Por: EL PAÍS15/05/2014
Sofi Oksanen, Foto de Carlos Rosillo.
Por JOSÉ OVEJERO
El escritor mexicano Pedro de Isla me recordaba hace poco una frase de Flaubert, que él había encontrado citada en un artículo de Andrés Barba: "El día que sea posible representar en escena a un obrero deshonesto, el teatro francés habrá demostrado su mayoría de edad”. Y Barba añadía: “El día en el que un artista español no tenga miedo de crear un personaje femenino que haya sufrido maltrato de género y sea, a la vez, una mala persona, habremos dado un paso de gigante, ya no estaremos representando discursos, sino personas.”
El ser humano aúna acciones encomiables con otras mezquinas, momentos dignos de admiración con momentos abyectos. El verdugo puede ser, y a menudo lo es, víctima. Pero tener eso en consideración atenta contra la historieta de buenos y malos que nos vende la mayoría de los discursos políticos, de los que con demasiada frecuencia se hace eco la literatura. El obrero oprimido, generoso y heroico que se enfrenta al patrón sin sentimientos ridiculiza sin quererlo la historia de la lucha de clases a la vez que vuelve la literatura previsible y superficial. Milan Kundera afirmaba que una de las tareas de la literatura es mostrar la complejidad del mundo, y ese acto empieza por mostrar la complejidad de los personajes.
Purga, de Sofi Oksanen, revela a un tiempo la madurez que anhelaba Flaubert y el deseo de dar el paso de gigante al que se refiere Andrés Barba.
Uno de los dos personajes centrales de la novela es Aliide. Nos la encontramos cuando era una joven estonia en un país ocupado por la Unión Soviética y también cuando ya es una anciana en la Estonia liberada. Durante la ocupación soviética Aliide fue interrogada, maltratada, torturada, violada; la policía quiere que delate el paradero de Hans, el marido de su hermana, del que ella está secretamente enamorada. Aliide resiste, se niega a ser cómplice de la traición. Poco tiempo después, esa mujer valiente y sacrificada no mueve un dedo para evitar que su hermana sea deportada a Siberia junto con su hija, más bien, se alegra de ello porque de esa manera tendrá para ella sola a Hans, oculto en la casa familiar, a la que Aliide va a mudarse. Además, engañará a Hans para convencerle de que se quede allí escondido. A Aliide le da igual el sufrimiento de Inge, el de la hija, incluso el de Hans, con tal de mantener la esperanza de que un día Hans acabará queriéndola.
Purga tiene el acierto de no ceder a la tentación de convertir a sus personajes centrales en víctimas perfectas, lo que no quita fuerza, al contrario, a su mirada sobre la represión y sobre la dosis extra de brutalidad sexual que suelen recibir las mujeres en sociedades violentas. Si durante la juventud de Aliide los abusos se cometían por razones políticas –es decir, de conservación del poder-, a la nieta de su hermana, Zara, le toca vivir en la Rusia capitalista, en la que el cuerpo de la mujer tiene un valor de mercado: los represores aplican una violencia desmedida no por un objetivo político sino económico.
Pero para mostrarnos esto Sofi Oksanen no recurre a la idealización de la víctima. En un ambiente de absoluta miseria moral, todo se contagia de alguna forma de corrupción: no es posible salir indemne. Luis Martín Santos, escribió en los años sesenta una novela, Tiempo de silencio, que convertía en tema no la represión de los obreros en la España franquista, sino precisamente cómo ese tiempo de degradación alcanzaba a pobres y ricos, intelectuales, científicos, trabajadores. Porque las injusticias sociales y colectivas resultan fáciles de mostrar; lo difícil de transportar a la imaginación del lector es cómo una sociedad injusta –y todas lo son en alguna medida- permea hasta los actos más cotidianos.
De haber existido Aliide y de haber vivido tiempos menos míseros, quizá los celos que sentía de su hermana, su deseo de ser querida por Hans, la habrían empujado a pequeñas mezquindades, a alimentar desencuentros que son parte de la vida de cualquier familia. Pero al integrarse en una época en la que las actividades más inocuas pueden convertirse en delito y en la que las autoridades imponen un régimen de terror, recelo y venganza en la población, las rencillas se amplifican hasta convertirse en crímenes, la ilusión en locura, la desilusión en absoluta falta de esperanza. Purga se asoma con destreza y sin falsa piedad a ese abismo que se abre en cada uno de nosotros cuando vive en condiciones extremas. Al de Aliide, violada en nombre del socialismo y cómplice más tarde de sus violadores; al de Zara, seducida y violada bajo el capitalismo, con la impunidad que concede un sistema que nos convierte no en personas ni en ciudadanos, sino en consumidores y productores o prestadores de servicios; de la misma manera que compramos objetos sin preguntarnos en qué condiciones se han producido, el comprador de sexo mira hacia otro lado para no saber las condiciones en las que se desarrolla el negocio de la prostitución. No es personal, son solo negocios.
En ese paralelismo entre la situación de Aliide y Zara –con el paralelismo adicional de que ambas se avergüenzan de ser víctimas y casi acaba pareciéndoles que lo han merecido- estriba parte de la fuerza de esta novela ambiciosa, que no se conforma con dramatizar lo obvio, sino que se atreve a indagar en las zonas más oscuras y complejas de la condición humana.
comentarios 3
Publicado por: José 15/05/2014
Gracias por el comentario, Ángeles. La verdad es que no me parece propensión a la cursilería no saber hacer personajes malos ni víctimas que no sean otra cosa; más bien, me parece propensión a la sensatez.