Hace doscientos veinticinco años, un joven ingeniero escocés —calavera, de rumbo profesional errático, algo pícaro y genial— publicó el libro que fundó la representación gráfica de datos. Titulado The Commercial and Political Atlas, un ejemplar del citado volumen llegó en 1787 a Luis XVI, el rey al que los revolucionarios franceses iban a llamar seis años más tarde "el último", justo después de decapitarlo. El monarca, aficionado a la cartografía, se quedó primero perplejo ante aquel extraño "atlas"; a continuación, levantó la mirada hacia Charles Gravier, conde de Vergennes, quien le había traído el libro como regalo desde Inglaterra, y exclamó maravillado que aquellas ilustraciones "hablaban todas las lenguas y eran claras y fácilmente comprensibles".
Y es que aquel "atlas" no contenía mapa alguno, como su título sugería, sino un tipo de imagen nunca vista hasta la fecha. Como ésta, que representa la evolución de la balanza comercial de Inglaterra respecto a Dinamarca y Noruega entre 1700 y 1780: