Por: EL PAÍS09/05/2014
Por CRISTINA RIVERA-GARZA
Se dice, y se dice mucho, que la novela política privilegia el contenido sobre la forma, y que en eso reside su poca relevancia estética. Que, en lo que respecta al caso de México, estuvo la escritura de José Revueltas, el legendario escritor comunista que, luego de su participación activa en el movimiento del 68, fue expulsado del partido, pero que todo eso se terminó ahí. Y terminó mal. Se olvidan (y el olvido aquí no es una cosa menor) de una serie de libros que, utilizando estrategias varias, consolidó una literatura que se armaba de agallas ante la realidad sin dejar de cuestionar su relación con el lenguaje mismo. De Lapsus, una de las novelas tempranas de Héctor Manjarrez, a La mañana debe seguir gris, de Silvia Molina; de Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, de Julieta Campos, a Ahora que me acuerdo, de Agustín Ramos, los ejemplos de una novelística que conjugó las enseñanzas de la vanguardia con una preocupación íntima, carnal casi, por su entorno, se suceden uno tras otro.
Después de publicar Al cielo por asalto (1979) y La vida no vale nada (1982), novelas que abordaron el quehacer ardiente y desencantado de una juventud en plena resistencia contra los dictados del Estado o del consumo, Agustín Ramos volvió en 1985 con un recuento que mucho tenía de íntima desolación y mucho, también, del novelista que se arriesga con la forma y establece las propias reglas de su juego. En efecto, en Ahora que me acuerdo, Ramos explora lo que pasó después. Se trata del post-1968, pero sobre todo de lo que quedó del país, especialmente de sus juventudes de izquierda, luego de la represión estudiantil de 1971, conocida como el halconzo de Jueves de Corpus.
Con el guiño tenaz de la autoetnografía, haciendo del narrador un uno (tanto en mayúscula como en minúscula) que pronto se fusiona con la figura del lector, Ramos hace del yo un lugar hospitalario y, sobre todo, plural. Los límites entre el narrador y la ciudad son, también, difusos. La subjetividad del que cuenta se extiende por el mapa de la ciudad que, al ser recorrido, se vuelve lo que es: puro cuerpo. Pura memoria. Cercado por imágenes de la prensa de su día, por epígrafes que, desde la filosofía o desde la literatura, cuestionan la relación entre la escritura y la experiencia, que es otra forma de poner en entredicho a la escritura y la verdad, el texto se mueve entre la confesión, las versiones encontradas, y el diario íntimo.
“¿Luego entonces, amiga, todo muere?”, se pregunta el narrador cuando se prepara a recorrer ese camino desolador, signado por la violencia del Estado y el creciente imperativo de la ganancia, que va de “la juventud a la chingada”. En una prosa urbana como la que más, alimentada tanto por la velocidad de las calles como del ritmo galopante de sus cuerpos, Ramos atraviesa el fin de la utopía con una tristeza que no por serlo, y serlo profunda, rabiosamente, renuncia a su talante crítico. Ahora que me acuerdo se desmorona poco a poco, con la misma cadencia con la que va cayendo la inocencia o la esperanza o la felicidad. “¿Por Reforma o por Revolución?”, preguntan unos amigos tratando de saber qué calle tomar (ambas son grandes vías de circulación en la Ciudad de México) para llegar a su destino. “Por Revolución./ No, mejor por Reforma./ Como gustes, pero vámonos ya. / Por eso, ¿por Reforma o por Revolución?/ Las dos vías están congestionadas por los dogmas, por el miedo y la desesperación./ Es cierto./ Ni a cuál irle, carajo.” Sin guiones, súbitamente yuxtapuesto, el diálogo más bien parece marejada. O guiño absurdo. O presente impar.
Ahora que me acuerdo confirma que no es posible escribir novelas críticas de la realidad circundante utilizando de manera acrítica el andamiaje de la ficción (punto de vista, arco narrativo, creación de personajes, diálogos, etc). También demuestra que el riesgo formal puede convivir a la perfección con el peso emotivo de una historia a la vez personal y social. “Nuestras guerras:” asegura el narrador memorioso, “particulares, civiles, militares, geopolíticas, galácticas, íntimas, de ojos para adentro: todas son la misma guerra, variaciones de forma, cuestión de estilos”.
* Cristina Rivera-Garza, su último libro es El mal de la taiga
@criveragarza (en twitter)
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