Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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Los ojos de Kapu (y II)

Por: | 27 de mayo de 2013

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Fue en 2001, en la Ciudad de México, en la Universidad Iberoamericana, en un taller organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Ryszard Kapuscinski (que para los aprendices ya era “Kapu”) contaba acerca de sus viajes por África y América Latina cuando entró al aula Gabriel García Márquez. “Yo también vengo a aprender” dijo el Nobel colombiano y sin más se sentó en un pupitre. De pronto, los talleristas comenzaron un debate sobre la fidelidad del periodista hacia la realidad. García Márquez preguntó:
—¿Tiene derecho un periodista a “pintar” una lágrima en los ojos de una viejecita triste que aparece en un reportaje, aunque en la realidad no llegara a verter esa lágrima? “Pintarla” para reforzar el efecto literario.
La mayoría opinó que hacerlo sería una “traición periodística”. Pero el autor de Cien años de soledad, a quien se le ha cuestionado, por ejemplo, la veracidad de una de sus crónicas más célebres (“Caracas sin agua”), atajó:
—El periodista tiene derecho a pintar esa lágrima para reflejar mejor la atmósfera del momento, el estado anímico del personaje descrito. ¿Dónde está la traición?... Tú también mientes a veces, ¿verdad, Ryszard?
Kapuscinski sólo sonrió.
La anécdota la refiere Artur Domoslawski en Kapuscinski non-fiction (Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores). Domoslawski es un periodista que conoció a Kapuscinski en la redacción de Gazeta Wyborcza, la última publicación polaca en la que colaboró el autor de Ébano. Con el trato frecuente y el paso del tiempo se convirtió en uno de los más cercanos amigos-discípulos de Kapuscinski. Los unía, sobre todo, el interés común por América Latina. Kapuscinski lo recibía en su casa y pasaban largos ratos conversando sobre la actualidad de Polonia y Europa, el Tercer Mundo y la calidad del periodismo contemporáneo. Luego, poco después de que el maestro muriera (en enero de 2007), el alumno se dedicó a desentrañar la personalidad y los mecanismos creadores del “reportero del siglo”. Y el resultado es un polémico texto. Porque contrasta con la imagen del “periodista intachable” que durante años hemos tenido acerca de Kapuscinski.
¿Cómo se podía forjar una carrera profesional exitosa en la Polonia comunista? ¿Cuál era el “precio” que había que pagar? ¿Un escritor contribuye a crear su propia leyenda? ¿Puede alguien estar a punto de ser fusilado varias veces y luego salvarse? ¿Qué tan fiable es hacer periodismo basándose en la memoria? ¿Cuáles son los secretos de la vida y obra de Ryszard Kapuscinski? Quizá guiado por preguntas como éstas, Artur Domoslawski emprendió una investigación poco después de la muerte de su “mentor y amigo”. Tuvo acceso al archivo del personaje, entrevistó a sus familiares, colegas y amigos, revisó las diferentes publicaciones en las que escribió a lo largo de su trayectoria periodística, sus libros y varias entrevistas que le hicieron. Con todo el material reunido y contextualizado escribió más de 600 páginas que, en su mayoría, intentan “desenmascarar” al “mítico reportero”:
La familia Kapuscinski no era extremadamente pobre como él nos contó, su padre nunca fue prisionero de los soviéticos, Pinsk (la ciudad de su infancia) no era un lugar lleno de armonía y tolerancia (porque, entre otras cosas, los polacos mataban a los judíos), durante mucho tiempo fue un “reportero propagandista y poeta comprometido”, “tuvo” que casarse porque venía una hija en camino (aunque él hubiera preferido mil veces que fuera un hijo), era un marido y padre “a distancia” que tuvo varias aventuras románticas con otras mujeres mientras su esposa “lo esperaba pacientemente en casa”, su hija nunca le perdonó sus ausencias; movía sus influencias políticas para