He estado pensando en cómo hablamos –o no hablamos– de la conveniencia de los objetivos de inflación baja.
Como señalaba recientemente, el informe Perspectivas Económicas Mundiales del Fondo Monetario Internacional expone unos argumentos convincentes a favor de aumentar el objetivo por encima del 2%, pero evita decirlo de una forma tan explícita, y recurre a unos eufemismos en clave. Mientras tanto, la paranoia de la inflación es en gran parte partidista. En mis notas para una reciente clase en Princeton (pueden verlas aquí: bit.ly/1iU9Qd8), hice una lista de las personas que firmaron una carta abierta de 2010 a Ben Bernanke, el por aquel entonces presidente de la Reserva Federal, en la que advertían de la “devaluación” del dólar por la relajación cuantitativa; es evidente que todas las personas de la lista son republicanos muy comprometidos, y también hay algunas personas con la ideología adecuada pero que no tienen credenciales profesionales relevantes. (¿William Kristol y Dan Senor son expertos monetarios?)
Entonces, ¿qué está pasando aquí? Permítanme insinuar que, en el fondo, es un asunto de clases. La política monetaria no es realmente neutral desde el punto de vista tecnocrático y político; la inflación moderada puede ser buena para el empleo, especialmente si estás tratando de eliminar un exceso de deuda, pero es mala para el 0,1% de los estadounidenses más ricos. Y ese hecho acaba ejerciendo una enorme influencia sobre la discusión.