Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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Mario Muchnik, el último editor (III)

Por: | 29 de julio de 2013

MarioMuchnik
Mario Muchnik recuerda como aferrándose a la vida
. Hay momentos en que su mirada se pierde en la ventana. Como si en realidad dialogara con la luz o esa luz le iluminara la memoria. Pero es una luz que ya no es tan intensa como hace rato, lo cual permite que sus ojos estén más cómodos. “Los recuerdos se cruzan. Es difícil ser viejo”, dice con un toque de melancolía. “Mira: mis traspiés de memoria se deben a mi edad. Son una novedad en mi vida. No me preocupan mayormente, salvo cuando tengo muchas ganas de contar algo y me olvido. Porque quedo mal conmigo mismo.”
Y sin embargo pronuncia una frase que parece ser la gran catalizadora de sus recuerdos: “los libros son sagrados. No por ser objetos, sino por ser obras de grandes personas.” Entonces comienza formar una cadena de nombres y anécdotas, no sin antes comentar: “yo habré editado a unos 500 autores durante toda mi vida. Y, salvo dos o tres, a todos los traté como amigos. Yo fui amigo de gente que no tenía amigos. Porque hay autores huraños, cascarrabias. Pero ¡qué relaciones hemos tenido! Yo el otro día le decía a Nicole: ¡la suerte que hemos tenido!... Porque uno no se da cuenta en el momento, sino hasta después.”
Jorge Guillén. “Con él tuvimos una relación de grandes amigos. Yo me doy cuenta ahora que tengo 80 años, que es la edad que tenía Jorge cuando le publicamos Y otros poemas. Lo recuerdo siempre de corbata. Él nunca se presentaba en público sin corbata, así fuera verano. En invierno: chaleco y chaqueta. Él estaba sentado en su sillón y Nicole y yo íbamos a saludarlo a su casa de Málaga. Y hacía un esfuerzo por levantarse y se ponía de pie y le daba la mano a Nicole y le decía con solemnidad: “Madame.” ¡Él no perdonaba a un hombre que no se pusiera de pie cuando entraba una dama! Y mira que éramos amigos, ¿eh?”
Susan Sontang. “Susan tuvo éxito en España hasta que yo edité La enfermedad y otras metáforas. Ese fue el libro que la dio a conocer. La conocí en París, teníamos alguna relación. No recuerdo quién era su editor entonces. Le dije: “ya sé que tienes editor, pero para el próximo libro tenme en cuenta.” Y luego me llamó: “Mario, le mandé un manuscrito a Carmen Balcells pidiéndole que te lo dé.” Carmen me lo dio y yo lo edité. Era Estilos radicales. Yo traduje La enfermedad y sus metáforas. Lo compaginé: trabajaba con tijeras, con celo, con papelitos amarillos que salían por todas partes… No sé si te han contado, pero hubo un tiempo en el que no había ordenadores.”
Octavio Paz. “Coincidió que viniera Octavio a Barcelona con la visita del Papa Juan Pablo Segundo. Paz tomó una habitación en el Hotel Colón, con un balcón para ver al Papa. Yo le dije: “¿Y no me dejarás ocupar un lugarcito en tu balcón?” Y me dijo: “Y Nicole, también. Y dile a tu papá, por supuesto.” Entonces estuvimos con él todo el día. Él pidió que subieran sándwiches y cervezas. Lo pasamos muy bien. Vimos el paso del papamóvil. Era Octavio Paz, sí, pero era sobre todo un hombre simpático que habla sobre Batman. Le interesaba muchísimo. Sabía todo de Batman. Y de Superman. Conocía todos los cómics, pero le interesaba más Batman por el trasfondo social. Y era capaz de estar hablando toda una tarde de Batman. Era un gran conversador, Octavio. Es que ya te habrás dado cuenta: España es un país muy ignorante. Comparado con México, esto es menos que la escuela primaria. Aquí no hablan inglés. Y para acceder a la gran cultura hay que saber inglés y francés. Y aquí está lleno de gente que no habla esas lenguas. Es como si fuera una cultura a la que le falta una pierna, algo por el estilo. Es terrible. Entonces, claro, cuando uno se encuentra con un Octavio Paz es maravilloso.”
