Por: EL PAÍS28/03/2014
Por JACQUELINE FOWKS
El escritor peruano Gustavo Faverón contó este miércoles en Lima que cada vez que ha terminado de leer la obra completa de algún autor, muere. Luego de escuchar a experimentados narradores iberoamericanos por cuatro días en las mesas del Premio Bienal MVLL, sería conveniente que Faverón deje siempre sin leer un libro de los que siguen vivos.
El jueves debatieron sobre ‘Literatura de la violencia’ el venezolano Antonio López Ortega, el colombiano Héctor Abad, el chileno Arturo Fontaine y el peruano Alonso Cueto. Cada quien abordó la violencia de invisibilizar a intelectuales ajenos a un régimen, la literatura poliédrica y no militante, la pregunta central que origina cada novela, y la complejidad en el retrato completo de la realidad.
López Ortega leyó un texto -que sus pares en la mesa calificaron como bello y melancólico- sobre escritores venezolanos que han muerto luego de haber pasado años ignorados por el gobierno venezolano por no ser afines al chavismo: Salvador Garmendia, Adriano Gonzales y Eugenio Montejo. “Ha sido la década de la invisibilización, de la vergüenza. Los intelectuales disidentes no existen, no se les publica, no se les menciona, no se les invita”. Ni un obituario.
“Es un cierto país que te quiere anular, borrar, es la voluntad que te quiere reducir a nada. Montejo lo vivió con pesar en un hospital de Valencia: se le hacía difícil reconocer su país. Garmendia, autor de Los pequeños seres, se convirtió en uno de sus personajes, encorvado que camina por las veredas rotas. Otro país sería si se dignara a acompañar a sus mejores hijos”.
Cueto planteó preguntas que explican la existencia de la narrativa hasta ahora. “Inventamos historias cuando no encontramos otra explicación a las cosas. ¿Por qué la gente se enamora? ¿Por qué una persona íntegra es capaz de un acto de cobardía? El lenguaje literario expresa la ambigüedad, los sinsabores de lo que no puede ser comprendido en la vida”.
Hector Abad discrepó con López Ortega, y criticó la cercanía entre los gobiernos y los intelectuales. “El sistema de creación en México los tiene a todos comprados con un sueldo. No me parece bueno que ningún país siga a un escritor, a ningún hombre y ningún presidente. No me parece bueno ser un salvador, un faro. Es un papel de intelectual decimonónico, de otras épocas”.
Luego aclaró que no respalda el chavismo: “Sé que lo de Venezuela es espantoso, pero tenemos que hablar de una literatura poliédrica, más compleja, que nos ayude a entendernos a todos, a esos enfermos de resentimiento que son los del régimen venezolano. Hay que entender de dónde viene esa furia también en Colombia y Perú, ¿por un desprecio real, por una ideología real? No se puede ser un militante de la furia ni un hagiógrafo que pinta santitos, sino relatar la complejidad de los seres humanos, con la maldad de los buenos y la bondad de los malos”.
En su turno, Fontaine, contó una anécdota de una conversación suya con un exagente de inteligencia de la dictadura chilena, cuando preparaba la novela La vida doble. Mientras bebían alcohol y su interlocutor le servía más líquido, que procesaba con menos facilidad que el exagente. “En algún momento tuve que ir al baño y estaba preocupado por el clima de la conversación. Si me la llevaba la grabadora que puse a la vista, iba a parecer que yo lo creía un ladrón”. Al retornar, el aparato no estaba exactamente en el mismo sitio. Después descubrió que el hombre había borrado las casi dos horas de audio.
“Esa traición menor del agente algo me dejó en la cabeza. Un escritor tiene que acercarse de alguna manera a la realidad y ser fiel a lo que se ha propuesto retratar. Narrar es un laboratorio donde surge una pregunta ética. La ficción es un sofisticado sistema para iluminar la realidad”, añadió.
Por la noche, la mesa redonda de cierre en el Teatro Nacional reunió a Javier Cercas, Sergio Ramírez y Alonso Cueto para responder a preguntas sobre ‘Literatura, historia y política’.
El autor de Anatomía de un instante, libro muy elogiado en varias mesas redondas, comentó que sus novelas inician con una imagen o una pregunta. “Todo el libro es un quest, una búsqueda de respuesta. Pero la novela no ofrece respuestas claras, taxativas, eso está totalmente prohibido”.
Cercas y el nicaragüense Ramírez coincidieron en destacar la ironía como un elemento que define la novela y que se origina en El Quijote. “Es una herencia: Cervantes nos enseñó ese uso entretejido del humor, que no es estentóreo ni chabacano, apenas nos hace sonreír”.
El moderador Fernando Ampuero pidió opiniones acerca de la vigencia de la novela, de cuya muerte se habla desde el siglo pasado. Cercas recordó que luego de la creación de la imprenta “se vio el apocalipsis”, y en el Fedro, de Platón, el rey Tanos dice que con la operación de la escritura se va a terminar la memoria. “La cultura y la verdadera sabiduría estaban, entonces, en el diálogo. Vemos cómo una forma de cultura está acabando en internet y empieza otra. Es nuestra responsabilidad que eso ocurra bien”, planteó.
Luego de las presentaciones de la cantante peruana Cecilia Barraza y el Elenco Nacional de Folclor, Mario Vargas Llosa entregó el premio al escritor Juan Bonilla, quien abrazó conmovido al finalista Juan Gabriel Vásquez antes de subir al escenario. Dijo que iba a guardar en el corazón estos días en Lima “para cuando no haya”.
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