España redescubrió a Mr. Talese en 2010 cuando la editorial Alfaguara publicó la antología Retratos y encuentros. Después la editorial Debate reeditó La mujer de tu prójimo y enseguida salieron a la venta Honrarás a tu padre y Vida de un escritor. Ahora el viejo del Nuevo Periodismo vuelve a las librerías hispanas con El silencio del héroe, un conjunto de relatos sobre los triunfos y derrotas de los protagonistas del deporte. En mayo de 2011 llegó a Madrid para seducir no sólo a los aprendices de periodista y a los periodistas, sino a buena parte de los lectores de Non-fiction. Entonces me di cuenta de que el hombre más elegante del periodismo tomaba notas en unos pedazos de cartón y no en una libreta tipo moleskine. Resulta que corta las tiras que el personal de la tintorería introduce en sus camisas para mantenerlas sin arrugas y guarda los trozos en el bolsillo interior de su saco. Tiene una letra pequeña y apretada. Apunta casi todo lo que ve y escucha. Siempre. El día de nuestro encuentro, por ejemplo, estaba haciendo una lista de los reporteros que habíamos ido a hablar con él en la terraza del restaurante del Hotel Intercontinental de Madrid, un lujoso y antiguo palacio de siete pisos, en el Paseo de la Castellana, la céntrica avenida de la capital española que parece calcada del Paseo de la Reforma de la ciudad de México.
Era una mañana soleada y estábamos en uno de esos típicos “maratones de entrevistas” que las editoriales organizan para sus autores con el objetivo de promocionar un libro. Gay Talese recibía uno tras otro a los representantes de los medios de información. Se notaba su experiencia en eso. Es toda una celebridad. Un icono del periodismo mundial. Y lo sabe y lo tiene perfectamente interiorizado. “Encantado, Mr. Talese”, le dicían una y otra vez. Y él esperaba las preguntas con una sonrisa amable. Vestía un traje gris de tres piezas hecho a la medida, camisa de cuello blanco, corbata dorada bien anudada que sobresalía de su chaleco ajustado, pañuelo de seda color vino, como sus zapatos, sombrero color marfil que cubre sus canas y un Cartier de oro y números romanos en la muñeca izquierda. Todo un dandi.
Cuarenta años atrás, Gay Talese quiso conocer realmente a la Mafia. Cubría para The New York Times el caso de los Bonanno, una de las cinco familias más poderosas del crimen organizado en Estados Unidos. Habían secuestrado a Joseph Bonanno y pronto la policía neoyorquina dijo que el patriarca estaba muerto. Un año después, sin embargo, Bonanno reapareció de forma misteriosa desatando una sangrienta disputa entre familias mafiosas.
Talese se puso al tanto de la investigación y un día en los juzgados vio a Bill Bonanno, el hijo del famoso jefe, hablando con un abogado. Se acercó a ellos con una curiosidad impulsiva. “Sí –les dijo-, soy periodista, pero no les voy a hacer preguntas. Sólo quiero que me escuchen un minuto y enseguida me voy.” Se dirigió a Bill: “algún día quiero escribir sobre ti. Me gustaría saber cómo eras cuando eras más joven. Mira: dentro de muchos años, cuando mueras, sólo quedará la información estereotipada que ha dado la prensa sobre ti y sobre tu familia. Así que nadie te conocerá realmente. Por eso, algún día, me gustaría conocerte. No quiero saber si has matado a alguien, para eso está el FBI. Quiero saber cómo eres como persona.”
Durante un año, Talese llamó varias veces al abogado de la familia con la esperanza de lograr un encuentro con Bill. “Eres un pesado. Está bien, cenaremos contigo”, le respondió después de tanta insistencia. Fueron a un restaurante cerca de la sede de la ONU, en Nueva York, y el principal tema durante la conversación fue la familia.
Una semana más tarde, Bill Bonanno, su esposa y sus hijos fueron a cenar a la casa de Gay Talese. “Mi mujer preparó una cena espléndida. A mi hija, que entonces tenía dos años, le llevaron un paquete grande. Era un carrusel con caballitos que subían y bajaban al ritmo de una música… de… mafia: “love mystic the world.”
Un día después de nuestra entrevista, el escritor Juan Cruz, ante un abarrotado Salón de Actos de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, le preguntó a Talese: “¿cómo le dices a tu mujer: un gánster va a venir a cenar a casa?” Y la respuesta fue inmediata y con la mayor naturalidad: “mi esposa es editora, le interesa la escritura y el poder del lenguaje. Tiene la curiosidad que yo también tengo. Así que tener a un gánster en la casa era tener a un invitado más. Cuando hice La mujer de tu prójimo también llevé gente a casa: gente obscena, actores porno… El secreto está en no definirlos antes de conocerlos y en darles la oportunidad de que se expliquen. Nada más.”
Pues bien, pasaron tres años luego de aquella cena, tiempo en que el periodista y el mafioso siguieron frecuentándose, y Bill Bonanno fue acusado de fraude fiscal. “Era muy probable que lo encerraran cuatro años. Le dije que eso era mucho tiempo, que teníamos que hablar. Y charlamos durante varios meses. Comencé a tomar notas. Y realmente comencé a conocerlo. Sin prejuicios, que es lo que debemos hacer los periodistas cuando nos acercamos a alguien.”
“Mira –dijo Mr. Talese levantando el dedo índice, convirtiendo la charla en una lección-: no sé si en las escuelas de periodismo enseñen esto. Pero si eres una persona joven y quieres seguir esta carrera, debes saber que harás algo de mucho valor: ampliar el conocimiento de nuestra sociedad. Y para ello debemos tener curiosidad por la verdad. En realidad nunca conseguiremos la verdad absoluta, pero sí que los demás nos digan cómo ven y cómo viven el mundo. Los mafiosos también son personas. Y tenemos la obligación de acercarnos a ellos sin prejuicios, sin estar predispuestos, así sean asesinos o terroristas. Son personas que tienen zonas marginales o grises con razones para comportarse así. Para matar, por ejemplo. Y nosotros debemos conocer esas razones. Comprenderlas. Por eso, muchas veces, lo que uno escribe es todo un reto. Porque darle voz a los delincuentes no está bien visto.”
Talese se infiltró en la intimidad de los Bonanno durante seis años y descubrió que “la Mafia es un puñado de gente atrapada en las tradiciones. En los 50 y 60 los mafiosos aparecían en la prensa, pero yo me preguntaba qué era lo que hacían cuando no estaban disparando. Y me propuse humanizar a este tipo de gente. Hoy se podría hacer otro libro sobre la mafia con la familia de Mubarak, en Egipto. O de Gadafi, en Libia, porque él también esconde una gran historia: un hombre lleva 40 años en el poder manteniendo estrechas relaciones con varios países y en dos años todo cambia. Es el mismo hombre, pero hoy se le ve de manera distinta. ¿Por qué?”