Francisco Rico. “Tú debes saber de él, ¿no? Bueno, pues Paco Rico era temido en Seix Barral. Yo no lo conocía. Un día me lo presentan, yo le doy la mano y le digo: “he oído hablar mucho de usted.” Él viene a mi encuentro con una frase que era la que yo iba a pronunciar: “y qué le han dicho de mí.” Es una frase que viene del Western: se encuentran el malo y el bueno. Y éste último le dice: “he oídio hablar mucho de usted.” “Y qué le dijeron”, responde. “Que es un asesino.” Y saca la pistola y dispara: pa pa pa pá.”
Rafael Alberti. “Coincidí con él en Roma. Varias veces fui a su estupendo piso de la Vía Garibaldi. En la entrada tenía un cartel que decía: “no se hacen prólogos.” Luego estuvimos muchas veces aquí en Madrid. Yo me propuse editar toda su obra empezando por La arboleda perdida. Recuerdo que a él le gustaba recitar a Garcilaso: por vos nací, por vos tengo la vida / por vos he de morir y por vos muero.”
Julio Cortázar. “Todo el mundo me dice que tuve mucha relación con Julio. Y puede ser verdad. Editar Los autonautas de la cosmopista me permitió aguzar el ojo cazador de erratas, cómo sentir el texto, cómo armonizar la sucesión de páginas. Fueron numerosos ratos con él. En París, en Buenos Aires, aquí en España. Era un gran amigo, un gran autor… Julio murió dos días después de haber visto un ejemplar que hicimos de Nicaragua tan violentamente dulce.” 
Kenizé Mourand. “De parte de la princesa muerta, su gran libro, fue el gran best seller de mi editorial. Cuando llegó a cien mil ejemplares, le hice una fiesta. Y me convertí en la comidilla de Barcelona. Me decían: “mira tú a este editor. Hace una fiesta no porque lance un libro, sino porque festeja el éxito que está teniendo un libro.” Y eso no suele hacerse. Hacían notas en el periódico acerca de eso. Con Kenizé tuve una relación muy estrecha que… terminó mal. Por el dinero. Ya te digo: no he sido bueno para eso. Terminamos peleados.”
Vicente Rojo. “Ojalá que Vicente viva muchos años. Él era claustrofóbico. Seriamente claustrofóbico. No podía subir el ascensor. De manera que no estuvo en mis casas. Yo siempre he vivido en un noveno piso, ahora en un onceavo… Y no se atrevía. Imagínate tú: Nicole pinta, pero ¿cómo hace una pintora que vive hasta acá arriba para mostrarle su obra a Vicente Rojo?  Pues bajando las pinturas. Y así, los Rojo habrán visto unos 30 cuadros de Nicole.”
Tito Monterroso. “Tito nació en Guatemala, pero también se le considera mexicano. Es que ya que has venido quiero hablar de México. Yo le decía a Tito: “¿cómo haces para vivir en el DF, con tanta contaminación?” Y él decía: “muy fácil, nos habituamos a no respirar.” Cada vez que Tito venía a Europa, llamaba: “¡Tito Monterroso reportándose!”… Venía con Barbarita, Bárbara Jacobs. Siempre viajaban junto a Vicente Rojo y Albita. Los cuatro…Tito es el máximo cómico de la lengua. Pero quien lo sigue muy de cerca es Hugo Hiriart, que es increíble. Hugo tiene un libro que empieza diciendo: “Dios creó el mundo, el agua, las estrellas… y separó la luz de las tinieblas en seis días.” Punto y aparte: “se dice pronto.”
Y Muchnik vuelve a reír. Hasta con los ojos. CONTINUARÁ...

