Retumban los tambores de guerra en Francia, reivindicando la “grandeur” herida e imitando al big brother estadounidense en sus fracasadas aventuras asiáticas. Estado Islámico –o mejor dicho, DAESH, como destacó el ministro de Exteriores francés, Laurent Fabius, en septiembre de 2014, para deslegitimar su vinculación al Islam y su supuesta estatalidad, tal y como también ha señalado en nuestro país, entre otras, la islamóloga Dolors Bramon– se frota las manos por haber conseguido su doble objetivo, que es golpear a Occidente y conseguir que la respuesta sea la de siempre, es decir, la reivindicación del militarismo y la cultura de la violencia y el incremento del racismo y la xenofobia de parte de la ciudadanía europea hacia una parte de esta misma ciudadanía europea, sus propios vecinos y vecinas musulmanas, lo que supone agravar el espiral de estigmatización, marginación, exclusión a que se ve sometida esta parte de la ciudadanía europea y en otras partes del mundo –ligado, no lo olvidemos, a la mal llamada crisis económica que nos azota y ya no amainará, que es en realidad una crisis del modelo de sistema capitalista– lo que es a su vez el caldo de cultivo para que surjan más jóvenes sin expectativas ni futuro que puedan sentirse atraídos por el mensaje de DAESH.
No obstante, ya lo habíamos dicho de forma reiterada y proactiva: No a la guerra. En Catalunya y en el Estado español, lo decían los compañeros y compañeras en los años 70 para acabar con el Servicio Militar Obligatorio (el Moviment d’Objecció de Consciència, Mili KK y posteriormente las asambleas de insumisos) y desde las asambleas antimilitaristas por todo el Estado. También en las movilizaciones en contra de la OTAN en los años 80, o desde otra perspectiva, las movilizaciones a favor de devolver el 0,7% en los años 90 y por la abolición de la deuda externa (XCADE/RECADE, que también propuso una consulta, ilegal como de costumbre) de inicios de siglo XXI. Así como las campañas en contra del comercio de armas del Estado español (Secretos que Matan, Adiós a las armas) de mediados y finales de los 90, sabedores que nuestras armas Made in Spain se encuentran en muchos de los conflictos armados actuales. Tenemos todavía en nuestras retinas las masivas movilizaciones altermundialistas en contra de la cumbre del Banco Mundial en Barcelona el 2001 cuando se gritaba Otro mundo es posible, libre de desigualdades y en el que se promueva la paz desde una perspectiva de justicia social, y cuando gritábamos No a la Guerra de Iraq y nos acampábamos en contra de esa guerra en 2003 en diversas ciudades, convirtiendo el movimiento por la paz en el Estado español en un referente internacional. Y en otras decenas –seguramente centenares– de movilizaciones en contra del apartheid palestino cometido por Israel, las guerras de los Balcanes, los aniversarios de la guerra de Iraq y el desastre del trío de las Azores, las guerras en Libia, Siria, en solidaridad con el pueblo saharaui y con tantos conflictos que exigen una respuesta desde la multilateralidad, las políticas de prevención de conflictos, la negociación, la presión política y económica, las sanciones económicas y embargos de armas y políticas de cooperación hacia estos países convertidos en empobrecidos, en muchos casos por el expolio al que se han visto sometidos desde Occidente junto a las propias clases políticas locales herederas del colonialismo. Y tantos otros mecanismos de carácter preventivo existentes. ¿Por qué? Porque somos conscientes que la respuesta bélica solo conlleva una nueva espiral de militarización y carrera armamentística que nunca corrige las causas que han originado dichos conflictos, si acaso las agrava. Como algunas nuevas propuestas que huelen a viejas.
Hace unas semanas lo volvíamos a recordar el 31 de octubre, movilizados en contra de las políticas militaristas de la OTAN, con el objetivo de frenar la escalada de la guerra –antes de los atentados de París– y mostrando toda nuestra solidaridad hacia la población refugiada procedente de países en conflicto o que sufren graves violaciones de los derechos humanos como Afganistán, Iraq, Siria, Somalia, Ucrania, Yemen o Eritrea – y en tantos otros países –. Esta movilización en Barcelona vino acompañada de decenas de acciones por todo el territorio español en contra de la propuesta belicista que supone la ampliación de actividades de la OTAN en España. El pasado 28 de noviembre volvimos a salir a las calles en una movilización que aglutinó a miles de personas en numerosas ciudades del Estado español que repetían por enésima vez No en nuestro nombre y Nunca Más – Mai Més – y que secundaban diversos partidos políticos. Esperemos que no se quede en una mera política de gestos en vísperas de campaña electoral.
3.000 personas han marchado en Barcelona contra la guerra y el terrorismo bajo el lema "Mai Més" / Gianluca Battista
Naciones Unidas lo dice cada año desde 1981, el 21 de septiembre, cuando se celebra el Día Internacional de la Paz, con el objetivo de “reforzar los ideales de la paz en todas las naciones y pueblos del mundo”. El lema de la celebración de este año fue «Colaboradores por la paz, dignidad para todos». Más allá de una traducción al español que invisibiliza a la mitad de la población a pocas semanas de conmemorar los 15 años de la resolución 1325, el lema hizo un llamamiento a la dignidad de las personas y para las personas, coincidiendo en un momento en el que centenares de miles de personas procedentes de países en conflicto ven como su dignidad está siendo pisoteada en cada una de las fronteras de la UE, tal y como señalábamos antes (amén de los países de tránsito y de las mafias que se enriquecen del tráfico de personas). La elogiosa respuesta ciudadana, de las organizaciones de la sociedad civil y de algunos municipios no puede sustituir la responsabilidad y las obligaciones que los Estados y la UE tienen con la legislación internacional relativa al derecho al refugio y asilo.
En definitiva, para construir un mundo donde las guerras no tengan razón de ser, el primer paso debe ser acabar con la injusticia y las desigualdades que se encuentran en las raíces de todas las guerras, combinando las políticas sociales redistributivas – que socialicen los beneficios del común en lugar de socializar las pérdidas – con las políticas predistributivas – actuando de forma proactiva y preventiva sobre las causas estructurales y para prevenir la reproducción de las desigualdades, promoviendo la educación para el desarrollo y la defensa de los derechos humanos y la paz – y convertirlas en política de Estado. Y lo volveremos a decir las veces que haga falta.