Paz, en construcción

Sobre el blog

Un espacio de reflexión y debate sobre la necesidad de generar condiciones de paz en un mundo azotado por la violencia y la injusticia. El blog será coral, nutrido por colaboraciones de varias personas vinculadas a los centros de investigación, ONG y movimientos sociales por la paz de todo el Estado. También contará con alguna colaboración puntual de voces internacionales.

Sobre los autores

Jordi Armadans Jordi Armadans Politólogo, periodista y analista en temas de seguridad, conflictos, militarismo, desarme y cultura de paz. Director FundiPau (Fundació per la Pau), miembro de la Campaña Armas Bajo Control y miembro de la Junta Directiva de AIPAZ.

Jordi CalvoJordi Calvo Economista, analista e investigador sobre economía de defensa, militarismo, paz y desarme. Investigador del Centro Delàs de Estudios por la Paz (Justícia i Pau) y miembro de la Junta Directiva de la Federació Catalana d’ONG y del International Peace Bureau (IPB).

Josep Maria RoyoJosep Maria Royo Politólogo, analista e investigador sobre conflictos y construcción de paz de la Escola de Cultura de Pau de la UAB. Miembro de la Junta Directiva de la Federació Catalana d’ONG.

República Democrática del Congo: 20 años de una guerra inacabada

Por: | 24 de octubre de 2016

Marta Iñiguez de Heredia, doctora en RRII por la LSE, actualmente Marie Sklodowska-Curie Fellow en el IBEI

ChildsoldiersgroupFoto: Menores-soldado en centro de desmovilización de Masisi / Marta Íñiguez

El 24 de octubre se cumplen dos décadas del comienzo de una serie de guerras en la República Democrática del Congo (RDC) que no han acabado. Ese otoño de 1996, los rebeldes del general Laurent Kabila, sumados a los Ejércitos de Ruanda y Uganda y el apoyo estratégico de EEUU y Reino Unido, entraban por las provincias orientales del Norte y Sur de Kivu. Su propósito: desmantelar los campos de refugiados del genocidio ruandés, desde donde se estaban reorganizando miembros del antiguo gobierno y ejército ruandeses, y dar un golpe de Estado contra el Mariscal Mobutu, al frente del Gobierno del entonces Zaire. Se confirmaron con ello los augurios de Franz Fanon hace 50 años: África tiene forma de pistola y el Congo es su gatillo. Esta guerra, que apenas duró siete meses, desató una serie de conflictos, incluyendo la llamada Guerra Mundial Africana, y marcó el rumbo de la región de los Grandes Lagos y África Central.

Las claves del conflicto en la RDC

La guerra del 96 tuvo consecuencias políticas, económicas y sociales a distintos niveles. En primer lugar, se consolidó un cambio en el balance regional de poder, adquiriendo Ruanda y Uganda una hegemonía militar que tanto ha garantizado como que ha comprometido su seguridad, y ha involucrado a Angola y Sudáfrica, erigiéndose como contrapoderes. Las relaciones Ruanda-RDC vienen marcadas desde entonces por la mutua instrumentalización y confrontación en torno a intereses políticos, económicos y de seguridad en el este de la RDC. Se consolidó también que buena parte de las dinámicas y la violencia en el este del Congo adquirieran (artificialmente) una perspectiva étnica entre ruandófonos, Tutsis y Hutus, por una parte, y población “autóctona” por otra. Este cariz, si bien ha influido en la ideología que muchos grupos armados han tomado, no explica en sí mismo el conflicto.

En segundo lugar, una creciente influencia anglófona se impuso en la región de los Grandes Lagos, desbancando a la Francofonía. El Mariscal Mobutu ya había sido una de las joyas de la corona anti-soviética de EEUU (a pesar de ser vehículo de diamantes y otros recursos del socialista Frente Nacional de Libertação de Angola). La subida de Museveni en Uganda y Kagame en Ruanda dio sustento al ímpetu de Bill Clinton de apoyar nuevos líderes africanos que supieran llevar con mano de hierro la agenda liberal que se había impuesto después de la guerra fría. Esto se sumó al peso de la culpa que líderes como Tony Blair sentían por la inacción ante el genocidio ruandés de 1994. Estas alianzas han conseguido que graves violaciones de la soberanía congoleña por parte de estos países no hayan sido realmente el objetivo de una condena internacional seria.