Mario Muchnik, el último editor (II)

Por: | 22 de julio de 2013

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El trabajo de un editor consiste en disgustarse antes de que más gente se disguste. O que cuando algo le guste, le guste a todo el mundo. Un editor, por lo tanto, guía al autor por unas rutas y lo previene de otras. Alimenta sus ideas y hace que se cuestione sus propias ideas para sacar lo mejor de él. “La imagen del editor”, decía Tomás Eloy Martínez, “la retrató el escritor y filósofo Walter Benjamin: un lector que es a la vez autor, “alguien que describe y que prescribe.” Y a la vez siempre, según Benjamin, alguien de “extremo coraje”, capaz de repetirse a sí mismo cada mañana: voy a saber y voy a transformar.” Pero para Mario Muchnik un editor es, simplemente, “un mediador constructivo entre el autor y el lector.”
En 2011 publicó un libro basado en sus experiencias: Oficio editor (El Aleph).  En él cuenta que a lo largo de los años recibía un promedio de tres o cuatro manuscritos “no solicitados” por semana. ¿Cómo decidir cuál debe publicarse? “Mi método siempre fue el mismo”, escribe. “Solía abrir el manuscrito en su primera página y leer en voz alta las primeras líneas. Luego iba a la última página y leía, siempre en voz alta, las últimas líneas. Finalmente abría al azar aproximadamente por la mitad, y leía unas líneas.” Y entonces apartaba el texto “que lograba superar este somero, arbitrario y seguramente injusto procedimiento. (…) ¿Cuáles eran mis criterios? En primer lugar que el autor supiera escribir. Hay muchos autores cultos que no saben escribir. (…) En segundo lugar, el contenido de la primera página. (…) Que el autor fuera capaz de diferenciar claramente entre sí mismo y su narrador. (…) En esa primera lectura de un manuscrito me pasó, pocas veces, poquísimas veces, que de pronto levantara la vista, viera que había transcurrido una hora y que iba por la página cincuenta. Era el campanazo de alarma. Estaba ante una obra seria que debía leer seriamente y llegar hasta el final. (…) Para que un texto logre interesar al lector, su autor debe reunir tres condiciones: tener algo que contar, tener ganas de contarlo y saber contarlo.”
Aclara que siempre ha admirado al editor italiano Giulio Einaudi. “Con su férrea política editorial, un libro se publica si es bueno, no se publica si no lo es, y toda consideración comercial ha de plantearse una vez tomada esta decisión puramente literaria.”  
¿Y luego? “Es en calidad de amigo como un editor puede ser útil a un autor, hablándole con franqueza, señalándole flaquezas del texto, objetando, poniendo peros, debatiendo exhaustivamente sobre cada punto que no concite el acuerdo inmediato de ambos. Y todo ello, mejor si con un vasito de vino en la mano.”
Todo esto en lo que se refiere a la parte literaria pero, cuenta ahora en la sala de su casa, eso no es suficiente para el buen funcionamiento de una empresa editorial. “Tengo que reconocer algo: soy muy poco sensible para manejar el dinero, los números, y de ahí nacen errores y errores. Yo he sido físico, antes de ser editor. De manera que no es que los números me asusten. Es que los números vinculados a la edición, a la cultura en general, me asustan. En general fui un contable ocasional, más que nada porque nunca me gustó la contabilidad aplicada a la cultura, qué le vamos a hacer. Y por eso esa última parte de mi libro donde digo que la edición debería ser subvencionada, como está subvencionada la ópera y otras cosas. No sólo subvenciones estatales, sino privadas. Esa parte es crucial en la cultura. Pero yo tengo muy mala relación con los números y no soy muy capaz de mantener viva una editorial mediante el aporte de otra cosa que no sean manuscritos, ideas, cosas que tienen que ver con la literatura y no con el sistema gastrointestinal de la edición.”
