Fue en 2001, en la Ciudad de México, en la Universidad Iberoamericana, en un taller organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Ryszard Kapuscinski (que para los aprendices ya era “Kapu”) contaba acerca de sus viajes por África y América Latina cuando entró al aula Gabriel García Márquez. “Yo también vengo a aprender” dijo el Nobel colombiano y sin más se sentó en un pupitre. De pronto, los talleristas comenzaron un debate sobre la fidelidad del periodista hacia la realidad. García Márquez preguntó:
—¿Tiene derecho un periodista a “pintar” una lágrima en los ojos de una viejecita triste que aparece en un reportaje, aunque en la realidad no llegara a verter esa lágrima? “Pintarla” para reforzar el efecto literario.
La mayoría opinó que hacerlo sería una “traición periodística”. Pero el autor de Cien años de soledad, a quien se le ha cuestionado, por ejemplo, la veracidad de una de sus crónicas más célebres (“Caracas sin agua”), atajó:
—El periodista tiene derecho a pintar esa lágrima para reflejar mejor la atmósfera del momento, el estado anímico del personaje descrito. ¿Dónde está la traición?... Tú también mientes a veces, ¿verdad, Ryszard?
Kapuscinski sólo sonrió.
La anécdota la refiere Artur Domoslawski en Kapuscinski non-fiction (Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores). Domoslawski es un periodista que conoció a Kapuscinski en la redacción de Gazeta Wyborcza, la última publicación polaca en la que colaboró el autor de Ébano. Con el trato frecuente y el paso del tiempo se convirtió en uno de los más cercanos amigos-discípulos de Kapuscinski. Los unía, sobre todo, el interés común por América Latina. Kapuscinski lo recibía en su casa y pasaban largos ratos conversando sobre la actualidad de Polonia y Europa, el Tercer Mundo y la calidad del periodismo contemporáneo. Luego, poco después de que el maestro muriera (en enero de 2007), el alumno se dedicó a desentrañar la personalidad y los mecanismos creadores del “reportero del siglo”. Y el resultado es un polémico texto. Porque contrasta con la imagen del “periodista intachable” que durante años hemos tenido acerca de Kapuscinski.
¿Cómo se podía forjar una carrera profesional exitosa en la Polonia comunista? ¿Cuál era el “precio” que había que pagar? ¿Un escritor contribuye a crear su propia leyenda? ¿Puede alguien estar a punto de ser fusilado varias veces y luego salvarse? ¿Qué tan fiable es hacer periodismo basándose en la memoria? ¿Cuáles son los secretos de la vida y obra de Ryszard Kapuscinski? Quizá guiado por preguntas como éstas, Artur Domoslawski emprendió una investigación poco después de la muerte de su “mentor y amigo”. Tuvo acceso al archivo del personaje, entrevistó a sus familiares, colegas y amigos, revisó las diferentes publicaciones en las que escribió a lo largo de su trayectoria periodística, sus libros y varias entrevistas que le hicieron. Con todo el material reunido y contextualizado escribió más de 600 páginas que, en su mayoría, intentan “desenmascarar” al “mítico reportero”:
La familia Kapuscinski no era extremadamente pobre como él nos contó, su padre nunca fue prisionero de los soviéticos, Pinsk (la ciudad de su infancia) no era un lugar lleno de armonía y tolerancia (porque, entre otras cosas, los polacos mataban a los judíos), durante mucho tiempo fue un “reportero propagandista y poeta comprometido”, “tuvo” que casarse porque venía una hija en camino (aunque él hubiera preferido mil veces que fuera un hijo), era un marido y padre “a distancia” que tuvo varias aventuras románticas con otras mujeres mientras su esposa “lo esperaba pacientemente en casa”, su hija nunca le perdonó sus ausencias; movía sus influencias políticas para poder viajar y escribir sobre lo que le interesaba, negociaba la publicación de sus reportajes con los censores del Comité Central del Partido Comunista, pudo trabajar con soltura gracias a la “amistad” entre el bloque socialista y el Tercer Mundo, no fue amigo del Che ni de Allende ni de Lumumba, “adornó y le echó imaginación” a El Emperador, aceptó que mutilaran El Sha con tal de que se publicara en Estados Unidos sin provocar incomodidades, colaboró con los servicios secretos (aunque sólo con algunas notas que carecían de verdadero interés), y dejó libros inacabados: uno acerca del dictador de Uganda, Idi Amin, otro sobre América Latina que iba a titularse Fiesta o Vuelo de pájaros, y uno más en torno a un poeta que admiraba: Viajes con Malinowski.
“Kapuscinski”, concluye el biógrafo, “creó su propia leyenda a lo largo de muchos años: la del tipo rudo, el reportero que no teme a la guerra, al hambre, a los animales salvajes, a los insectos ni a las enfermedades tropicales, ni tampoco a enfrentarse con la muerte cara a cara. […] Creó una figura literaria llamada Ryszard Kapuscinski, protagonista de los libros de Ryszard Kapuscinski, y con ello su propia leyenda. […] Comprendía perfectamente que la leyenda del escritor también forma parte de la buena literatura y del aura que la rodea. La vida del reportero que viaja a la guerra, que es testigo de revoluciones y golpes de Estado en el Tercer Mundo, se prestaba a la perfección para crear la leyenda, más teniendo en cuenta que la mayor parte de los elementos que la integraban eran verdaderos y sólo había que “colorear” una pequeña parte de ellos”.