poder viajar y escribir sobre lo que le interesaba, negociaba la publicación de sus reportajes con los censores del Comité Central del Partido Comunista, pudo trabajar con soltura gracias a la “amistad” entre el bloque socialista y el Tercer Mundo, no fue amigo del Che ni de Allende ni de Lumumba, “adornó y le echó imaginación” a El Emperador, aceptó que mutilaran El Sha con tal de que se publicara en Estados Unidos sin provocar incomodidades, colaboró con los servicios secretos (aunque sólo con algunas notas que carecían de verdadero interés), y dejó libros inacabados: uno acerca del dictador de Uganda, Idi Amin, otro sobre América Latina que iba a titularse Fiesta o Vuelo de pájaros, y uno más en torno a un poeta que admiraba: Viajes con Malinowski.
Kapuscinski”, concluye el biógrafo, “creó su propia leyenda a lo largo de muchos años: la del tipo rudo, el reportero que no teme a la guerra, al hambre, a los animales salvajes, a los insectos ni a las enfermedades tropicales, ni tampoco a enfrentarse con la muerte cara a cara. […] Creó una figura literaria llamada Ryszard Kapuscinski, protagonista de los libros de Ryszard Kapuscinski, y con ello su propia leyenda. […] Comprendía perfectamente que la leyenda del escritor también forma parte de la buena literatura y del aura que la rodea. La vida del reportero que viaja a la guerra, que es testigo de revoluciones y golpes de Estado en el Tercer Mundo, se prestaba a la perfección para crear la leyenda, más teniendo en cuenta que la mayor parte de los elementos que la integraban eran verdaderos y sólo había que “colorear” una pequeña parte de ellos”.
Dos años antes de la publicación de Kapuscinski non-fiction, Beata Nowacka y Zygmnt Ziatek, dos profesores e investigadores de literatura en Polonia, publicaron Kapuscinski. Una biografía literaria (Bibliopolis), un retrato del autor de La guerra del fútbol a partir de su obra, en donde analizan, valoran y contextualizan los títulos más relevantes de su producción escrita. En la versión en español (supervisada por la esposa y la hija de Kapuscinski), los autores han agregado un “Apéndice”. En él califican el trabajo de Artur Domoslawski como “periodismo sensacionalista”:
Domoslawski se ve obligado a apartarse del texto de Kapuscinski, a interpretarlo de forma contraria a las intenciones del autor, a sacar de contexto algunas informaciones, a manipular las citas. Cuando busca pruebas que demuestren que el escritor ha embellecido o dramatizado su propia biografía, maneja del modo más extraño nuevos documentos que supuestamente han de dar fe del estado real de las cosas. […] Al renunciar a tener realmente en cuenta la obra de Kapuscinski, Domoslawski vulgariza al protagonista de su libro, lo despoja no sólo de su leyenda, sino también de la dimensión espiritual e ideológica de su vida. Le priva de la dimensión de su personalidad creadora, que no se expresa solamente a través de sus reportajes. […] El sensacionalismo es para Domoslawski más importante que la lógica de los hechos y la lógica del razonamiento. […] Y aún hay que hablar de la que quizá sea la consecuencia más triste de este sometimiento: la peculiar puesta en venta de la relación personal con el escritor. […] Lo único que ha conseguido ha sido dificultar la comprensión de un libro de chismes. […] En todo el capítulo sobre los romances del escritor […] no aparece en realidad ningún nombre. Y en cuanto a las difíciles relaciones con su hija descritas en el libro, hay que decir que Domoslawski ni siquiera intentó hablar con ella… […] Pero al menos un problema general —que para los polacos es nuevo— sí que ha quedado al descubierto gracias a este libro, ha sido aireado y permanecerá como una lección para futuros biógrafos: el de por dónde pasa la frontera entre verificar a las autoridades que hemos heredado y aprovecharlas para alardear de intransigencia; entre la búsqueda de la verdad y la pretensión de impactar con sensacionalismos”.
