Ken Rogoff, el economista de Harvard cuyo trabajo con Carmen Reinhart ha desempeñado un papel fundamental en el debate sobre las políticas de austeridad, escribía recientemente una columna que está estructurada como un argumento en contra de Aquellos que: aquellos que piensan que los problemas de Europa provienen únicamente de una excesiva austeridad, y que todos ellos se resolverían con un poco de keynesianismo. Podría ser útil que mencionara esos nombres, o de lo contrario la gente podría imaginarse que está hablando, pongamos por caso, del economista Martin Wolf o de mí. Pero no puede ser, ¿verdad? Porque ninguno de nosotros – ni, ya puestos, nadie más que se me pueda ocurrir – está defendiendo ese argumento.
Todo el mundo con un poco de sentido común ha sostenido desde el principio que Europa tiene un gran problema debido a su moneda única: los países de la periferia de la eurozona sufrieron un drástico aumento de los costes relativos y de los precios durante los años de bonanza, y el proceso de corregir esa sobrevaloración mediante “la devaluación interna” ha sido extremadamente difícil y doloroso.