Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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El mejor niño-delincuente

Por: | 27 de enero de 2013

Juan_carlos_gorra_azul
Un Seat 1430 robado
, “pequeño, potente y muy manejable” va a toda velocidad por el sur de Madrid. El conductor es un niño diez años, pero pisa el acelerador y maneja el volante con la destreza de un piloto de carreras. La Guardia Civil lo persigue. El escándalo de las sirenas lo excita. No permitirá que lo atrapen. Más rápido. Más. “¡Ya verán estos maderos de lo que soy capaz!” Se abre paso entre los coches. Al diablo los semáforos. Invade las aceras. La gente grita. “¿Miedo? ¡Soy el amo de las calles!” Más rápido. Más. Derecha. Izquierda. El retrovisor revela el triunfo: la policía ya no está. Carcajadas. Varios relojes y el coche son suyos. ¡Otro gran robo! “El Pera” llega a Getafe sintiéndose el Rey.
Es 1979 y este niño de melena revuelta, 1.50 de estatura, mirada de pillo, sonrisa desvergonzada y decenas de antecedentes penales, tiene desquiciada a la policía. Y a su familia. Sus padres y sus cinco hermanas ya no lo aguantan. No va al colegio, se junta con chicos que le doblan la edad, roba bicicletas, “chupas”, coches, supermercados, farmacias, casas y hasta bancos. No lo asustan las detenciones en la comisaría ni los encierros en reformatorios. Mucho menos los regaños y advertencias de su padre o de los policías. Incluso se venga de ellos. Un día, cuando lo dejaron libre después de una breve reclusión, le robó el coche a un agente. “No lo busques”, le avisó por teléfono, “lo he quemado en el Cerro de Los Ángeles.”


A Juan Carlos Delgado comenzaron a decirle “El Pera” a partir del día en que le robó un abrigo Londen a un “niño pijo” en el barrio de Salamanca. Llegó con él puesto a Getafe y todos empezaron a llamarle así. Y como la policía siempre “potencia” los alias, pues… Dice que la ambición le provocaba robar. Veía a sus vecinos con juguetes, ropa y objetos que él no podía tener por falta de dinero y salía a buscarlos a cualquier lado. En agosto de 1980, cuando ya era considerado todo “un caso perdido”, un juez lo mandó a la Ciudad Escuela de Los Muchachos (CEMU) en Leganés. Ahí lo recibió el “tío Alberto”, un arquitecto que 10 años antes había fundado esa institución con el objetivo de lograr la reinserción a la sociedad de “adolescentes conflictivos.”
Pasó el tiempo y ese “niño hiperactivo de familia numerosa y escasos recursos” permitió que las enseñanzas de sus profesores, la convivencia con sus compañeros y una manera distinta de relacionarse con su familia produjeran un cambio radical en su vida. Treinta años después, Juan Carlos es piloto probador de coches, ha dado clases de conducción evasiva a agentes del Ministerio del Interior y a personas del cine y la tele que hacen películas o series con escenas de acción. Colabora en publicaciones de motor, programas de radio y de televisión. Es Campeón de España de la copa Nacional Renault y participa en debates, congresos y foros sobre delincuencia juvenil. Su historia la llevó al cine Miguel Albaladejo (Volando voy) y él mismo la ha plasmado en dos libros (Yo fui El Pera y Volando voy, el libro). “Porque”, dice, “si realmente quieres, puedes dejar de ser un chorizo y lograr cosas que ni siquiera habías imaginado. Pero hay muchos que no. Siguen delinquiendo. Son sólo unos chavales y sin embargo…”


Muchos años después de vivir decenas de anécdotas delictivas y de superarlas, Juan Carlos Delgado cuenta su vida como si se tratara de una película ante la que él es un espectador más y no su protagonista. Está sentado junto a la recepción del Gimnasio O2 del Centro Comercial Plenilunio en la periferia de Madrid. Acaba de llegar en su motocicleta después de haber estado hablando en el programa “Espejo Público” de Antena 3 acerca de su nuevo libro: Técnicas y consejos de conducción.
Ante la grabadora que guarda sus respuestas, Juan Carlos, a quien ya sólo unos cuantos llaman “El Pera”, dice: “Yo nací sabiendo conducir. Siempre he sido adicto a la velocidad, a las ganas de vivir. En aquella época en la que delinquía estaba muy de moda la heroína. Yo fumé porros, unas rayas, pastillas, pero no me llamó mucho la atención, yo era muy niño. Me gustaban los coches. Ya.”
Siempre le ha gustado ser líder. Dirigía a una pandilla cuyos integrantes eran mayores que él y ahora dirige su propia empresa. Cuenta con orgullo que hace 14 meses se convirtió en padre. Pero su mirada se pierde por un instante cuando recuerda: “mis amigos de aquella época ya no están. Murieron por sobredosis, de sida, asesinados. Todos mis cómplices de fechorías ya no están. Y ahora siento pena, preocupación y me entran ganas de ayudar cuando veo chicos que son como éramos nosotros. Cada mes me reúno con chicos que han cometido delitos de sangre, vemos la película de mi vida y les cuento cómo salí adelante.”
Apunta que de los Centros de Menores “se dicen muchas cosas. Directamente algunos me han contado historias vividas que, una vez hecho el seguimiento, tienden a ser exageradas. Con esto no quiero decir que no existan maltratos. A lo largo de los años conozco sólo un caso, pero se actuó como se actuó como se debía para resolverlo.”
Lo alienta, sin embargo, saber que existen varias personas que, como él,  han podido dejar atrás “las fechorías.” “Conozco a chavales que pudieron acabar muy mal, pero se han reinsertado a la sociedad. Después de estar en la ciudad de Los Muchachos ahora son gente de bien, trabajan, tienen hijos, en fin… Se puede. Pero la mayoría de las veces, vivir tan de prisa se paga.” Perajungla3

Wendy Sulca, la niña que creció en YouTube

Por: | 15 de enero de 2013

Wendy Sulca 3

 

El día que Wendy Sulca dijo que quería cantar, su padre le pegó. La niña tenía seis años y en varias ocasiones se colaba en los ensayos de Los Pícaros del Escenario, el grupo de música popular peruana donde él tocaba el arpa. Aquella vez, con la sinceridad y el descaro de la infancia, Wendy le espetó a gritos que la vocalista del conjunto no sabía cantar, que ella lo haría mejor.

