El economista Tim Duy preguntaba recientemente en su blog: ¿cuándo podemos admitir todos que el euro es un fracaso?
La respuesta, por supuesto, es que nunca. En la moneda única se han invertido demasiada historia, demasiadas declaraciones y demasiado ego como para que los interesados reconozcan jamás que quizás hayan cometido un error. Incluso si el proyecto acaba en un desastre total, insistirán en el que el euro no le falló a Europa, sino que Europa le falló al euro.
Pero se me ocurre que podría ser buena idea que recapitulara mi opinión sobre lo que realmente está causando daño a Europa y lo que se podría hacer todavía.
Por tanto, empecemos por Europa tal como estaba a finales de la década de 1990. Era un continente con muchos problemas, pero nada parecido a una crisis, y no había muchas señales de que estuviera siguiendo un camino insostenible. Luego llegó el euro.
El primer efecto del euro fue un estallido de euforia: de repente, los inversores creyeron que toda la deuda europea era igual de segura. Los tipos de interés bajaron en toda la periferia europea, lo que hizo que España, Grecia y otras economías similares recibiesen enormes flujos de capital.
Estos flujos de capital propiciaron unas burbujas inmobiliarias enormes en muchos lugares, y, en general, crearon booms en los países que recibían los flujos.