
Comience a adentrarse en el mundo de la infografía periodística y, tarde o temprano, se topará con Alejandro Malofiej.
Puede que suceda durante una conversación con algún colega experimentado; o puede que lo vea en alguno de los libros que recopilan los premios internacionales de infografía que llevan su nombre; o tal vez su jefe le proponga asistir a la cumbre de profesionales que, desde hace veinte años se celebra en la Universidad de Navarra en marzo.
Preguntará entonces, como yo hice hace una década y media, quién fue realmente Alejandro Malofiej. La respuesta más probable será lacónica y poco esclarecedora: un cartógrafo argentino de la época en la que mapas, estadísticas y diagramas se forjaban con tinta y pluma, no emergían en pantalla gracias a la alquimia de algoritmos y vectores. Es una paradoja que una mayoría de periodistas visuales hoy sepa tan poco de uno de los más importantes patriarcas de la profesión.
Entono el mea culpa: quien no conoce el pasado no puede encarar el futuro en condiciones. Así que acudí a Gonzalo Peltzer, consultor de medios de comunicación, bloguero en Papers Papers junto a Toni Piqué, y autor de uno de los libros pioneros sobre infografía periodística en español, Periodismo iconográfico (Rialp, 1991). Le pedí una entrevista: junto a Miguel Urabayen, profesor de la Universidad de Navarra, y Juan Antonio Giner, Peltzer es quien más sabe sobre el enigmático periodista-dibujante argentino. Me propuso recuperar un texto de 1995. Lo reproduzco íntegro con alguna que otra modificación muy sustanciosa. Es una semblanza, un cálido recuerdo y una prueba de que el periodismo, si quiere tener algún futuro, debe concebirse a sí mismo ante todo como pasión y oficio.
Alejandro no era Malofiej
Por Gonzalo Peltzer
Cuando Alejandro Malofiej trabajaba en el diario La Opinión de Buenos Aires, entraba todos los días como si fuera un mariscal de los Romanov. Saludaba al vendedor de sandwiches con un: “―Buenas tardes, Barón von Sándwich”. El hombre le seguía invariablemente la broma: “―Buenas tardes Alejandro Malofiej Stoliaroff”. Le encantaban los sandwiches, pero más le gustaba que mencionaran el apellido de su madre.
Alejandro pronunciaba su apellido en ruso: malofiei. Sus padres, Simón Malofiej y Alejandra Stoliaroff, ambos rusos blancos, nacidos en la actual Bielorusia, se conocieron en Buenos Aires. Simón era el jardinero de la casa de una antigua familia de la aristocracia ganadera del país, en la que Alejandra trabajó una temporada como institutriz. Madre e hijo se trataban de Sacha y Sacho, castellanizando los géneros del típico sobrenombre ruso de los Alejandros.