En tercer lugar, los eventos del 96-97 siguen siendo uno de los periodos más violentos que ha vivido la RDC. El informe del Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU en 2010 sugirió la posibilidad de un genocidio en las incursiones contra los campos de refugiados por parte de la coalición Kabila-Ruanda-Uganda. Este conflicto además marcó el carácter de las sucesivas guerras como una guerra contra la población civil. Desde esta fecha ha sido la población civil la que más ha sufrido asesinatos, torturas, trabajo esclavo, matrimonios forzosos, violencia sexual y desplazamiento forzoso de sus tierras. Es por esto también que las milicias populares Mai Mai han jugado y juegan un papel fundamental no sólo en avanzar su agenda política, sino en ofrecer seguridad a la población - si bien estas milicias también han cometido graves abusos.  

Finalmente, pero más importante si cabe, la guerra del 96 transformó la lucha por la democracia en un combate violento. Durante los años 80 la oposición contra Mobutu se había intensificado, llegando a lograr el fin del partido único en 1990. El levantamiento del 96 precipitó a muchos, tanto parlamentarios como intelectuales, jóvenes y población rural, a la lucha armada, viendo una oportunidad para quitarse el yugo del autoritarismo y la pobreza. En algunas áreas, especialmente en los Kivus, algunas milicias Mai Mai, formadas en su mayor parte por jóvenes sin trabajo y campesinado, llegaron a administrar varios territorios. En el 2002 la ONU calculó que podían tener cerca de 30,000 combatientes. La rebelión del 96 fue por tanto no sólo un alzamiento militar de soldados renegados y tropas extranjeras, fue también un levantamiento popular.

Mobutu fue derrotado, pero ni la democracia ni la paz se impusieron. En 1998 recomenzaba la guerra, esta vez, más intensa y más larga, la Guerra Mundial Africana. Nueve países se involucraron, apoyados por potencias extranjeras, llegando a partir la RDC en tres. También en esta guerra, milicias populares se alzaron para defender la integridad del país y la posibilidad de un cambio político y económico. De ahí, se han ido sucediendo una serie de conflictos más localizados de forma cíclica hasta hoy, en los que algunas milicias han servido de proxy para la confrontación armada entre el gobierno congoleño y países vecinos.

Volver a una guerra inacabada… e incomprendida

Parece que, como decía Gardel, 20 años no son nada. Es posible volver a la guerra como se vuelve a un primer amor. La negativa del presidente Joseph Kabila a celebrar elecciones como toca en noviembre de este año está llevando a la RDC a una crisis profunda en la que, nuevamente, la lucha por la democracia es protagonista. Kabila ‘fils’ (hijo), otrora alabado por las potencias occidentales por su compromiso con la liberalización económica y la democratización, está haciendo caso omiso al límite de dos mandatos que le impone la Constitución congoleña. El presidente ha argumentado que hace falta rehacer el censo y que no hay recursos, posponiendo las elecciones hasta julio de 2017. Entre tanto el Gobierno ha intensificado la represión contra disidentes políticos, defensores de derechos humanos, periodistas y líderes religiosos.

BunyakiriPoblación desplazada por las FDLR en Bunyaikiri / MI

En la RDC hay un conflicto político. Y tal como se vio en el conflicto del 96-97, éste tiene que ver tanto con la injerencia internacional, la explotación de recursos, los intereses politicos y de seguridad, como con las ansias de cambio político y del fin de la pobreza de la población. No obstante, hay otro problema grave que es la falta de comprensión del conflicto por parte de los actores internacionales que se dicen constructores de la paz en la RDC. Los paradigmas con los que se suele explicar el conflicto en la RDC son la avaricia, la explotación de recursos naturales y la conflictividad étnica. Pero en la RDC no hay un conflicto étnico, tampoco una guerra civil, ni el fin último de las milicias es simplemente la explotación de recursos. Los recursos pueden engrasar la maquinaria de guerra, pero no son su causa. Tampoco los recursos explican todo en cuanto a la injerencia de países vecinos y de fuera de la región. Si bien es verdad que hay diversos actores compitiendo por el control de zonas fértiles de cultivo, de coltan, uranio, oro y petróleo, los intereses de los países involucrados también hay que entenderlos en forma de seguridad y de control político. Tampoco el paradigma del Estado fallido explica mucho sobre lo que pasa en la RDC. La corrupción y el mal funcionamiento de las instituciones son el mal de muchos países en el mundo, y no cuentan con una guerra a sus espaldas de más de 3 millones de personas. Esta falta de comprensión ha llevado a beneficiar a Ruanda y a Uganda con ayudas, mientras intervenían militarmente en la RDC, directa o indirectamente. Ha llevado también a forzar la integración de grupos armados en el Ejército congoleño, creando así un Ejército que es un mosaico de grupos armados, infiltrado por países vecinos. Ha llevado a ignorar los reclamos políticos de las milicias populares, aplicando una lectura étnica de sus actividades. Las prisas por formar un Gobierno ha desembocado en el apoyo a un presidente autoritario.

La complejidad del conflicto en la RDC radica no sólo en que tiene raíces locales, nacionales, regionales e internacionales sino también en que pone en evidencia el modelo político y económico que define las relaciones Estado-sociedad en la RDC y de la RDC con la economía y política mundiales. Es por esto que las soluciones hasta ahora probadas en torno a un modelo de Estado liberal a base de elecciones y una liberalización de sectores industriales clave no han dado salida a los problemas de conflicto, pobreza y autoritarismo. No es por tanto extraño que sigamos viendo el conflicto del 96 proyectado en el futuro a largo plazo, y que cobre fuerza otra vez cuando peligren los pequeños avances democráticos conseguidos.  

Naciones Unidas: renovarse o morir

Por: | 11 de octubre de 2016

MARTIAL TREZZINI EFEFoto: Martial Trezzini/EFE

Los focos de las cámaras de los principales medios de comunicación de todo el mundo se han reunido en Nueva York para plasmar el 71º periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU. Este encuentro anual retrata en blanco y negro y con olor a naftalina una organización septuagenaria cuyos principales miembros se resisten a dejarla entrar en boxes a pesar de las numerosas críticas que la sitúan permanentemente al borde del abismo. Sin embargo, esta organización sigue siendo en la actualidad la principal garante de la paz y la seguridad internacionales de carácter multilateral. A pesar de numerosos fracasos y déficits, sobre todo democráticos y de representatividad en el seno de su principal órgano decisorio, el Consejo de Seguridad de la ONU.

Esta ocasión ha trascendido a las anteriores por el hecho de coincidir la salida de dos de sus principales líderes: por un lado, el presidente de los EEUU, Barack Obama, sobre el que se habían depositado tantas expectativas que incluso se le concedió de antemano un premio Nobel de la Paz, aunque su sello en Afganistán, Libia, Irak y Siria no pasará a la historia precisamente por su promoción de la diplomacia multilateral. Por el otro, el coreano Ban Ki-moon, después de liderar –con más pena que gloria– la organización durante los últimos nueve años. Entre sus éxitos se destaca el reciente acuerdo global contra el cambio climático y la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, un brindis al sol viendo la actual cartera de líderes occidentales conservadores que debieran encabezar esta iniciativa, empezando por la UE.

Mientras, los objetivos de otras cámaras –con menos luz y taquígrafos– siguen intentando dar testimonio de las más de 4.000 personas de Siria, Iraq, Afganistán, Eritrea y otros países fallecidas durante el año 2016 en las aguas del Mediterráneo y de los centenares de miles de personas originarias de estos mismos países que han conseguido cruzar esta tumba abierta pero que se enfrentan a la inacción española, europea y de la ONU, cuando no el boicot activo -véase el fallido referéndum anti-inmigración de Hungría. Este gran fracaso internacional camuflado como crisis de refugio, los conflictos en Siria, Irak y Afganistán y el reto que supone Estado Islámico son los principales frentes que le deparan al nuevo secretario general de la ONU.

Sin embargo, existen otros muchos escenarios que se encuentran todavía más alejados de los focos de los medios de comunicación, tal y como han recordado algunos periodistas españoles y africanos en el I Encuentro de Periodistas África-España organizado por Casa África en Madrid, escenarios que tienen que luchar para tener una presencia que huya de los estereotipos que tradicionalmente acompañan la información que procede del continente africano.