Más que poner en duda la labor de Kapuscinski, las dos biografías aportan una deconstrucción imprescindible para comprender mejor a uno de los grandes exponentes del periodismo contemporáneo, contribuyen al debate para establecer las fronteras entre ficción y realidad y subrayan una serie particularidades de una forma de mirar para comunicar los grandes acontecimientos.
KapuscinskiDice el propio Gabriel García Márquez que “las cosas no son como ocurrieron, sino como uno las recuerda”. Kapuscinski escribía tiempo después de sus viajes, leía y releía libros y documentos acerca de los lugares en los que había estado, retomaba sus notas, las fotografías y los cables que enviaba a la agencia para la que trabajaba pero, sobre todo, reporteaba su memoria. ¿Con ese método, un equipo de verificadores de datos como el de la prestigiosa The New Yorker echaría abajo buena parte de su trabajo?... ¿Sólo de esa manera se puede llegar a ser un verdadero “traductor de culturas”?...
Maestro de la descripción y la narración, con rigor y creatividad, logró que el reportaje se igualara a la mejor literatura. Por eso, admirado por escritores como John Updike y Salman Rushdie, fue candidateado varias veces para el Nobel de Literatura. No por novelas, sino por retratar el mundo. “Necesito de la poesía como un ejercicio de la lengua; no puedo renunciar a ella. La poesía exige profunda concentración en la lengua, un esfuerzo que beneficia a la prosa. La prosa debe tener música, y la poseía marca el ritmo... Escribo poesía, pero nunca he tratado de escribir novelas porque no tengo ese tipo de talento... Soy un pobre reportero que, desgraciadamente, carece de la imaginación de un escritor de ficción”, decía.
Se quedó con mucho material guardado para escribir. Nunca cedió a las presiones de los editores que le ofrecían jugosos adelantos para que les diera un libro tras otro. Prefería escribir su propio ritmo. “Para escribir una cuartilla —decía— necesito haber leído antes por lo menos 100”.
En los últimos años de su vida, Kapuscinski se levantaba a las 5:30 de la mañana. Dedicaba mucho tiempo a la lectura y luego escribía. Sentía que tenía muchas cosas que contar porque había viajado demasiado en comparación con lo que había escrito. Jamás utilizó internet. Decía que él no buscaba información, que le interesaban las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y cuando le hacía falta un dato, consultaba la enciclopedia o el diccionario.
Sus dos facetas poco conocidas son las de fotógrafo y poeta. Como poeta, tuvo éxito en Europa con un libro todavía no traducido al español: Bloc de notas (1986). Ahí puede apreciarse que su poesía es periodística, pues cada poema bien podría ser una pequeña crónica:
Gente en la parada del autobús
en la calle Wolska
Pobreza
pobreza
al caer la noche
pobreza borracha.
Por qué
El mundo
Pasó volando a mi lado
Tan de prisa
No se dejó retener
Acercársele
Tratar de tú
Lanzado a la carrera
Un punto que se desvanece
En fuego y humo.
Varios de sus libros tienen en la portada fotografías que él mismo hizo. En vida montó en Europa varias exposiciones con su material gráfico y hay un libro que reúne una muestra representativa de sus imágenes: Desde África (Altair, 2001). Desde el pasado 4 de abril se puede ver en el Centro Cultural Matadero de Madrid la exposición “El ocaso del Imperio”, una selección de las imágenes realizadas por Kapuscincki entre los años 1989-1991, periodo en el que recorrió las repúblicas de la ex Unión Soviética y que cuenta en su libro El Imperio (Anagama). Las fotos son la crónica visual del derrumbe soviético, las experiencias de la población y el terror que estaban a punto de dejar atrás. Pero son, sobre todo, un claro ejemplo de cómo hay que mirar los acontecimientos para luego contarlos. Como lo hacía Kapuscinski, con sus ojos pálidos, pequeños, intensos y electrizantes. 1269338625_0

