siempre, puesto que lo que intenta en última instancia es escapar, aludiendo a otra cosa, entonces Le post-exotisme es, en sí mismo, un buen ejemplo de la escritura post-exótica.
Aunque en el libro sobre post-exotismo hay unos diez nombres de porta-palabras en la lista de ejemplos de autores post-exóticos, y uno de ellos es, sin duda, Antoine Volodine, es obvio que se trata de una lista “voluntariamente errónea e incompleta”. Un personaje, Lutz Bassaman, encarcelado desde hace unos 30 años, está a cargo de iniciar el periplo. De celda en celda, y producida solo por y para los encarcelados, la escritura post-exótica es siempre una escritura, luego entonces, contra el poder, especialmente el poder capitalista, y sus “ignominias sin nombre”. Disidente de entrada, refractaria por naturaleza, presa de una extraña sensibilidad extranjera, la literatura post-exótica se relaciona con cierto “chamanismo revolucionario” y con prácticas escriturales que se diseminan oralmente, ya sea a través del aprendizaje memorioso o ya recitadas en voz alta en el acto, puesto que en el encierro es difícil conseguir papel o acceso a tecnologías más avanzadas. Fabuladora o neo-fabulista, sin preocuparse por los límites estrictos entre la fantasía y el realismo, la escritura post-exótica preserva la memoria de los que tienen contacto con ella, que son quienes en realidad la hacen. Tal vez por eso es que entre el narrador y los personajes, entre la primera y las otras personas de las conjugaciones verbales, no hay más separación que “el espesor de un papel de cigarrillo”. Y cuando digo yo, en realidad digo… Sin ninguna preocupación por el prestigio o por el mercado, la escritura post-exótica es sólo para los encarcelados, para su memoria y para su eventual liberación.
Aunque solo se cuentan tres o cuatro obras en la historia de la literatura post-exótica, una de ellas es Des Anges Mineurs de Maria Clementi (aunque éste sea el título que Antoine Volodine publicó en 1999 con Editions du Seuil, cuya traducción al español es Ángeles Menores, publicado por la editorial Berenice en 2008). Tal como lo explica en el ensayo post-exótico, en Ángeles Menores los narradores buscan, a toda costa, desaparecer o por lo menos esconderse en subnarradores o alternarradores de una trama que se desarrolla en un mundo post-apocalíptico en el que las fuerzas del capital se reorganizan. “Cuando digo yo, digo en realidad…” es la fórmula por donde merodean todos los pronombres, incluso el primero del singular. Para luchar contra la fuerza mortífera del capital, un grupo de viejas inmortales fabrican un nieto a partir de desperdicios e hilachos. Cuando en lugar de luchar contra el sistema, cae presa de sus encantos, el nieto es condenado a muerte. La única manera en que éste puede posponer su castigo es contar una serie de narractos, o pequeños poemas en prosa que, concatenados de maneras enigmáticas, son los que componen la novela. Los nombres y las acciones aparecen encriptadas en una narración que, para tratar de esquivar a la autoridad, se aleja de las exigencias lógicas de la ficción, tal vez hablando mucho solo para ganar tiempo o tal vez siempre hablando de otra cosa. Los efectos de la lectura son los esperados: si el lector es el enemigo, es decir, si ese lector no forma parte de la práctica carcelaria que nos oprime a todos, tendrá que sospechar que está excluido de la esfera de comprensión del relato (aunque nunca podrá estar seguro de ello). Habrá que hacerse de estos Ángeles Menores a la manera post-exótica: en copias clandestinas o a través de los murmullos que logran trasminarse por las paredes de nuestras celdas.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
@criveragarza (en twitter)
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Publicado por: lisa 22/02/2014
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