
John y su hermano Patrick eran unos niños cuando su madre quiso convertirse en monja, y pedir a la Iglesia que encontrara alguna familia que pudiera hacerse cargo de sus hijos, porque su esposo se pasaba los días vestido de mujer en los bares de Montana. Pero Les Hemingway, hermano del Premio Nobel 1954, decidió acogerlos en su casa. Los niños crecieron ahí y, ante el abandono de la madre, John centró todas sus emociones en su padre y se ocupó de conocerlo a fondo.
En Los Hemingway. Una familia singular, John dedica un capítulo a establecer las semejanzas entre su padre y su abuelo. A desentrañar, sobre todo, la conflictiva relación que ambos tuvieron y el “mito” del famoso escritor. Se detiene en algunos aspectos de su biografía y de su obra literaria para desmontar la imagen del Ernest “macho, cazador, pescador, guerrero y gran amante.” Después de revisar (únicamente) el manuscrito original de El jardín del Edén, cuyos protagonistas son uno de los más claros ejemplos de la “ambigüedad sexual”, afirma: “Ernest no se travestía como su hijo, pero lo que está claro es que sí pensaba como él. Así lo demuestra la tendencia andrógina de sus personajes.” Además, concluye, “cuando era pequeño, a mi abuelo lo convirtieron en “gemelo” de su hermana mayor, Marcelline. Llevaba la misma ropa que ella y, por lo general, lo trataban como a una niña. (…) Cuando al fin descubrí el travestismo de mi padre, yo ya había establecido el vínculo entre Greg y Ernest y había decidido que si mi abuelo se había puesto vestidos cuando era niño, entonces era lógico que mi padre hubiera hecho lo mismo en su infancia, aunque, hasta donde yo sé, no fue así.”
Luego se ocupa de la relación padre-hijo citando algunas de las duras cartas, llenas de reproches, que se mandaban Ernest y Greg. Por ejemplo, el 13 de noviembre de 1952, Greg escribió: “(…) Cuando todo se sume, Papa, será: escribió unas cuantas historias buenas, tuvo una perspectiva de la realidad novedosa y fresca y destruyó a cinco personas. (…) Has tenido demasiado éxito y te has hecho demasiado grande ante tus propios ojos como para ni siquiera pensar en cambiar. Pero cambia hacia a mí, cabrón. (…) Todo esto es la verdad y sé que te dolerá y que me borrarás de tu cabeza, pero tal vez tu cabeza esté mejor así. Creo que he sido una espina en tu consciencia durante mucho tiempo.”
Cinco días más tarde, el 18 de noviembre del mismo año, Ernest responde: “(…) He descubierto por tus cartas, si no lo sabía ya antes, que no siempre soy un personaje agradable. Pero no soy un monstruo empapado en ginebra que va por ahí destrozando las vidas de las personas.”
¿Por qué se distanciaron y se llevaban mal? Todo tuvo que ver, dice John, “con que Greg se vistiera de mujer y con la vergüenza que ambos sentían a causa de sus respectivas tendencias al travestismo.”
Un día, cuando Greg tenía 12 años, Ernest lo sorprendió probándose un par de medias de su madre. “Mi abuelo no dijo nada, pero mi padre se dio cuenta de que Ernest estaba horrorizado.” A partir de entonces, el trato entre ambos cambió. Greg creció, estudió medicina y empezó a conquistar chicas. Él “gustaba a las mujeres, y a él le gustaban ellas. Ni siquiera después de la operación de cambio de sexo mostró interés alguno en los hombres. Era heterosexual, pero ambiguo”, cuenta su hijo.
Greg tuvo cuatro esposas y siete hijos. A principios de los años noventa del siglo pasado se implantó unos pechos y luego se realizó la operación de cambio de sexo. Unos años antes, en 1985, John vio por primera vez a su padre vestido de mujer. Fue a visitarlo a Montana, pero cuando llegó el departamento estaba vacío. Esperó unos minutos y, de pronto, vio aparecer a un hombre de labios color cereza, con peluca rubia, un vestido de lentejuelas y zapatos de tacón. “Tenía una apariencia tan absolutamente masculina, tan ridículamente infemenina, con aquel vestido, con las pantorrillas musculadas y depiladas que lo impulsaban escaleras arriba, que me pregunté a quién estaba intentando engañar.” Greg se bañó, se puso un pantalón color caqui y un polo, invitó a su hijo a desayunar a un restaurante cercano y le contó su sufrida vida. John supo entonces que ser un Hemingway consistía en algo más que la caza, la pesca y las historias de guerra.