Los ojos de Kapu (I)

Por: | 20 de mayo de 2013

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El día que el profesor le devolvió de mala gana uno de sus dibujos, las lágrimas de Ryszard Kapuscinski cayeron sobre el pupitre
. Tenía que aceptarlo: “no poseía aptitud alguna para el dibujo”, recordaría años después, al reflexionar sobre su obra fotoperiodística, cuyo archivo contiene unas diez mil imágenes (la mayoría de África) y cuya “faceta soviética” se expone ahora en el Centro Cultural Matadero de Madrid. “No sabía entonces que mi falta de talento tenía un remedio.”
Pasaron los años y cuando era un principiante en el periódico juvenil Sztandar Mlodych le dijeron que lo enviarían a la India. Tendría que hacer fotos, claro, porque viajaría solo. Pero él ¡nunca había usado una cámara! Era 1956, pidió un préstamo a uno de sus compañeros del diario, fue a la única tienda de equipos fotográficos que había en toda Varsovia (Polonia) y compró una pequeña cámara llamada Zorki (copia rusa de la Leica alemana). Su compañero, además, le explicó las funciones del diafragma y del obturador, el uso de los filtros, la profundidad de campo, la apertura del objetivo, la mejor hora del día para aprovechar la luz natural. Y Kapuscincki comenzó a dar clics. En el parque, en el estadio de fútbol. Captando los árboles, los rostros del público.
Con ese improvisado aprendizaje se fue enseguida a la India (su “primer contacto con el Tercer Mundo”, del que luego sería especialista), pero cuando volvía a Polonia (con escala en Pakistán y en Afganistán) un soldado le quitó los rollos fotográficos. En uno de los bolsillos de su chaqueta, sin embargo, había guardado dos y esos se salvaron. Al revelarlos vio que la mayoría de las fotografías estaban sobreexpuestas. Luego, en plena madurez profesional, al hacer un recuento de sus “equivocaciones, fracasos y decepciones” en materia fotográfica, concluiría: “tomar una buena fotografía implica un esfuerzo y una vivencia similares en intensidad a los que acompañan el nacimiento de un buen poema. Requiere concentración, perseverancia e imaginación similares. Por eso, al igual que el poeta siempre reconocerá sus versos, el fotógrafo sabrá identificar sus instantáneas.”
Y reconocería: “no sé simultanear la actividad de reportero con la de fotoperiodista (…) y se debe a que como reportero y como fotógrafo veo el mundo de dos maneras distintas, busco otras cosas, me concentro en otros aspectos de la realidad.”
Y ejemplificaría: “Al recoger material para una noticia, como reportero, hablaré con el jefe del clan, me interesarán sus opiniones, ideas, sensaciones y pensamientos. En cambio, en caso de visitarlo como reportero gráfico, me interesarán aspectos distintos, como la forma de su cabeza, los rasgos de su cara, la expresión de sus ojos o la curvatura de labios. Cuando visito una ciudad extraña, como reportero, acudo a las direcciones que me han recomendado, busco contactos. Como fotoperiodista, en cambio, observo la arquitectura de las casas, los rayos de sol al deslizarse por la plaza, las gotas de sudor que corren por las sienes del mozo de equipajes y su frente irradiando un resplandor húmedo y vibrante. Si aplico el filtro verde amarillo, ese fulgor cobrará claridad y nitidez.”
Y sentenciaría: “La fotografía es, por naturaleza, sentimental, porque con cada toma captamos un breve instante de la realidad, apenas una fracción de segundo.”

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 Ryszard Kapuscinski nació en un lugar que ya no es: la ciudad polaca Pinsk, ahora la ciudad bielorrusa de Pinsk. Nació entre pobreza y guerra, arrullado por la miseria y las bombas. Era 1932. Todos sus años de infancia y primera adolescencia transcurrieron en medio de la guerra. “De ahí que me pareciese que no era la paz, sino la guerra el estado natural del universo, el único posible, la única forma de existencia. Yo no sabía qué era la paz”, escribiría muchos años después, al repasar las situaciones límite que fueron su mejor escuela para soportar lo que vendría en su carrera.
A los doce años no había leído un solo libro. Fue hasta 1945, al trasladarse a Varsovia, cuando fue al colegio y empezó a leer. Le fascinaba el fútbol y era el portero del equipo escolar. El soccer era su vocación más apasionada hasta que un día, bajo el influjo de Maiakovski, escribió un poema, lo envió a un periódico y éste lo publicó. Esos versos lo introdujeron al periodismo. Cuando se creó el diario El estandarte de la Juventud lo invitaron a trabajar. Esperó a terminar la secundaria y al siguiente día de su último examen, lo llevaron al periódico. “Y pensar que había soñado con jugar de portero en la selección nacional de Polonia”, reflexionaría luego el autor de Un día más con vida.
Después se fue a trabajar a la Agencia de Prensa Polaca y le dijeron que sería corresponsal. Pero como la agencia no se podía permitir el lujo de tener varios reporteros, le asignaron todo el continente africano: 50 países. Este fue el inicio de su larga vida como nómada infatigable y testigo e intérprete de un siglo en llamas. Después de todo, era un periodista sin competencia. Sus colegas se peleaban por ser corresponsales en París, Nueva York, Madrid o Roma y no les importaban África ni Asia ni América Latina.
Kapu iba de guerra en guerra, de catástrofe en crisis, de sequía en alzamiento, pasando hambre y calor y a veces bebiendo agua sucia. Pero lo peor para él consistía en toparse con soldados niños. Y aferrado a los detalles reveladores, todo lo observaba y lo registraba en su memoria y algunas cosas en su libreta o en su cámara fotográfica, pero nunca en la grabadora. Escribía sobre la guerra pero soñaba con la paz.
Y así, cual vagabundo de las regiones, aprendía a leer y a traducir culturas al tiempo que presenciaba, una a una, 27 revoluciones, 12 guerras, tantas historias. Pero el periodismo “pobre y formal” que enviaba en los cables exigidos por su agencia le impedía difundir plenamente el mundo rico, colorido y diferente por donde viajaba. Entonces, con todo el material que le sobraba o se autocensuraba, por temor a que los regímenes locales lo echaran de los escenarios donde se producían los acontecimientos, empezó a escribir sus libros, ahora modelos del periodismo profundo.
En más de 40 años como pasajero de la actualidad, varios fueron los peligros a los que se enfrentó. Estuvo cuatro veces frente al pelotón de fusilamiento. También al borde de la muerte a causa de la malaria, aunque le suplicó a un médico hindú que lo curara en secreto para que no se enteraran en Polonia y no le quitaran la corresponsalía en África. Lo encarcelaron en Kabul, Afganistán, por llevar visa. En 1966, durante la guerra civil de Nigeria, lo secuestraron unos jóvenes activistas en tierras yorubas:
—Sentí el filo de tres cuchillos en la espalda y vi varios machetes que amenazaban mi cabeza... Esto es África, estoy en África. Ellos no saben que no soy su enemigo, sólo están convencidos de que soy blanco, y el único blanco que conocen es el colonialista que los ha humillado y a quien ahora quieren darle en el hocico.

