Paz, en construcción

Sobre el blog

Un espacio de reflexión y debate sobre la necesidad de generar condiciones de paz en un mundo azotado por la violencia y la injusticia. El blog será coral, nutrido por colaboraciones de varias personas vinculadas a los centros de investigación, ONG y movimientos sociales por la paz de todo el Estado. También contará con alguna colaboración puntual de voces internacionales.

Sobre los autores

Jordi Armadans Jordi Armadans Politólogo, periodista y analista en temas de seguridad, conflictos, militarismo, desarme y cultura de paz. Director FundiPau (Fundació per la Pau), miembro de la Campaña Armas Bajo Control y miembro de la Junta Directiva de AIPAZ.

Jordi CalvoJordi Calvo Economista, analista e investigador sobre economía de defensa, militarismo, paz y desarme. Investigador del Centro Delàs de Estudios por la Paz (Justícia i Pau) y miembro de la Junta Directiva de la Federació Catalana d’ONG y del International Peace Bureau (IPB).

Josep Maria RoyoJosep Maria Royo Politólogo, analista e investigador sobre conflictos y construcción de paz de la Escola de Cultura de Pau de la UAB. Miembro de la Junta Directiva de la Federació Catalana d’ONG.

Vencedoras y vencidas

Por: | 16 de abril de 2014

Gorka Ruiz y Rocío Salazar, Bakeola (Centro para la mediación y regulación de conflictos de EDE taldea)

Foto gesto x gorka

Miembros de Gesto por la Paz reclaman en 1996 en la playa de Zarautz, custodiados por la Ertzaintza ante la amenaza de una concentración contraprogramada por grupos abertzales, la liberación del funcionario de prisiones secuestrado por ETA José Antonio Ortega Lara. Foto: Luis Alberto García (El País)

Al contemplar esta imagen, son varios los retos que se plantean necesarios superar para reconstruir el tejido social y la convivencia en el País Vasco.

Un país en el que hemos sido capaces de vivir de manera cotidiana con la escena en la que unas personas reclamaban la libertad de un secuestrado y se veían enfrentadas a otras personas que reclamaban la libertad de Euskal Herria. Y en medio, la Ertzaintza, la policía autonómica garantizando la libertad de expresión y manifestación. Una imagen que simboliza la esquizofrenia en estado puro.

Un año antes, en mayo de 1995, la Ertzaintza cargaba brutalmente contra los familiares de Lasa y Zabala cuando intentaban hacerse cargo de los féretros de los dos jóvenes asesinados hacía 12 años por los GAL. Otra imagen dolorosa y dantesca.

Para poder dar lugar a estas realidades vividas, necesitamos que algunas ideas resulten vencedoras y otras vencidas.

A razón del conflicto político e identitario, que continúa hoy en las sociedades vasca y española, se ha matado, extorsionado, secuestrado, coaccionado, torturado… En nombre del pueblo vasco, del pueblo español y en nombre de la democracia. Estas razones y realidades explican lo sucedido pero no son argumento suficiente para justificar la existencia e inevitabilidad del uso de la violencia. Algunas personas y colectivos decidieron no utilizarla. Son el mejor ejemplo de que era posible hacerlo de otra manera.

No fueron tantas las personas que entendieron que la violencia era un sinsentido, que no tenía justificación posible. Menos aún las que se posicionaron públicamente frente a ella. Esta realidad fue minoritaria. De modo mayoritario nos dejamos llevar por la corriente del “algo habrá hecho”, “le va en el sueldo” o “si se ha metido ahí, que se atenga a las consecuencias”.

Otras decidimos situarnos en un lugar que considerábamos “neutral”, a medio camino entre las partes protagonistas principales de toda esta historia. Ahora muchos sentimos que nos equivocamos. Quisimos ser espectadores, probablemente para no ser atrapados por la violencia y sentirnos así, salvados. El miedo, la vergüenza y la culpa son algunos de los pilares que sustentaron aquella sinrazón. Fue un error y un horror. Fueron muchos los errores que cometimos y los horrores en los que participamos.