Financiando el conflicto en RCA

Un bochornoso ejemplo de silencio mediático y de fracaso del papel de la ONU en los últimos años es la situación que padece la República Centroafricana (RCA). El 2 de septiembre se hizo público un nuevo escándalo concerniente al papel que la ONU está desempeñando en este país y cómo la organización incluso contribuye a financiar el conflicto armado que padece. Una investigación de IRIN, agencia creada en los noventa por la propia ONU que en 2015 decidió abandonar el corsé de la organización internacional, desveló que esta organización había pagado más de medio millón de dólares a una de las empresas que la propia ONU había incluido en su lista de empresas y particulares sancionadas por haber alimentado el conflicto armado en el país con la venta de diamantes procedentes de zonas en conflicto y por haber proporcionado apoyo a los grupos armados, y que a pesar de conocer este hecho seguía contratando a dicha empresa. Conocida como el Bureau d’Achat de Diamant en Centrafrique (BADICA), fue incorporada a la lista de sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU en agosto de 2015 por su controvertido papel en el comercio de diamantes en la RCA. El Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de la ONU confirmó a IRIN que alquilaba unos terrenos propiedad de BADICA en la capital donde se alojaba la Bangui Joint Task Force, el centro de operaciones conjuntas formado por la Policía de la ONU y los batallones de la MINUSCA, la misión de mantenimiento de la paz de la ONU en el país. BADICA forma parte del Grupo empresarial Abdoulkarim, con base en Antwerp (Bélgica), país en el que también vive su líder empresarial, Abdoulkarim Dan Azoumi.

Júlia Serramitjana IO-EPFoto: Júlia Serramitjana/IO

Fuentes de la ONU han argumentado que son conscientes de esta irregular situación desde que BADICA fuera incluida en la lista en agosto de 2015, pero la búsqueda de instalaciones que cuenten con las condiciones que ofrece el terreno de BADICA han sido infructuosas, por lo que sigue contratando a esta empresa. El mismo Consejo de Seguridad de la ONU ha señalado que los contratos pre-existentes con firmas sancionadas pueden continuar bajo determinadas circunstancias que se establezcan en las propias resoluciones. La actual extensión del contrato con BADICA expira a finales de octubre de 2016, y por el momento no hay noticias de que la ONU vaya a abandonar estas instalaciones, lo que pone de manifiesto no sólo el fracaso de la comunidad internacional para frenar la financiación de los actores que contribuyen a la prolongación de la guerra en el país, sino incluso su connivencia y responsabilidad en los hechos. El último informe de la ONU dibuja un panorama desolador de persistencia de tráfico de armas, de acciones bélicas de los grupos armados, de explotación ilícita de recursos naturales así como de abusos y desplazamiento de civiles.

Violencia sexual, abusos e impunidad

Pero el desolador panorama no termina aquí. Un recuento de las cifras que ha ofrecido la misma ONU en febrero de 2016 sobre acusaciones de abusos sexuales y violencia por personal de las misiones de la ONU situaron la RCA como el país donde se han producido más acusaciones de violencia y abusos del mundo en el año 2015, con 22 de las 69 denuncias. Una comisión de expertos designada por la misma ONU reconoció en 2015 el fracaso de la organización en hacer frente a esta situación, ejemplificada con la dimisión de Ander Kompass en junio de 2016. Este diplomático sueco, director de operaciones de la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (OHCHR), filtró a las autoridades francesas información clasificada de la ONU sobre abusos sexuales de menores cometidos por los soldados franceses. El Alto Comisionado de la OHCHR, el jordano Zeid bin Ra’ad, consideró que Kompass no había consultado esta decisión y forzó su dimisión, aunque posteriormente tuvo que readmitirlo. El alud de críticas forzó la creación de esta comisión de expertos, que determinó la pésima gestión de la ONU, por no haber atajado el problema de abusos que había detectado y por haber dedicado más esfuerzos a desacreditar a Kompass que a perseguir a los culpables. A su vez, exoneró a Kompass por las filtraciones. Sin embargo, éste decidió dimitir cargando contra el clima de impunidad y por la incapacidad de la ONU para corregir esta situación.

El ejemplo de RCA pone de manifiesto algunos de los principales déficits y retos que afronta la ONU en la actualidad. Esperemos que el nuevo secretario general de la ONU, el ex primer ministro socialista portugués António Guterres, pueda hacer virar la dirección de la nave. Su mismo proceso de elección, también opaco y antidemocrático como la organización,  ha suscitado movilizaciones internacionales para escoger una mujer –She4SG– y para democratizar el proceso –1 para 7.000 millones– que han oscurecido su candidatura.

El País

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