Quizá por eso llegó el día en que perdió su editorial. “Me la robaron. Y lo digo con todas las pablaras: me la robaron. En Barcelona, mis socios, haciendo mal uso de la relación de confianza que teníamos, se quedaron con mi editorial. Yo me lo reproché, me lo sigo reprochando, reproché a mi padre y él se lo reprochó también hasta su muerte: no haber sabido elegir a tiempo a sus amigos. Porque fue una editorial hecha con base en la amistad. Una amistad entre mi padre y Víctor Seix. El acuerdo fue un estrechón de manos que yo presencié. En un restorán ambos dijeron: “vamos a hacer esta empresa editorial.” Y funcionó durante un par de décadas, seguro. La cosa terminó en el año 90: Víctor Seix murió y la gente que ocupó su lugar no tenía la honestidad que tenía Víctor. Quizá yo tuve un menosprecio por la contabilidad. No había contrato alguno, jamás se nos ocurrió, todo era amistad. Mi padre decía: “entre legal y leal hay una letra de diferencia. ¡Y un mundo de diferencia!” Esa gente no nos ha sido leal y se refugian en lo legal. Lo que han hecho es legal. Y porque no había documentos, nunca quisimos ofenderlos pidiéndoles documentos. Y entonces era una editorial que funcionaba muy bien, pero tenía un punto flaco: ¿quién era el dueño de esta empresa? Y los dueños, ciertamente, no éramos ni mi padre ni yo, porque éramos socios minoritarios. Y nos pusieron en la calle. Y eso es lo que yo nunca puedo olvidar. Yo tenía que haber sido el guardián, por algo era el editor, del cotarro este. Tendría que haber tenido la iniciativa de hacer un contrato con Juan Seix, el hijo de Víctor Seix: “nuestros padres se entendieron muy bien, pero ahora nosotros hay que poner las cosas sobre el papel.” No lo hice, no preví nada, no puede imaginar... Lo peor de todo es constatar que a mí me faltaba lo fundamental: conocer a los colaboradores. Conocerlos realmente y saber hasta dónde están dispuestos a llegar para prevalecer. Yo no supe hacer eso y por eso perdí mi editorial.”
Así acabó Muchnik Editores y entonces lo contrataron como director literario de Seix Barral, del Grupo Planeta. Luego, en 1991, se asoció con la editorial Anaya y se centró en la publicación de narrativa extranjera contemporánea de autores como Gore Vidal, Gilles Kepler o Peter Berling. En 1997 lo despidieron de Anaya y al año siguiente puso en marcha su nueva editorial, en la que continúa hasta ahora: Taller de Mario Muchnik, donde él es el único empleado. Con su Macintosh diseña, maqueta y deja listos los libros para la imprenta. Su objetivo no va más allá de publicar unos cinco o seis libros al año, “pero muy bien hechos.”
Reconoce que salía de una empresa o de otra porque, “a lo mejor, siempre quería ser el jefe y no podía ser más que un empleado… Y no sé, pienso que una editorial debería ser un lugar que diera valor al editor, al cerebro. Si el editor no va un día al trabajo porque quiere ver una exposición tendría que hacerlo, porque es editor 24 horas al día. Esté o no esté en su despacho sigue siendo editor. Y bueno, hoy las grandes empresas han terminado con los editores en el sentido clásico y los jóvenes que llegan suelen proceder de la parte comercial o administrativa de otros sectores.”
¿Y no se siente amenazado por las nuevas tecnologías? “El libro sobrevivirá. Porque está mejor inventado. Guerra y Paz no lo vas a leer en pantalla, porque hay que estar totalmente loco. Además, ¿para qué quiere uno llevar cientos de libros encima?... Y luego está que se le acaben las pilas al aparato a mitad de un párrafo. ¡No trabajemos en contra de la vida apacible del buen libro, por favor!” CONTINUARÁ...