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Kapuscinski no frecuentaba a los poderosos, por mucho que lo llamaran. Prefería dormir en las chozas africanas llenas de mosquitos o cucarachas para sentir de verdad lo que sienten los marginados. Descartados tenía el Hilton y el Sheraton. Rompía así la costumbre de escribir acerca de los pobres desde un hotel confortable. “Ser periodista —escribió en Lapidarium—implica sacrificar la vida misma. Es un oficio que conduce a la soledad, que afecta a la salud. Es como la vida del misionero, que también visita otros pueblos y trata de entenderlos”.
En una entrevista publicada en 2003 por el diario El Mundo, Tim Adams le preguntó a Kapuscinski:
—¿Ha podido construir una vida normal tras esos años?
—No. Mi hogar está en mis libros.
—También con su mujer y su hija, ¿nunca le dijeron “ya basta”?
—Nunca, afortunadamente. Mi mujer siempre ha sabido lo importante que era para mí. Y ésta es una vida que no puedes planificar. He estado en lugares donde sólo había un mapa en todo el país, y estaba roto. Tu vida se convierte en una terrible pérdida de tiempo. Y en todo ese tiempo en que estás esperando un camión o un autobús —días, semanas— lo único que puedes hacer es ser como una piedra. Tienes que aprender a no preocuparte. Y no hay mucha gente preparada para eso.
Kapuscinski también estuvo en América Latina. Primero en Chile y luego su base era México. De nuevo, a falta de recursos económicos de su agencia, se encargaba de toda la región. Pero siempre tenía la disposición para envolverse en un mosaico de realidades, de crudezas, de miserias. Un día conversaba en el Distrito Federal con su amigo Luis Suárez, uno de los principales reporteros de la revista mexicana Siempre!, acerca de América Latina. Suárez, después de leer en el periódico la crónica sobre el partido de futbol entre Honduras y El Salvador, en espera de la clasificación para el mundial México 70, le advirtió a Kapuscinski que se avecinaba una guerra. El polaco siempre confiaba en la buena intuición del mexicano y decidió viajar a Tegucigalpa. Así, fue el primer reportero en anunciar al mundo la nueva guerra centroamericana.
Kapu vivió algo irrepetible: la descolonización, el surgimiento de las naciones independientes del Tercer Mundo. Y esa experiencia le sirvió para hablar fluidamente siete idiomas y escribir una veintena de libros, bibliografía básica en las escuelas de periodismo, y en sí mismos toda una “reflexión antropológico-histórico-sociológico-filosófica” del mundo contemporáneo. “Cuando empecé a viajar por nuestro planeta como corresponsal extranjero encontré un lazo emocional con las situaciones de pobreza en los llamados países del Tercer Mundo. Era como regresar a los escenarios de mi niñez. De ahí nace mi interés por estos países. Por eso me interesan los temas que tocan la pobreza y lo que produce: conflictos, guerras, odios”, explicaba el maestro acerca de su trabajo.
En una consulta realizada por la revista mensual Press fue distinguido con el título de “Periodista del siglo”. Pero ya antes era considerado el mejor reportero de la historia contemporánea, comparado con el primer cronista de la historia de la humanidad: Heródoto. Como el historiador griego, el reportero polaco ha difundido costumbres, leyendas, historias conflictivas y tradiciones de diferentes pueblos del mundo, desconocidos para muchos. Como el autor de Historias, el escritor de El Sha ha sido testigo de varias guerras y revoluciones. Uno y otro fueron agudos observadores permanentes en sus viajes constantes. Ambos poseyeron un estilo franco, lúcido y anecdótico. Sus obras expresan los resultados de sus arduas investigaciones, para rescatar del olvido acontecimientos claves de nuestra historia.
Este periodista-humanista, escritor-investigador, reportero-viajero, historiador-antropólogo-ensayista, visitante de los sitios neurálgicos, maestro... entendió al periodismo como profesión y misión, como manera de vivir y de pensar, como apostolado y magisterio. Dejaba su casa y su estudio, repleto de libros de filosofía, historia y poesía, ubicado en el número 11 de la calle Prokuratorska, en el barrio de Srodmiescie en Varsovia, para impartir talleres y contribuir así a la formación de los periodistas. Además de visitar prestigiadas universidades, y gracias a la Fundación de García Márquez, impartió cursos en Ciudad de México, Buenos Aires y Caracas. CONTINUARÁ...

