Por: EL PAÍS26/04/2014
Por CRISTINA RIVERA-GARZA
Que el escritor mexicano Daniel Sada (1953-2011) haya publicado casi al mismo tiempo Ritmo Delta (Planeta, 2005), una novela, y Amor Cobrizo (Ediciones sin nombre, 2005; reeditado por Posdata/CONACULTA 2012), un libro de poesía, corroboró en su tiempo lo que muchos de sus lectores sabían ya: el proyecto escritural Sadiano trasciende géneros establecidos, explora con lúdico rigor los espacios colindantes que se abren entre la narrativa y la poesía, entre el lenguaje oral y el escrito y, en términos de contenido, entre aquello-que-es y la crítica—férrea, sintáctica, política—de aquello que, precisamente, es. Aunque Daniel Sada es más y muy justamente reconocido por novelas fundamentales en la historia de la literatua en español como Porque parece mentira la verdad nunca se sabe (Tusquets, 1999) o por Casi nunca, novela con la que en 2008 se hizo del premio Herralde, no hay que olvidar que Sada es un escritor de muchos libros.
En Ritmo Delta, un tipo de fenómeno onírico definido por Dagoberto Pastrana, el escritor ciego y viejo de esta historia de dos escritores, como “un segundo sueño retardado y dueño de símbolos donde el consciente tiene la oportunidad de actuar, aunque sea de modo sesgado”, (RD, 114) el lenguaje vuelve a ser el gran personaje, la gran materia que resiste y, al resistir (como asegura Cixous en Three Steps on the Ladder of Writing), produce el texto. Sesgado es aquí, como a lo largo de la novela, un término fundamental.
Existe, como se sabe, una enunciación sadiana que, de Albedrío a Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, ha ido del decasílabo (alejandrino) (octosílabo) que se vuelve línea (¿se esconde?) en un párrafo, al ejercicio de lo que Sada llamó alguna vez “prosa libre” (¡prosa sin métrica!)—una manera de enunciar específicamente sadiana que, por reconocida (y por celebrada), no deja de transformarse (¿de desenunciarse?) a través de nuevos retos. Lejos de la repetición pero, a cambio, muy dentro del eco de su propio estilo, Daniel Sada se interna en el ritmo delta del sueño con los elementos delta de la escritura: la oración lenta (¿sesgada?), tentativa (¿como de ciego?), tropezona (sin caída) que, abierta por los dos puntos o los paréntesis (estos paréntesis) o los puntos suspensivos (también entre paréntesis), parece encaminarse a un lado mientras va, sin aviso, fulgurante, jocosa, por otro: desdiciéndose (¡dudando de sí misma!) y disgregando así (¿por eso?) el texto: cubriendo la página (antes inexistente) con los amplios trazos de las ondas delta: el registro de ese sueño sin ensueños tan caro para algunas tradiciones místicas orientales y, acaso por igual (seguramente por lo mismo), para los escritores contemporáneos que descreen, radicalmente, de las fuerzas anti-délticas del mercado.
Pocos escritores tan establecidos como Daniel Sada se dan el lujo (¿o se toman el riesgo?) de salirse de sus lugares (ergo) establecidos. En lugar de marcar el territorio o de responder (ya conciente, ya inconscientemente) a las clasificaciones de los críticos (¿si un escritor del norte se muda a la ciudad de México deja de ser, ipso facto, escritor norteño?), Sada nunca cesó de serle fiel a un proyecto de búsqueda textual que no respondía ni a limitaciones regionales ni a meros asuntos anecdóticos. Desde sus múltiples y movedizas localidades (que sólo una visión centralista podría interpretar como “provincianas”), Sada criticó, desde y en el texto mismo, jerarquías de poder y mecanismos habituales de la vida cotidiana que atañen al mundo contemporáneo en general. Si en Remadrín, ese pequeño pueblo desértico, se llevó a cabo un fraude electoral y una represión violenta (ojo: fenómeno moderno), en la magalópolis alumbrada por Luces Artificiales se enjuició la fácil reverencia que comanda el poder de la imagen, en Ritmo Delta, Sada enfiló la cuña crítica de ese sueño sin ensueños contra las letras globalizadas—el despiadado mundo editorial que, en nombre de la claridad, la rapidez y la eficiencia, le apuesta al texto ameno, inofensivo, digerible: el best seller.
No es difícil atacar al best seller—los instrumentos que lo producen y lo refrendan, los cómplices que lo enarbolan, los malandrines (¿o incautos?) que lo defienden. Lo difícil, y Sada lo consiguió en esta novela, es producir un libro que no sólo condene el papel del escritor-mediático en el mundo actual sino que encarne, como lo quería Gertrude Stein, tal condena en la estructura y enunciación del mismo; un libro que, como la poesía, no deje de ser y “no [sea] más que una preservación de enigmas” (RD, 73). No es casual, entonces, que el libro del que se trata este libro, el libro que antecede y fundamenta este libro, lleve por título El sueño ayuda a la telepatía, como tampoco es coyuntural que ese libro delta haya sido escrito por un viejo e invidente (de hecho: ex escritor) que se conforma (ahora) con dar conferencias en un asilo no de primera, y que su nieto, el segundo escritor en esta historia de dos escritores, que tampoco es escritor aunque sí joven y universitario (licenciado en letras) y muy trabajador, quiera re-escribirlo con el objetivo no-velado de convertirlo en el primer best seller de editorial Fronda. El si lo logra o no lo logra o cómo lo logra es cosa de, como lo dice ese narrador que nos incluye en un nosotros casi íntimo (¿promiscuo?), ese “galimatías sugestivo”, de ese “trasunto adivinatorio” que es toda escritura delta. Ésta.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
@criveragarza (en twitter)
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