Mario Muchnik, el último editor (I)

Por: | 15 de julio de 2013

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Mario Muchnik está sentado en un sillón de la sala de su casa, en un onceavo piso, frente a un enorme ventanal que permite tener bien iluminada toda la habitación. Las paredes son blancas y sobre las paredes hay cuadros de Nicole Thibon, su esposa. Al fondo abundan los libros. Y más allá también. Son los que él ha editado a lo largo de su “accidentada carrera editorial” y los que ha leído por gusto y necesidad. Además, hay discos. Documentos. Un archivo fotográfico.
Aquí Muchnik se despierta, desayuna, lee, echa una siesta, lee, come, lee, otra siesta, lee. “Ahora mis días son todos igualitos: con mucha pereza, la siesta es larga, je je.” Las horas van pasando y él no quiere dejar de leer. Libros, revistas literarias, pruebas de imprenta. Algún periódico: “es que el periodismo está muy mal. A veces es como si uno no leyera nada. No tiene sentido.” Habla con abundancia mezclando el acento argentino y español. Hoy viste camisa blanca, pantalón gris, chaleco azul marino, zapatos negros. Es un hombre grueso, barba y pelo blanco y ralo. Un poco colorado. Está consciente de que es prácticamente el último editor. De los tradicionales, de los que anteponen la calidad literaria al marketing, de los que mantienen una estrecha relación con sus autores, de los que en la actualidad, en plena “revolución tecnológica que amenaza al papel”, siguen haciendo un libro a la manera de los artesanos: con mucha paciencia y sumo cuidado. Así que por eso y porque tiene 80 años lanza una advertencia:
—Podemos estar aquí hasta la media noche, ¿eh? Has venido a verme en una época en la que tengo más amigos muertos que vivos. Y mil anécdotas. Pero esto es normal, según me dicen los mayores.
Muchnik suspira. Y ríe. Ríe hasta con los ojos.