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Paquita La del Barrio: "¿Me estás oyendo, inútil?"

Por: | 12 de mayo de 2013

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Enfundada en un vestido de lentejuelas
, ataviada con pendientes, collares y anillos de oro, la rotunda figura de Paquita La del Barrio sale al escenario para escupirle rencor a la pasión. Entre compungida y desafiante, su voz entona el mejor repertorio para ridiculizar sin compasión a los hombres. “¡Duro contra ellos, Paquita!”, le gritan sus seguidoras mientras clavan la mirada en sus acompañantes. Y ellos, chulos o cobardes, sueltan risillas nerviosas. Un chupito de tequila, otro más, y el despecho se hace menos con los himnos del amor insumiso.
Paquita desgrana las congojas con tópicos arrabaleros y, de pronto, se interrumpe con una puñalada verbal:
—¿Me estás oyendo, inútil?
Los gritos y los aplausos se desbordan. Micrófono en mano y borracha de valor, la guerrillera del bolero, la sacerdotisa del despecho que excomulga a los cabrones, la redentora de las engañadas y las maltratadas, lanza sin miramientos:
Arrástrate a mis rodillas,
te quiero ver llorando sangre.
Vas a pagar lo que hiciste,
lo que lloré por tu amor aquella tarde.
Te aplastaré como a un gusano.
Y ya después te enterraré en el pasado.
Entonces la apoteosis se hace inevitable y se apodera del personal. De nuevo:
—¡Duro contra ellos, Paquita!