Dos años antes de la publicación de Kapuscinski non-fiction, Beata Nowacka y Zygmnt Ziatek, dos profesores e investigadores de literatura en Polonia, publicaron Kapuscinski. Una biografía literaria (Bibliopolis), un retrato del autor de La guerra del fútbol a partir de su obra, en donde analizan, valoran y contextualizan los títulos más relevantes de su producción escrita. En la versión en español (supervisada por la esposa y la hija de Kapuscinski), los autores han agregado un “Apéndice”. En él califican el trabajo de Artur Domoslawski como “periodismo sensacionalista”:
“Domoslawski se ve obligado a apartarse del texto de Kapuscinski, a interpretarlo de forma contraria a las intenciones del autor, a sacar de contexto algunas informaciones, a manipular las citas. Cuando busca pruebas que demuestren que el escritor ha embellecido o dramatizado su propia biografía, maneja del modo más extraño nuevos documentos que supuestamente han de dar fe del estado real de las cosas. […] Al renunciar a tener realmente en cuenta la obra de Kapuscinski, Domoslawski vulgariza al protagonista de su libro, lo despoja no sólo de su leyenda, sino también de la dimensión espiritual e ideológica de su vida. Le priva de la dimensión de su personalidad creadora, que no se expresa solamente a través de sus reportajes. […] El sensacionalismo es para Domoslawski más importante que la lógica de los hechos y la lógica del razonamiento. […] Y aún hay que hablar de la que quizá sea la consecuencia más triste de este sometimiento: la peculiar puesta en venta de la relación personal con el escritor. […] Lo único que ha conseguido ha sido dificultar la comprensión de un libro de chismes. […] En todo el capítulo sobre los romances del escritor […] no aparece en realidad ningún nombre. Y en cuanto a las difíciles relaciones con su hija descritas en el libro, hay que decir que Domoslawski ni siquiera intentó hablar con ella… […] Pero al menos un problema general —que para los polacos es nuevo— sí que ha quedado al descubierto gracias a este libro, ha sido aireado y permanecerá como una lección para futuros biógrafos: el de por dónde pasa la frontera entre verificar a las autoridades que hemos heredado y aprovecharlas para alardear de intransigencia; entre la búsqueda de la verdad y la pretensión de impactar con sensacionalismos”.
Más que poner en duda la labor de Kapuscinski, las dos biografías aportan una deconstrucción imprescindible para comprender mejor a uno de los grandes exponentes del periodismo contemporáneo, contribuyen al debate para establecer las fronteras entre ficción y realidad y subrayan una serie particularidades de una forma de mirar para comunicar los grandes acontecimientos.
Maestro de la descripción y la narración, con rigor y creatividad, logró que el reportaje se igualara a la mejor literatura. Por eso, admirado por escritores como John Updike y Salman Rushdie, fue candidateado varias veces para el Nobel de Literatura. No por novelas, sino por retratar el mundo. “Necesito de la poesía como un ejercicio de la lengua; no puedo renunciar a ella. La poesía exige profunda concentración en la lengua, un esfuerzo que beneficia a la prosa. La prosa debe tener música, y la poseía marca el ritmo... Escribo poesía, pero nunca he tratado de escribir novelas porque no tengo ese tipo de talento... Soy un pobre reportero que, desgraciadamente, carece de la imaginación de un escritor de ficción”, decía.
Se quedó con mucho material guardado para escribir. Nunca cedió a las presiones de los editores que le ofrecían jugosos adelantos para que les diera un libro tras otro. Prefería escribir su propio ritmo. “Para escribir una cuartilla —decía— necesito haber leído antes por lo menos 100”.
En los últimos años de su vida, Kapuscinski se levantaba a las 5:30 de la mañana. Dedicaba mucho tiempo a la lectura y luego escribía. Sentía que tenía muchas cosas que contar porque había viajado demasiado en comparación con lo que había escrito. Jamás utilizó internet. Decía que él no buscaba información, que le interesaban las ideas, el pensamiento o las reflexiones. Y cuando le hacía falta un dato, consultaba la enciclopedia o el diccionario.
Sus dos facetas poco conocidas son las de fotógrafo y poeta. Como poeta, tuvo éxito en Europa con un libro todavía no traducido al español: Bloc de notas (1986). Ahí puede apreciarse que su poesía es periodística, pues cada poema bien podría ser una pequeña crónica:
Gente en la parada del autobús
en la calle Wolska
Pobreza
pobreza
al caer la noche
pobreza borracha.
Por qué
El mundo
Pasó volando a mi lado
Tan de prisa
No se dejó retener
Acercársele
Tratar de tú
Lanzado a la carrera
Un punto que se desvanece
En fuego y humo.
Varios de sus libros tienen en la portada fotografías que él mismo hizo. En vida montó en Europa varias exposiciones con su material gráfico y hay un libro que reúne una muestra representativa de sus imágenes: Desde África (Altair, 2001). Desde el pasado 4 de abril se puede ver en el Centro Cultural Matadero de Madrid la exposición “El ocaso del Imperio”, una selección de las imágenes realizadas por Kapuscincki entre los años 1989-1991, periodo en el que recorrió las repúblicas de la ex Unión Soviética y que cuenta en su libro El Imperio (Anagama). Las fotos son la crónica visual del derrumbe soviético, las experiencias de la población y el terror que estaban a punto de dejar atrás. Pero son, sobre todo, un claro ejemplo de cómo hay que mirar los acontecimientos para luego contarlos. Como lo hacía Kapuscinski, con sus ojos pálidos, pequeños, intensos y electrizantes.