*

El teléfono sonó a la una de la tarde del 15 de octubre de 1981, cuando Mario Muchnik y su secretaria revisaban la traducción de un libro. El editor contestó e inmediatamente recibió una descarga emocional de su interlocutor:
—¡Pibe! ¡La radio! ¡Canetti, permio Nobel! 
Una dolorosa secreción de adrenalina se apoderó de los riñones de Muchnik. Pero eso no le impidió saltar de alegría. “Porque era lo que correspondía. Porque éramos lo bastante jóvenes como para permitirnos eso”, recuerda ahora.
El Premio Nobel de Literatura para uno de los autores que editaba era el gran espaldarazo que su editorial requería.
Para entonces ya hacía más de un lustro de que había fundado Muchnik Editores. Su padre, Jacobo Muchnik (1907-1995), era hijo de unos exiliados rusos que se establecieron en Buenos Aires, donde él se hizo editor. Organizaba reuniones en su casa a las que acudían escritores como Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato. Mario Muchnik era entonces “un chaval” y comenzaba así a adentrarse en el mundo de las letras. No obstante, el día que tuvo que elegir una carrera universitaria se decidió por la Física. Estudió en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Después trabajó en el Instituto de Física Nuclear de Roma. Y hasta descubrió una partícula: la antisigma+ (“sin ninguna trascendencia”). Luego se fue una temporada a Londres, donde comenzó a inmiscuirse en las labores editoriales, y llegó a París en el mítico 1968. Entonces fue contratado por la editorial de Robert Laffont. Fueron cuatro años en los que aprendió lo que se hace en todas las áreas de una empresa editorial: producción, corrección, ventas, publicidad. Esa fue su escuela. Su “Universidad de la Edición.” Así que con eso y con lo que también aprendió de su padre se animó a ser editor independiente. “El primer paso para una aventura de este tipo es conseguir financiación ajena y un buen distribuidor.”
Lo consiguió y puso en marcha su propia firma en Barcelona. El primer libro que publicó Muchnik Editores fue Y otros poemas, de Jorge Guillén. “El libro lo iba a hacer un editor mexicano que se llamaba Joaquín Diez Canedo, de la editorial Joaquín Mortíz, de México. Lo iban a hacer ellos, pero Jorge Guillén quería que el libro apareciera cuando él tuviera 80 años, antes de cumplir 81. Él cumplió 81 en enero del 73. Se hizo la fiesta en la casa de mi padre en Niza, Italia, y Joaquín Mortiz todavía no había publicado nada. Pedimos el libro y el original  nos los trajeron de México. Jorge lo revisó, fotocopiamos y lo enviamos a Buenos Aires para que se imprimiera. Y debe estar por aquí…”
Mario Muchnik se levanta de su sillón y en unos instantes vuelve con el libro en la mano. Es gordo, beis, únicamente con el título en la portada, Y otros poemas, en mayúsculas negras. “Está dedicado. O sea: es un libro muy valioso. Por ser el primero de mi editorial y por ser de él. Míratelo un momento. Mientras, bajo el toldo. Porque la luz que entra por la ventana me deslumbra. Así tendremos un aire mediterráneo.” Y sonríe.
La dedicatoria dice:
A Mario Muchnik
deseándole
las mejores aventuras
personales y editoriales
muy cordialmente
su amigo
Jorge Guillén
Cambridge, 27 de abril -1974.
Mario Muchnik vuelve a sentarse: “Guillén pensaba que ese iba a ser su último libro, porque ya cumplía 80 y se sentía muy viejo. Por eso se llama Y otros poemas. Porque Guillén quería que fuera algo así como en las biografías: “escribió tal y tal. Y otros poemas.” Pero vivió más. Todavía hizo otro libro que se llamó Final. Claro, porque ya no sabía cómo llamarlo.”
Lo que Muchnik tampoco sabía cómo llamar era la noticia del Nobel para Elías Canetti. ¿Suerte? ¿Consecuencia del buen olfato de editor? “No lo conocía a Canetti. Yo no tenía una cultura literaria cuando empecé en esto. Mi cultura literaria empezó con la editorial. Porque tenía que leer cosas para publicar. Un amigo americano, músico, me recomendó un libro de Canetti: Masa y poder.  Lo leí en una semana. Es denso, pero lo leí en una semana. Me gustó. Luego leí Auto de fe, su única novela. Era cuando estaba a punto de crear mi editorial. Luego, ya con ella en marcha, uno de los primeros títulos que edité fue El otro proceso de Kafka. Yo no sabía que llegaría la aventura del Nobel. Pero llegó. En aquella época todavía los reyes de Suecia eran unos chavales. Y Canetti me contó que en el gran banquete del premio hubo una reunión previa y todos los comentarios eran sobre la belleza de la reina. Y sí, ¡era para enamorarse! “Si”, me dice Canetti, él era muy sentencioso. “Y lo más importante”, dice, “es que era plebeya.” Claro, ¡ella era más inteligente y más bella por ser plebeya!”
“Después”, continúa Mario Muchnik, “Canetti me muestra el Premio Nobel: una medalla en una caja negra acolchada. Me dice: “los del banco me proponen guardarla ellos.” Y hace un silencio. Y enseguida: “a usted ¿qué le parece? Yo tengo mis reparos, pero dicen que es más seguro.” Y yo le digo: más seguro, seguro que es. Y él: “¡qué bonita frase! Bueno, yo les voy a decir que usted me autorizó.” Es que para él esa medalla no era su gran tesoro. Su gran tesoro me lo mostró: los papeles. Abrió un mueble en donde había, no quiero exagerar, pero quizá eran unas diez mil páginas. Unas pilas enormes de papel. Eran los originales de lo que había mandado a imprenta. Pero lo que no había envidado era mucho más. Era impresionante ver la obra de ese hombre. ¡Tantos papeles escritos no he visto en ninguna parte! Él escribía a mano, con lápiz. Eso lo mandaba al editor. El editor ponía a unas secretarias a mecanografiarlo. Luego Canneti corregía y, finalmente, se tenía la versión definitiva. Era el duplicado del original lo que él guardaba.”
El calendario de 1981 estaba por expirar y Muchnik Editores ya había reimpreso los cuatro libros de Canetti que tenía en su catálogo con la leyenda “Premio Nobel de Literatura 1981” en las portadas. “Le llevé unos ejemplares. Y me dice: “ah, ¿cómo logró usted esto? Estamos en diciembre de 81 y usted ya tiene estos libros con la leyenda del Premio. ¿Cómo?” Abre el libro y dice: “veo que ha cambiado la calidad del papel.” Y le digo: veo que tiene usted mucha sensibilidad para eso, para el papel. Y él: “me gustan mucho los papeles. Pero, vamos a ver, los franceses son mis peores editores.” ¿Por? “Se equivocan, siempre se equivocan.” ¿Por ejemplo? “Mire: en la página cuatro de este, ponen una palabra que yo no uso.” Y yo, discretamente, miro el que edité, a ver si no cometí la misma metedura de pata. Y él dice: “pero el suyo está bien. No se preocupe.” ¡Uf, qué alivio!” CONTINUÁRÁ...