Ahora nos encontramos en otro momento, en un tiempo nuevo. Un tiempo de oportunidad y esperanza para construir un futuro, un presente, en el que le demos lugar a todo aquello. En estos años tenemos una ocasión de oro, para poder mirar juntos hacia atrás y reconocernos en nuestras propias historias de presencia y ausencia.

Necesitamos que resulten vencidas las actitudes que buscan justificar la violencia y el terror, la deshumanización y falta de empatía hacia el dolor ajeno. Necesitamos superar el silencio y la parálisis social que hemos aprendido a lo largo de estos años. Necesitamos desterrar la utilización partidaria del sufrimiento y el corporativismo sobre los derechos humanos.

Anhelamos que las ideas vencedoras sean la vida y la dignidad de las personas frente a cualquier lucha o reivindicación. Que ante la existencia de un conflicto político el uso de la violencia sea radicalmente descartado. Que las personas, organizaciones e instituciones de este país trabajemos por la garantía de derechos para todas las personas. Que garanticemos el reconocimiento social a las personas que han sufrido de manera más directa la violencia, las víctimas, y que miremos de frente los sufrimientos injustos y las vulneraciones producidas. Son senderos por los que debemos transitar para construir un futuro de convivencia sobre unas bases mínimas de dignidad, personal y social.

Un horizonte que se concreta en una sociedad conciliada y reconciliada con nuestro pasado reciente. Una sociedad capaz de reconocerse y responsabilizarse del dolor causado, de sentir el dolor de “los otros”. Una sociedad preparada y dispuesta a pedir perdón por los errores cometidos.

Y sí, necesitamos el perdón. Un perdón que nace de las entrañas de la persona, y su efecto transciende de la esfera de lo personal, proyectándose socialmente cual onda expansiva de humanidad. Lo necesitamos para cuidar nuestras heridas con la fuerza sanadora y reparadora de quien lo pide. Para sentir y compartir la liberación de quienes lo otorgan.

Evocando a Eduardo Galeano, tenemos el reto de construir una memoria social para que dentro de 20 o 30 años… “cuando miremos la cicatriz, y recordemos, no nos duela”.

La guerra también se privatiza

Por: | 10 de abril de 2014

Felipe Daza, CoDirector de NOVACT-Instituto Internacional de la Acción Noviolenta y coordinador de la campaña Control PMSC.


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                                                   Imagen: War on Want

El poder se está degradando y dispersando a nuevos actores emergentes. En este proceso los Estados son cada vez menos soberanos y uno de sus reflejos es el fin del monopolio del uso de la fuerza.

Los Estados, entre ellos el español, están externalizando funciones de seguridad pública, servicios de inteligencia o, incluso, la participación directa en combate a Empresas Militares y de Seguridad Privadas (EMSPs).

Este fenómeno se conoce como la privatización de la guerra y la seguridad, y aunque nos recuerde al antiguo oficio de los mercenarios, es un negocio relativamente nuevo, legal y en expansión desde el ataque terrorista del 11-S de 2001 y las consecuentes estrategias de seguridad nacional e internacional.

En 2007, alrededor de 190.000 contratistas militares y de seguridad privada operaban en Iraq. En diciembre de 2008, suponían el 69% de toda la fuerza militar del Departamento de Defensa de EE.UU. en Afganistán . La industria de las EMSPs mueven anualmente 100.000 millones dólares. Tan solo en la ocupación de Iraq, han obtenido 138.000 millones de dólares desde el 2003

Este lucrativo negocio esta permitiendo la emergencia de ejércitos privados con tecnología y armamento pesado tradicionalmente utilizado por Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado. La empresa británica G4S, con más de 620.000 empleados operando en 120 países, y con un beneficio en 2012 de 7.300 millones de libras esterlinas, es un ejemplo del potencial militar que posee.

Derechos Humanos y transparencia

La falta de control democrático, la naturaleza de las funciones que desarrollan y  la ausencia de transparencia de la industria de las EMSP, han contribuido a crear más violencia y graves violaciones de derechos humanos. La coalición  internacional Control PMSC [www.controlpmsc.org] ha identificado casos muy serios que van desde la tortura en procesos de interrogación, hasta el asesinato de civiles en Irak y Afganistán.

