Enfundada en un vestido de lentejuelas, ataviada con pendientes, collares y anillos de oro, la rotunda figura de Paquita La del Barrio sale al escenario para escupirle rencor a la pasión. Entre compungida y desafiante, su voz entona el mejor repertorio para ridiculizar sin compasión a los hombres. “¡Duro contra ellos, Paquita!”, le gritan sus seguidoras mientras clavan la mirada en sus acompañantes. Y ellos, chulos o cobardes, sueltan risillas nerviosas. Un chupito de tequila, otro más, y el despecho se hace menos con los himnos del amor insumiso.
Paquita desgrana las congojas con tópicos arrabaleros y, de pronto, se interrumpe con una puñalada verbal:
—¿Me estás oyendo, inútil?
Los gritos y los aplausos se desbordan. Micrófono en mano y borracha de valor, la guerrillera del bolero, la sacerdotisa del despecho que excomulga a los cabrones, la redentora de las engañadas y las maltratadas, lanza sin miramientos:
Arrástrate a mis rodillas,
te quiero ver llorando sangre.
Vas a pagar lo que hiciste,
lo que lloré por tu amor aquella tarde.
Te aplastaré como a un gusano.
Y ya después te enterraré en el pasado.
Entonces la apoteosis se hace inevitable y se apodera del personal. De nuevo:
—¡Duro contra ellos, Paquita!
La vida de Francisca Viveros Barradas no ha sido un camino de rosas. Era una niña descalza cuando en su natal Alto Lucero (Veracruz), en la costa del Golfo de México, tuvo que aprender a cortar mango y café. Apenas logró terminar el sexto grado de primaria, pero a los 15 años le dieron trabajo en el Registro Civil de su pueblo. Ahí conoció a su primer amor: un hombre casado y treinta años mayor que ella. Sumisa, aceptó ser “la otra” y tuvo dos hijos varones. Un día, sin embargo, se cansó de las penurias que pasaba, abandonada, al lado de sus hijos. Como siempre había tenido ganas de ser cantante, le encargó los niños a su madre y se fue a la ciudad de México a buscarse la vida.
No iba sola. Su hermana Viola, que solía cantar en las fiestas del pueblo, la acompañó con el propósito de formar el dueto “Las Golondrinas” y animar las fiestas de los barrios citadinos. Eran las habituales de La Fogata Norteña, un restaurante en donde conoció a su segunda pareja. Francisca, a quien ya todos llamaban Paquita, fue por sus hijos y se dispuso a vivir en familia. El destino parecía sonreírle. Por poco tiempo, porque un día de 1975 su hermana Viola acepta hacer un par de conciertos en Sudamérica. Ella sola. Ahí se acabó el dueto y ahí se empezó a deteriorar la hermandad.
Triste y dolida, Paquita manda “a volar” eso de cantar por un tiempo y monta un pequeño restaurante donde se pone a cocinar suculentos banquetes para fiestas. En 1977 da a luz a unos gemelos que mueren a los pocos días de haber nacido. Y tres meses después fallece su madre. Si no se hundió en la depresión fue porque sus ganas de salir adelante jamás la han abandonado. Así que compró un amplio terreno en la populosa colonia Guerrero del Distrito Federal y mandó construir la “Casa Paquita” donde organizaba las que en poco tiempo se convertirían en “las legendarias cenas-shows de Casa Paquita.”
Paquita pasaba sus días yendo al mercado, cocinando y ensayando sus conciertos. En 1984 invierte sus ahorros en la grabación de su primer disco y, partir de entonces, comienza a ser conocida como “Paquita La del Barrio.” Luego empezaría a ir a los programas de Televisa y sus canciones-revancha, llenas de jocosas bombas verbales, se integrarían a la banda sonora del pueblo mexicano (y latinoamericano):
Tres veces te engañé.
La primera por coraje,
la segunda por capricho.
la tercera por placer.
Y después de esas tres veces,
no quiero volverte a ver.
Paquita La del Barrio fue más aguerrida desde que se enteró de que su marido tenía una amante. Ante las sospechas, contrató un detective que le descubrió todo: él no sólo tenía otra mujer sino también una hija. Dolida, se armó de exabruptos:
Rata inmunda,
animal rastrero,
escoria de la vida,
adefesio mal hecho.
Infrahumano,
espectro del infierno,
maldita sabandija,
¡cuánto daño me has hecho!
Alimaña,
culebra ponzoñosa,
desecho de la vida,
te odio y te desprecio.
Rata de dos patas,
te estoy hablando a ti,
porque un bicho rastrero,
aun siendo el más maldito,
comparado contigo
se queda muy chiquito.
Luego fue más allá:
Gracias por acordarte de mi madre.
Y es que hace bastante tiempo
que no me la recordaban
con un lenguaje florido.
Gracias, te agradezco tu cumplido.
Y sin hacer tanta bulla,
te suplico que también
me saludes a la tuya.
Con letras desgarradas, la mayoría compuestas por el veracruzano Manuel Eduardo Toscano, Paquita le canta al despecho, la traición, la venganza, la infamia, el desprecio y la burla. Pero su personalidad es tímida y reservada. Realiza giras por todo el continente americano (y en los últimos 20 años ha visitado España unas diez veces), “el pueblo” encuentra en sus rotunda figura a la guía de su catarsis y en sus conciertos la aclama con fervor. A ella le basta con lanzar una y otra vez su grito de guerra:
—¿Me estás oyendo, inútil?
Pero nadie contesta.
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LA VOZ DE LA VIOLENCIA MACHISTA
NI BOLEROS NI DESPECHOS
FUCK Y´ALL
Publicado por: MEXICANA VIOLENTADA | 12/05/2013 13:27:04