Paquita_3La vida de Francisca Viveros Barradas no ha sido un camino de rosas. Era una niña descalza cuando en su natal Alto Lucero (Veracruz), en la costa del Golfo de México, tuvo que aprender a cortar mango y café. Apenas logró terminar el sexto grado de primaria, pero a los 15 años le dieron trabajo en el Registro Civil de su pueblo. Ahí conoció a su primer amor: un hombre casado y treinta años mayor que ella. Sumisa, aceptó ser “la otra” y tuvo dos hijos varones. Un día, sin embargo, se cansó de las penurias que pasaba, abandonada, al lado de sus hijos. Como siempre había tenido ganas de ser cantante, le encargó los niños a su madre y se fue a la ciudad de México a buscarse la vida.
No iba sola. Su hermana Viola, que solía cantar en las fiestas del pueblo, la acompañó con el propósito de formar el dueto “Las Golondrinas” y animar las fiestas de los barrios citadinos. Eran las habituales de La Fogata Norteña, un restaurante en donde conoció a su segunda pareja. Francisca, a quien ya todos llamaban Paquita, fue por sus hijos y se dispuso a vivir en familia. El destino parecía sonreírle. Por poco tiempo, porque un día de 1975 su hermana Viola acepta hacer un par de conciertos en Sudamérica. Ella sola. Ahí se acabó el dueto y ahí se empezó a deteriorar la hermandad.
Triste y dolida, Paquita manda “a volar” eso de cantar por un tiempo y monta un pequeño restaurante donde se pone a cocinar suculentos banquetes para fiestas. En 1977 da a luz a unos gemelos que mueren a los pocos días de haber nacido. Y tres meses después fallece su madre. Si no se hundió en la depresión fue porque sus ganas de salir adelante jamás la han abandonado. Así que compró un amplio terreno en la populosa colonia Guerrero del Distrito Federal y mandó construir la “Casa Paquita” donde organizaba las que en poco tiempo se convertirían en “las legendarias cenas-shows de Casa Paquita.”
Paquita pasaba sus días yendo al mercado, cocinando y ensayando sus conciertos. En 1984 invierte sus ahorros en la grabación de su primer disco y, partir de entonces, comienza a ser conocida como “Paquita La del Barrio.” Luego empezaría a ir a los programas de Televisa y sus canciones-revancha, llenas de jocosas bombas verbales, se integrarían a la banda sonora del pueblo mexicano (y latinoamericano):
Tres veces te engañé.
La primera por coraje,
la segunda por capricho.
la tercera por placer.
Y después de esas tres veces,
no quiero volverte a ver.
Paquita La del Barrio fue más aguerrida desde que se enteró de que su marido tenía una amante. Ante las sospechas, contrató un detective que le descubrió todo: él no sólo tenía otra mujer sino también una hija. Dolida, se armó de exabruptos:
Rata inmunda,
animal rastrero,
escoria de la vida,
adefesio mal hecho.
Infrahumano,
espectro del infierno,
maldita sabandija,
¡cuánto daño me has hecho!
Alimaña,
culebra ponzoñosa,
desecho de la vida,
te odio y te desprecio.
Rata de dos patas,
te estoy hablando a ti,
porque un bicho rastrero,
aun siendo el más maldito,
comparado contigo
se queda muy chiquito. 
Luego fue más allá:
Gracias por acordarte de mi madre.
Y es que hace bastante tiempo
que no me la recordaban
con un lenguaje florido.
Gracias, te agradezco tu cumplido.
Y sin hacer tanta bulla,
te suplico que también
me saludes a la tuya.
Con letras desgarradas, la mayoría compuestas por el veracruzano Manuel Eduardo Toscano, Paquita le canta al despecho, la traición, la venganza, la infamia, el desprecio y la burla. Pero su personalidad es tímida y reservada. Realiza giras por todo el continente americano (y en los últimos 20 años ha visitado España unas diez veces), “el pueblo” encuentra en sus rotunda figura a la guía de su catarsis y en sus conciertos la aclama con fervor. A ella le basta con lanzar una y otra vez su grito de guerra:
—¿Me estás oyendo, inútil?
Pero nadie contesta.

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Cuando el Nobel es periodista