En Palestina, G4S contribuye en la ocupación a través de la provisión de servicios y equipos de seguridad a las prisiones, checkpoints y policía fronteriza israelí. La sociedad civil británica lleva años denunciando esta situación y hasta el momento han conseguido cancelar los contratos de seguridad que esta empresa tenía con las universidades de Southampton y Kings College.


En España, en un contexto de activo desmantelamiento de lo público para incrementar las áreas de negocio del sector privado, la seguridad no es una excepción. La privatización de este sector comenzó con amplios acuerdos para que contratistas privados pudieran proteger, con armamento pesado, a los pesqueros españoles que faenaban frente a las costas de Somalia.

Mientras que en mayo de 2012, la Comisión de Interior del Congreso aprobó una iniciativa para estudiar la  posibilidad de que personal de seguridad privada substituyera a funcionarios públicos en el control de los accesos a los centros penitenciarios. CiU pedía, además, incluir esta propuesta en la reforma de la Ley de Seguridad Privada que se estaba elaborando en aquel momento.

El proyecto de ley de seguridad privada legitima el proceso de privatización de la guerra y la seguridad, convirtiendo a EMSPs en complementarias a las fuerzas del orden. Esto les otorga funciones de seguridad pública y uso de la fuerza que, por su naturaleza, deberían estar sujetas al escrutinio democrático. En un momento donde los procesos de custodia policial están en tela de juicio, la subcontratación de funciones relacionadas con la seguridad pública empeora, si cabe, la protección de los derechos sociales y políticos de los ciudadanos y ciudadanas de este país.

En los próximos años veremos como numerosas EMSPs se asientan en el Estado español a través de filiales y acuerdos con empresas locales. Concretamente de Israel, que a través de la ocupación y la violación sistemática de los derechos del pueblo palestino, innova y exporta técnicas de combate cuerpo a cuerpo, control de masas y mecanismos de vigilancia.

Por todo ello, debemos exigir al Gobierno español que detenga el proyecto de ley de seguridad privada y el proceso de privatización de la seguridad pública. Es inaceptable y perverso considerar la seguridad pública como una oportunidad de negocio y especialmente si es gestionada por empresas privadas que cometen graves violaciones de derechos humanos.

¿Un Mandela de Walt Disney?

Por: | 04 de abril de 2014

Oscar Mateos (@oscarmateos1). Profesor de la Universitat Ramon Llull de Barcelona, escribe en el blog Todo es posible.

La estatua de Mandela, inaugurada recientemente en Pretoria. En el detalle, el conejo oculto. / CORDON PRESS

La unanimidad internacional sobre la grandeza humana y política de Nelson Mandela ha quedado suficientemente constatada tras su muerte el pasado 5 de diciembre de 2013. Los mensajes de los principales líderes internacionales, e incluso la viralidad que adquirieron en las redes sociales algunas de sus frases más destacadas tras conocerse su fallecimiento, denotan que se ha ido una de las grandes figuras del siglo XX. Su legado –se ha repetido incesantemente- es ingente.


Ahora bien, cabe preguntarse si en el proceso de construcción del mito de Mandela no se ha acabado desnaturalizando su dimensión política. Durante las semanas previas y posteriores a su muerte dio la sensación de que se estaba construyendo un Mandela a base de eslóganes descontextualizados y mediante imágenes ciertamente vacías: en una radio una locutora presentaba a Mandela como “la máxima expresión del amor y de la paz”. No es que semejante expresión no pueda tener algo de cierto, pero precisamente detrás de esa idea se esconde una trayectoria política tremendamente intensa, que empieza con su militancia en el Congreso Nacional Africano (CNA), pasa por los 27 años de prisión y  desemboca en su liberación y en el complejo liderazgo de un país roto. Da la sensación, de que algunos medios de comunicación y algunos mandatarios políticos con sus declaraciones sobre el personaje (para la posteridad quedan las declaraciones de Rajoy  al respecto) han empequeñecido la inmensidad de un verdadero gigante político. Asimismo, ha prevalecido una cierta imagen “hollywoodiense” del líder sudafricano (un “Mandela de Walt Disney”, señalaban algunos hace unas semanas), seguramente favorecida por la película de “Invictus”, así como un cierto intento de apropiación por parte de líderes políticos o partidos que hasta hace poco tenían a Mandela figurando en sus listas de principales terroristas.