—¡Papito, déjame cantar!— le rogó.

Dos golpes después, la pequeña corrió a su cuarto y, sobre su cama de colcha rosa, escurrían sus lágrimas de coraje y frustración. Entonces llegó su madre para consolarla y mientras le acariciaba el cabello le prometió:

—Hijita, no te amargues. Si quieres cantar, yo te voy apoyar.

Lidia Quispe recordó que cuando era niña ella también soñaba con ser cantante. Era una aguerrida fanática de la música andina y pasaba sus días evadiendo el trabajo en el campo al escaparse a las presentaciones folklóricas en Ayacucho (sur de Perú), donde nació. El día que la violencia terrorista de Sendero Luminoso obligó a su familia (como a tantas otras) a emigrar hacia Lima, comenzó a vender caramelos en los microbuses de la capital del país. Le daba vergüenza cantar ante los desconocidos, pero lo hacía en voz baja al caminar por la calle. Algunos años después, un amigo la invitó a su rudimentario estudio para que grabara un caset. Y eso fue lo máximo que pudo lograr. Porque nadie (ni siquiera sus padres) vio con buenos ojos que “una cholita” pudiera triunfar en los escenarios de Lima.

Así que al ver llorar a su hija se prometió a sí misma convertirla en artista. Primero convenció a su marido para que le permitiera a Wendy cantar alguna canción en sus conciertos. Luego se enteró de que Sonia Morales, “la reina del huayno con arpa”, estaba organizando un concurso para descubrir a los nuevos talentos de la música folclórica peruana. No dudó en inscribir a Wendy y, ante el asombro de muchos, la niña fue superando cada etapa del certamen hasta que ganó. Pero los premios prometidos (un traje típico y la grabación de un disco, entre otros) nunca le fueron entregados.

Un señor que había visto el desempeño de Wendy durante el concurso y que se presentó como “productor musical” le dijo a Lidia:

—Señora, su hija tiene mucho talento. Qué le parece si hacemos un vídeo con ella, para tener una clara muestra de lo que hace, para que se vaya dando a conocer.

No iba a ser gratis, claro. Pero su raquítico sueldo de empleada en una fábrica de peluches apenas alcanzaba para completar los escasos ingresos que aportaba su esposo. ¿De dónde, entonces, iba a sacar dinero Lidia para “invertir” en algo así? Pues haciendo polladas: fiestas familiares donde cada asistente contribuye a una causa con la cantidad que esté dentro de sus posibilidades.

Organizó dos polladas y con lo que obtuvo compró un retazo de tela roja, cartoncillo, pegamento e hilos dorados, y ella misma hizo el vestido para su hija. También la canción que iba a interpretar. “Desde chiquita, a Wendy siempre le gustó mucho la tetita. Me perseguía por todos lados: ´mi tetita, mi tetita.´ Le di el pecho hasta que cumplió tres años. Y, como a mí siempre me ha gustado componer, pues dije: voy a sacar una canción de eso para la niña”, me contó el pasado otoño, cuando vino a Madrid acompañando a su hija, quien era parte del cartel del YouFest.

Lidia se empeñó en que el vídeo fuera grabado en su pueblo, entre su gente. Porque le hacía ilusión que ellos también participaran. En el camino hacia Huacaña (Ayacucho) vio en la orilla de la carretera a una vaca que amamantaba a su cría y le pidió al cámara que la filmara. Después le pidió captar la imagen de unos cerditos prendidos de las ubres de su madre. Convocó a los hijos de sus vecinos a la plaza del pueblo y a tres mujeres para que se dejaran ver mientras le daban leche a sus bebés. Los primos de Wendy tocaron el arpa, el bajo y las percusiones. Y entonces, a sus ocho años, durante poco más de cuatro minutos, Wendy hizo alarde de su habilidad para zapatear y de su agudísima voz para cantar “con mucho cariño a todos los niños del Perú”:

De día, de noche,
quisiera tomar mi tetita.
De día, de noche,
quisiera tomar mi tetita.
Cada vez que la veo a mi mamita,
me está provocando con su tetita .
Cada vez que la veo a mi mamita,
me está provocando con su tetita.
Ricoricoricorico, ¡qué rico es mi tetitaa!
¡mmm!... ¡rico, qué rico es mi tetita!

Al vídeo le agregaron los efectos de unos sintetizadores y la voz de un animador.

—¿Y si lo colgamos en YouTube? — le propusieron a Lidia.

—¿En dónde?... ¿Para qué?

No muy convencida, pagó 260 soles para que “La tetita” estuviera en el principal sitio de vídeos de Internet. Y pronto, muy pronto, los compañeros de colegio de Wendy comenzaron a decirle:

—¡Ya somos miles los que hemos visto tu vídeo! Y hay muchos que te imitan.

Pero la niña que se convertiría en La Reina de YouTube no tenía un ordenador en casa para comprobarlo.

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