Por: | 06 de mayo de 2013

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Mario Vargas Llosa tenía 15 años cuando comenzó a ser reportero en el periódico La Crónica de Lima (Perú). Empezaba a correr la década de los cincuenta del siglo pasado y eran, dice, “los tiempos del periodismo prehistórico.” El director del diario llegaba todos los días a trabajar montado en una mula y la Redacción no podía ser más modesta: mesas y sillas apolilladadas, viejas y ruidosas máquinas de escribir, hojas de papel desperdigadas. Vargas Llosa, que todavía era “Marito” o “Varguitas”, se encargaba de las notas policiacas. El suyo era el mundo de la noche, los bares, los burdeles, las calles llenas de malandros.
Una vez asesinaron a una prostituta en el Hotel San Pablo del barrio limeño El Porvenir. El reportero fue en busca de los detalles del suceso y cuando logró esquivar a los policías que rodeaban el cadáver se topó con la muchacha apuñalada. “Fue el primer muerto que vi y me quedé impresionado. Además, los policías hacían bromas sobre esa mujer con demasiada naturalidad, sin ningún pudor. Experiencias como esas me marcaron mucho. Tanto que tal vez sin ellas no hubiera podido escribir una novela como Conversación en la Catedral. He de reconocer que muchos de los personajes del libro nacieron de experiencias periodísticas de ese tipo”, contó en una conferencia con motivo del tricentenario de la Biblioteca Nacional de España.   
Ahora, aquel ex reportero que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2010 ha publicado su obra periodística en tres tomos. Piedra de Toque (Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores) es la compilación de sus columnas escritas a lo largo de 50 años (1962-2012). Son cientos de artículos en los que aborda asuntos políticos como las dictaduras o las revoluciones, problemas sociales, temas artísticos y culturales, reseñas literarias, semblanzas… Es, afirma el autor, “una autobiografía política e intelectual que escribí, prácticamente, sin darme cuenta. Lo interesante es que varios de estos textos son el orígen de algunas de mis novelas.”
Si su columna (actualmente publicada no sólo en EL PAÍS sino en varios periódicos del mundo) y esta antología se llaman así es porque un día el autor encontró en el diccionario que la piedra de toque es la que sirve para medir el valor de los metales: “y me gustó para medir el valor de las cosas de la actualidad”, dijo. Quizá la importancia de estos tres volúmenes resida en que constituyen el reflejo de la “evolución ideológica” y de los “asuntos propios” de Vargas Llosa. Comienza a escribir desde la izquierda: a favor de la Revolución Cubana y de la descolonización de África. Después transita hacia “posiciones más liberales”, como él mismo las califica. Defiende el aborto, el matrimonio homosexual, la legalización de las drogas. En lo económico, ya se sabe: siempre ha sido más “conservador.” Perú y España, sus dos países, acaparan la mayoría de sus reflexiones. No se olvida, nunca, de América Latina y de Europa. Se fija en las acciones de los principales líderes mundiales: Margaret Thatcher, Nelson Mandela, Barack Obama. Y jamás hace a un lado a los escritores y sus obras: los maestros y los contemporáneos.
Piedra-de-toque
Pero antes de ser columnista, el narrador que quiso ser presidente de su país trabajó en la radio. Y de esa etapa también guarda recuerdos de experiencias que, más tarde, afianzarían su literatura. “En una ocasión, recibí el mismo día dos teletipos: uno, en el que los soviéticos ponían en órbita el primer satélite, y otro, en el que Tegucigalpa celebraba la llegada del alumbrado público. Es, por ejemplo, un hecho muy literario, ¿no?”, recuerda.
Todas las mañanas, después de hacer ejercicio, Mario Vargas Llosa lee los periódicos con sumo detenimiento porque “son una fuente extraordinaria de temas.” Tiene en su mesa de trabajo un periódico inglés, uno francés y uno o dos españoles. Y los lee desde el principio hasta el final  “como un maniático de la letra impresa.” Gracias a esto, dice, su esfuerzo se centra luego en “comentar algún suceso de actualidad que me entusiasme, irrite o preocupe, sometiéndolo a la criba de la razón y cotejándolo con mis convicciones, dudas y confusiones.” Es que para él, el periodismo es “esa brújula que nos permite encontrar caminos y direcciones en el laberinto en el que nos sume la historia cotidiana.” Debido a ello, agrega, “no hay mejor manera de medir el grado de libertad de un país que consultando su prensa.”
El periodismo también le enseñó a investigar. Se sienta a escribir un libro sólo después de haberse sumergido en decenas de libros y archivos, de haber viajado y conversado con “gente que sabe” de los temas y las épocas de las que se ocupa. Escribir artículos, reconoce, le da una destreza o mayor facilidad para hacer sus libros y, sobre todo, vitalidad para contar: experiencias. Quizá por eso echa de menos sus años de reportero. Quizá por eso, hay momentos en que la nostalgia lo invade. “Cuando empecé era una profesión bohemia, que se ejercía dentro de una pecera de humo de cigarrillo. Y los periodistas eran gente que trabajaba hasta altas horas y luego salían directamente a pecar. Estaban en el límite entre lo decente y lo indecente, la vida pública y las catacumbas... Hoy eso ha cambiado mucho, son profesionales liberales y las redacciones se parecen más a una farmacia suiza que a lo que yo conocí.”

El País

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