En este sentido, vale la pena subrayar tres aspectos, profundamente políticos, que hacen de Nelson Mandela un personaje extraordinario. Son aspectos, que más allá de los geniales libros de John Carlin, pueden apreciarse sobre todo en su autobiografía “El largo camino hacia la libertad”, donde quedan patentes muchas de las contradicciones y dificultades vitales a las que estuvo permanentemente sujeto. En primer lugar, se ha obviado el intenso debate que en el seno del CNA se mantuvo hasta el final sobre la utilización de la lucha armada. Fue a mediados de 1990, una vez liberado Mandela, cuando el CNA decidió “suspender” (que no poner fin) a la lucha armada, para favorecer las negociaciones con el gobierno de De Klerk. El propio Mandela lo expresaba así en sus memorias (pp. 606-607): “Yo defendí la propuesta diciendo que el objetivo de la lucha armada siempre había sido el de obligar al gobierno a sentarse a negociar, y que ese objetivo se había cumplido. Sostuve que siempre era posible reanudar la lucha armada, pero era necesario dar una muestra de nuestra buena fe”. Y la decisión no fue nada fácil, ya que entre 1990 y 1993 el país entró en un clima prácticamente de guerra civil, en el que los seguidores del ANC fueron masacrados por los de Inkhata y en el que el regreso a la lucha armada estuvo a punto de producirse. Y en este último aspecto fue esencial la habilidad y la estrategia política de Mandela.


Una segunda cuestión tiene que ver precisamente con este hecho: no es exagerado afirmar que Mandela evitó una guerra civil, tal y como el propio Arzobispo Desmond Tutu ha recordado en varias ocasiones. En su autobiografía, pero también en el reciente libro de John Carlin “La sonrisa de Mandela”, queda patente un aspecto casi incomprensible si uno se zambulle en el escenario guerracivilista sudafricano de principios de los noventa: no se inició una guerra abierta entre facciones porque Mandela se empeñó, contra viento y marea y contando con la incomprensión de muchos dirigente del CNA, en dialogar con sus enemigos. De hecho, Mandela convirtió el diálogo en el arte de ensimismar a sus principales rivales, tal y como el ultraderechista Constand Viljoen, considerado como un héroe afrikáner, ha reconocido.


Finalmente, Mandela inspiró una visión sobre un modelo social, no sólo para Sudáfrica sino para todo el continente africano. Es cierto, tal y como muchas voces recuerdan, que si bien el país ha logrado la convivencia multirracial, las diferencias sociales siguen siendo abismales. No obstante, Mandela ha contribuido enormemente a entender que el futuro pasaba no sólo por la erradicación de la violencia directa, sino que la construcción de paz, con todas las dificultades del mundo, tenía que ver con el fin de la violencia estructural, siendo la educación y la lucha contra la pobreza, las principales bases. Los logros en este último aspecto son escasos, pero culpar de este hecho a Mandela, que sólo permaneció en la presidencia durante cinco años, es del todo desproporcionado.


Más allá de la caricatura mediática, de ese personaje de Walt Disney que por momentos parece haber emergido en algunos medios, hay que reconocer, una y otra vez, la grandeza política de Mandela. Un Mandela capaz de resignificar y ensanchar conceptos como el de libertad o reconciliación. “Sabía mejor que nadie que es tan necesario liberar al opresor como al oprimido” –escribe en las últimas páginas de su autobiografía- “Aquel que arrebata la libertad a otro es prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes de los prejuicios y la estrechez de miras […] Cuando salí de la cárcel ésa era mi misión: liberar tanto al oprimido como al opresor”.

El País

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