El Chavo o... Shakespeare chiquito

Por: | 08 de julio de 2013

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Roberto Gómez Bolaños era un estudiante de ingeniería de 22 años cuando abrió el periódico, se fijo en un anuncio y su vida cambió. Eran los años 50 del siglo pasado, en México la industria del entretenimiento se había consolidado gracias a la llegada de la televisión y las agencias de publicidad no paraban de solicitar creativos. A Gómez Bolaños le encantaban las matemáticas y soñaba con diseñar y fabricar juguetes, pero sus notas en la Universidad eran “menos que regulares.” Por eso se atrevió a probar suerte escribiendo anuncios.
Pronto su jefe se dio cuenta de que el aprendiz escribía con cierto sentido del humor y le encargó algunos guiones para programas de radio. Los niveles de audiencia subían igual que los buenos comentarios de los colegas. Entonces comenzó a escribir guiones para programas cómicos y musicales de la televisión. Luego lo llamó el director cinematográfico Agustín P. Delgado quien, deslumbrado por el talento del guionista de baja estatura que desarrollaba los argumentos de sus películas, empezó a llamarlo “shakespearito”, diminutivo del gran autor inglés cuya pronunciación después castellanizó como “chespirito” y se convertiría en el eterno mote de la máxima figura del humorismo blanco de la televisión en español.
Pero todo ocurrió “sin querer queriendo.” Desde su nacimiento hasta su consolidación artística, la vida de Roberto Gómez Bolaños ha estado marcada por el azar y la intuición. Un día, su madre quiso deshacerse de un fuerte resfriado y se tomó un medicamento que otras veces le había funcionado de maravilla. No sabía, sin embargo, que esa medicina contenía quinina, una fuerte sustancia abortiva. Estaba en los primeros meses de embarazo y no tardó en sentir unos fuertes dolores en el vientre. El médico recomendó “la expulsión del producto”, pero la mujer se negó y el 21 de febrero de 1929 dio a luz al niño que se convertiría en una leyenda del entretenimiento. Muchos años después, en 2007, en medio de la polémica sobre la despenalización del aborto en la Ciudad de México, Gómez Bolaños subrayaría este acontecimiento biográfico en una campaña “a favor de la vida.”  
ChespiritoChespirito empezó a interpretar pequeños papeles en la televisión y el cine más por cubrir las ausencias de algunos actores que por iniciativa propia. Pero su capacidad histriónica era del agrado de los productores y del público. Esto no lo alejó de la escritura de guiones y de la creación de nuevos personajes. Al contrario: después de formar el cuadro de actores que lo acompañaría durante décadas, en una parodia de las mesas redondas llamada Los súper genios de la mesa cuadrada, se le ocurrió un héroe “más real”, uno que no negara que tenía miedo pero que, al mismo tiempo, fuera capaz de superarlo: El Chapulín Colorado, quien destacaba al combinar refranes populares en un embrollo lingüístico: “Ya lo dice el viejo y conocido refrán: la suerte de la fea… amanece más temprano.” ¡No!, corregía. “No por mucho madrugar… la bonita la desea.” ¡No!, volvía a rectificar. “La bonita no desea madrugar muy temprano… y la fea tiene mala suerte desde que amanece… Bueno, la idea es esa”, remataba. El éxito fue inmediato (“¡no contaban con mi astucia!”), pero otro personaje lo superaría: El Chavo.
Roberto Gómez Bolaños había visto en la playa de Acapulco a un niño lustrabotas, de unos ocho años y vestimenta sucia y remendada, que cuando ganaba unas monedas corría a comprar un bocadillo de jamón. Escribió un sketch basado en esa imagen y lo guardó en un cajón porque no estaba seguro de que funcionara en la pantalla chica. No obstante, poco tiempo después, ante la necesidad de ofrecer algo nuevo al público, lo “desempolvó”, lo situó en un escenario concreto (el patio de una vecindad) y le agregó algunos interlocutores: La Chilindrina, Quico, Doña Florinda, Don Ramón, el profesor Jirafales, El Señor Barriga y La Bruja del 71. El protagonista no quería ser el típico niño con la picardía de un adulto (como hacían muchos actores): quería conservar la inocencia y la ingenuidad propias de un niño. “Jamás pretendí que el público pensara que yo era un niño. Lo único que buscaba era que aceptara que yo era un adulto que estaba interpretando el papel de un niño.”  
