Un Seat 1430 robado, “pequeño, potente y muy manejable” va a toda velocidad por el sur de Madrid. El conductor es un niño diez años, pero pisa el acelerador y maneja el volante con la destreza de un piloto de carreras. La Guardia Civil lo persigue. El escándalo de las sirenas lo excita. No permitirá que lo atrapen. Más rápido. Más. “¡Ya verán estos maderos de lo que soy capaz!” Se abre paso entre los coches. Al diablo los semáforos. Invade las aceras. La gente grita. “¿Miedo? ¡Soy el amo de las calles!” Más rápido. Más. Derecha. Izquierda. El retrovisor revela el triunfo: la policía ya no está. Carcajadas. Varios relojes y el coche son suyos. ¡Otro gran robo! “El Pera” llega a Getafe sintiéndose el Rey.
Es 1979 y este niño de melena revuelta, 1.50 de estatura, mirada de pillo, sonrisa desvergonzada y decenas de antecedentes penales, tiene desquiciada a la policía. Y a su familia. Sus padres y sus cinco hermanas ya no lo aguantan. No va al colegio, se junta con chicos que le doblan la edad, roba bicicletas, “chupas”, coches, supermercados, farmacias, casas y hasta bancos. No lo asustan las detenciones en la comisaría ni los encierros en reformatorios. Mucho menos los regaños y advertencias de su padre o de los policías. Incluso se venga de ellos. Un día, cuando lo dejaron libre después de una breve reclusión, le robó el coche a un agente. “No lo busques”, le avisó por teléfono, “lo he quemado en el Cerro de Los Ángeles.”
A Juan Carlos Delgado comenzaron a decirle “El Pera” a partir del día en que le robó un abrigo Londen a un “niño pijo” en el barrio de Salamanca. Llegó con él puesto a Getafe y todos empezaron a llamarle así. Y como la policía siempre “potencia” los alias, pues… Dice que la ambición le provocaba robar. Veía a sus vecinos con juguetes, ropa y objetos que él no podía tener por falta de dinero y salía a buscarlos a cualquier lado. En agosto de 1980, cuando ya era considerado todo “un caso perdido”, un juez lo mandó a la Ciudad Escuela de Los Muchachos (CEMU) en Leganés. Ahí lo recibió el “tío Alberto”, un arquitecto que 10 años antes había fundado esa institución con el objetivo de lograr la reinserción a la sociedad de “adolescentes conflictivos.”
Pasó el tiempo y ese “niño hiperactivo de familia numerosa y escasos recursos” permitió que las enseñanzas de sus profesores, la convivencia con sus compañeros y una manera distinta de relacionarse con su familia produjeran un cambio radical en su vida. Treinta años después, Juan Carlos es piloto probador de coches, ha dado clases de conducción evasiva a agentes del Ministerio del Interior y a personas del cine y la tele que hacen películas o series con escenas de acción. Colabora en publicaciones de motor, programas de radio y de televisión. Es Campeón de España de la copa Nacional Renault y participa en debates, congresos y foros sobre delincuencia juvenil. Su historia la llevó al cine Miguel Albaladejo (Volando voy) y él mismo la ha plasmado en dos libros (Yo fui El Pera y Volando voy, el libro). “Porque”, dice, “si realmente quieres, puedes dejar de ser un chorizo y lograr cosas que ni siquiera habías imaginado. Pero hay muchos que no. Siguen delinquiendo. Son sólo unos chavales y sin embargo…”
Muchos años después de vivir decenas de anécdotas delictivas y de superarlas, Juan Carlos Delgado cuenta su vida como si se tratara de una película ante la que él es un espectador más y no su protagonista. Está sentado junto a la recepción del Gimnasio O2 del Centro Comercial Plenilunio en la periferia de Madrid. Acaba de llegar en su motocicleta después de haber estado hablando en el programa “Espejo Público” de Antena 3 acerca de su nuevo libro: Técnicas y consejos de conducción.
Ante la grabadora que guarda sus respuestas, Juan Carlos, a quien ya sólo unos cuantos llaman “El Pera”, dice: “Yo nací sabiendo conducir. Siempre he sido adicto a la velocidad, a las ganas de vivir. En aquella época en la que delinquía estaba muy de moda la heroína. Yo fumé porros, unas rayas, pastillas, pero no me llamó mucho la atención, yo era muy niño. Me gustaban los coches. Ya.”
Siempre le ha gustado ser líder. Dirigía a una pandilla cuyos integrantes eran mayores que él y ahora dirige su propia empresa. Cuenta con orgullo que hace 14 meses se convirtió en padre. Pero su mirada se pierde por un instante cuando recuerda: “mis amigos de aquella época ya no están. Murieron por sobredosis, de sida, asesinados. Todos mis cómplices de fechorías ya no están. Y ahora siento pena, preocupación y me entran ganas de ayudar cuando veo chicos que son como éramos nosotros. Cada mes me reúno con chicos que han cometido delitos de sangre, vemos la película de mi vida y les cuento cómo salí adelante.”
Apunta que de los Centros de Menores “se dicen muchas cosas. Directamente algunos me han contado historias vividas que, una vez hecho el seguimiento, tienden a ser exageradas. Con esto no quiero decir que no existan maltratos. A lo largo de los años conozco sólo un caso, pero se actuó como se actuó como se debía para resolverlo.”
Lo alienta, sin embargo, saber que existen varias personas que, como él, han podido dejar atrás “las fechorías.” “Conozco a chavales que pudieron acabar muy mal, pero se han reinsertado a la sociedad. Después de estar en la ciudad de Los Muchachos ahora son gente de bien, trabajan, tienen hijos, en fin… Se puede. Pero la mayoría de las veces, vivir tan de prisa se paga.”
Hay 2 Comentarios
Habrá que comprar el libro "Técnicas y consejos de conducción", parece interesante.
A mi también me encanta la velocidad, pero como ciclista puedo decir que hay que controlarse porque mucha gente se pasa de lista, poniendo en peligro la vida del deportista y la suya.
Publicado por: Revista de ciclismo | 27/01/2013 11:38:55
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Publicado por: Marina | 27/01/2013 8:34:54