Un día reveló cómo era. Sin tapujos, sin importarle el qué dirán. Como siempre. ¡Maestro Truman Capote: que sus pabalabras pasen al fente!:
P: Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
R: Oh, querido. Qué idea tan deprimente. Verte atado a un solo lugar. Después de todo, durante treinta años he vivido en todas partes y he tenido casas en todo el mundo. Pero es curioso, viviera donde viviera, España, Italia o Suiza, HongKong o California, Kansas o Londres, siempre he tenido un apartamento en Nueva York. Eso debe de significar algo. O sea, que si me obligaran a elegir, diría Nueva York.
P.: Pero ¿por qué? Es sucia. Peligrosa. Una ciudad difícil en todos los aspectos.
R: Mmmm. Sí. Pero aunque puedo pasar largas temporadas en la soledad de las montañas o junto al mar, soy en esencia un hombre de ciudad. Me gusta el asfalto. El sonido de mis pasos en el asfalto; los escaparates a rebosar; los restaurantes abiertos toda la noche; las sirenas en la noche…, es algo siniestro, pero vivo; tiendas de libros y de discos que, si te viene el pronto, puedes visitar a medianoche.
en este sentido Nueva York es la única ciudad ciudad del mundo. Roma es ruidosa y provinciana. París es triste, poco abierta con los extranjeros, y, resulta extraño decirlo, ex-traordinariamente puritana. ¿Londres? Todos mis amigos americanos que se han ido a vivir allí no dejan de repetirme. “Pero es tan civilizada”. No sé. Ser una ciudad completamente muerta, totalmente aburrida…, ¿es eso civilizado? Y, para remate, Londres también es terriblemente provinciana. La misma gen¬te que ve siempre a la misma gente. Todo el mundo está al corriente de tus asuntos. A lo máximo, se puede llegar a tener dos vidas separadas, ésa es la gran ventaja de Nueva York, el motivo por el cual es la ciudad. Uno puede ser allí muchas personas: diez personas distintas con diez grupos de amigos distintos, y nunca coinciden.
P: ¿Prefiere los animales a la gente?
R: Me gustan por igual. Sin embargo, a menudo me he encontrado con que las personas que sienten más afecto por los perros y gatos que por la gente poseen una crueldad oculta.
P.: ¿Es usted cruel?
R: A veces. En las conversaciones. Digámoslo de este modo: preferiría ser amigo mío que enemigo.
P.: ¿Tiene muchos amigos?
R: Más o menos siete en los que puedo confiar plenamente. Y unos veinte de los que más o menos puedo fiarme.
P.: ¿Qué cualidades busca en sus amigos?
R: En primer lugar, no deben ser estúpidos. En una o dos ocasiones he estado enamorado de personas que eran estúpidas, y de hecho, muy estúpidas; pero eso es distinto: uno puede estar enamorado de alguien y no llegar a comunicarse nunca con esa persona. Dios, por eso se casa la mayor parte de la gente, y por eso casi todos los matrimonios son infelices.
Normalmente, enseguida adivino si existe la posibilidad de que una persona y yo sea¬mos amigos. Porque no hace falta que acabes las frases. Quiero decir, comienzas a decir algo, y a la mitad te das cuenta de que esa persona ya te ha entendido. Es como hablar en una especie de taquigrafía mental y emocional.
Además de la inteligencia, es importante la atención: yo presto atención a mis amigos, me intereso por ellos, y espero que ellos hagan lo mismo.
P.: ¿Suelen decepcionarle sus amigos?
R.: La verdad es que no. A veces me he encariñado de personajes dudosos (¿acaso no lo hacemos todos?), pero siempre lo he hecho con los ojos abiertos. Las heridas que más duelen son las que te cogen por sorpresa. A mí rara vez me sorprenden. Aunque unas pocas veces me he sentido herido.
P.: ¿Es usted una persona sincera?
R.: Como escritor, sí…, o eso creo. En privado…, bueno, eso ya es opinable; algunos de mis amigos creen que cuando relato un suce¬so o una noticia, tiendo a transformarla y a elaborarla en exceso. Yo simplemente llamo a eso “darle un poco de vida”. En otras pala-bras, se trata de una forma de arte. El arte y la verdad no son necesariamente compatibles.
P.: ¿Qué le da más miedo?
R.: No la muerte. Bueno, no quiero sufrir. Pero si una noche me acostara y ya no me despertara, no me molestaría demasiado. Al menos sería algo diferente. En 1966 casi me mato en un accidente de coche: salí despedido de cabeza por el parabrisas, y aunque sufrí heridas graves y estuve cerca de lo que Henry James llama “Lo Distinguido” (la muerte), permanecí totalmente consciente en medio de charcos de sangre, recitándome números de teléfono de algunos amigos. Desde entonces me han operado de cáncer, y lo único que de verdad llegó a ponerme el alma en vilo fue esa semana vacía, sin objeto, que pasé entre el día del diagnóstico y la mañana de los bisturíes.
En cualquier caso, me parece absurda y bastante obscena esta industria médica y cosmética basada en el deseo de mantenerse jo¬ven, en el terror a la vejez y la muerte. ¿Quién demonios quiere vivir para siempre? Al parecer, casi todo el mundo; pero es algo idiota. Después de todo, existe una cosa que se llama saturación de vivir: ese punto en que todo es puro esfuerzo y total repetición.
¿La pobreza? Fanny Brice dijo: “He sido rica y he sido pobre. Greedme, ser rico es mejor”. Bueno, yo no estoy de acuerdo; al menos no creo que el dinero sea un elemento importante en nuestra armonía con el mundo ni en nuestra (qué estúpida palabra) “felicidad”. Conozco muy bien a bastantes ricos (no considero rico a nadie que no pueda reunir de un día para otro cincuenta millones de dólares en efectivo); y algunas personas, cuando quieren herirme, me echan en cara que sólo conozco a ricos (a lo que podría responderles que éstos, cuando menos, a veces pagan la cuenta, y nunca piden prestado). Pero la cuestión es: no me viene a la memoria ningún rico que, por lo que se refiere a la satisfacción personal, o a la angustia propia de todo ser humano, lo haya tenido más fácil que los demás. En cuanto a mí, puedo apañarme con una habitación amueblada en algún callejón de Detroit o con el antiguo apartamento de Colé Porter en el Waldorf Towers, que el decorador Billy Baldwin transformó en una isla de sublime y sutil lujo.