El_Chavo_CastEl programa era transmitido por el canal de Televisión Independiente de México, que luego se fusionaría con Telesistema Mexicano, cuyo emporio (cuasi monopólico) pasaría a llamarse Televisa. La cadena se dio cuenta de que la historia de ese niño que vivía en un barril no sólo podría ocurrir en México sino también en las favelas de Río de Janeiro, en las barriadas de Lima o en las villas miseria de Buenos Aires y lo vendió a los principales canales de televisión de América Latina.
Después se dobló a 50 idiomas y todavía hoy las repeticiones siguen emitiéndose en una veintena de países. Ante la popularidad internacional, las giras del elenco se hicieron necesarias y lo que ocurría en cada país al que llegaban era sorprendente.  En 1977, por ejemplo, los chilenos los recibieron formando una valla de 17 kilómetros ininterrumpidos, desde el aeropuerto hasta el hotel donde se hospedarían. También establecieron un record en el Estadio Nacional de Santiago (con capacidad para 80.000 espectadores) al dar dos funciones el mismo día. Pero el sitio había sido el principal “campo de concentración” del régimen de Pinochet y el show de chespirito fue denostado por los sectores progresistas de Latinoamérica. 
Con el paso de los años vino la ruptura del equipo. Comenzó cuando Carlos Villagrán (“Quico”) aceptó la oferta de irse a Caracas (Venezuela) para hacer su propia serie (previo pleito con Gómez Bolaños por los derechos del personaje). Luego se iría (“por diferencias personales”) Ramón Valdés (“Don Ramón”). Y hace unos años María Antonieta de las Nieves (“La Chilindrina”) se dio cuenta de que su antiguo jefe no había renovado la propiedad intelectual de los personajes del programa y aprovechó para registrar el suyo a su nombre. Lo logró, pero Televisa la vetó y ha tenido que irse de México para seguir trabajando.
El Chavo dejó de grabarse en 1995, 25 años después de haberse emitido por primera vez.  “Me opuse a correr el riesgo de que El Chapulín y El Chavo llegaran a dar lástima; que llegaran a exhibir los residuos en que se van convirtiendo, inexorablemente, todos los seres humanos”, escribió en Sin querer queriendo, sus memorias publicadas recientemente en México y otros países de América Latina por la editorial Aguilar. Comenzó a interpretar al Chavo a los 42 años y dejó de hacerlo a los 66. Quizá por eso, también, se negó a realizar la versión cinematográfica de El Chavo. “Por la limitación que imponía su escenario natural (la vecindad). Por la dificultad de encontrar un argumento representativo de la serie, sin repetir lo que ya había mostrado la pantalla chica. Y por evitar los acercamientos de cámara a un rostro cada vez más flácido y lleno de arrugas.” Desde 2006, basada en los guiones originales, se emite El chavo animado con la intención de atraer a los hijos y nietos de las primeras generaciones de espectadores. 
Roberto-gomez-bolanos300x350Hoy Roberto Gómez Bolaños (que en el 2000 apoyó la campaña a la presidencia de México del conservador Vicente Fox)  tiene 84 años y vive con dificultades de salud en su casa de Cancún. El año pasado, 17 países se unieron para rendirle un magno homenaje al que asistió conectado a una bombona de oxígeno y, después de un cúmulo de emociones, salió en una ambulancia. El mes pasado corrió el rumor de que había muerto, pero él mismo lo desmintió: “Estoy mal. No puedo caminar y casi no oigo. Eso me impide hacer muchas cosas, como ir al cine o al teatro. Pero sigo vivito y coleando”, dijo en el informativo radiofónico del periodista mexicano Javier Solórzano. Se espera que en el otoño de 2014 se estrene la película animada de El chapulín Colorado. Mientras tanto, chespirito sigue haciendo comentarios a través de twitter, donde tiene más de cinco millones de seguidores y donde ha declarado: “yo he sido el mejor negocio que ha tenido Televisa." Chavoanimado

 

Susy Menkes, la periodista bajo el tupé

Por: | 01 de julio de 2013

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Hay una pregunta que se escucha poco antes de que empiecen los desfiles de moda en París, Milán, Londres o Nueva York:
—¿Ha llegado Suzy?
Suzy Menkes es la periodista de moda y estilo del International Herald Tribune que cada semana, dese 1988, firma una página del rotativo dando cuenta de “lo último” del fashion world. Sin que se le mueva su característico tupé llega a las pasarelas vestida de negro, morado o marrón y un bolso de tamaño suficiente para guardar un portátil, una cámara de fotos digital, un cuaderno y un bolígrafo. Entonces se sienta para poner atención. Mira el corte, la línea, los tejidos y los colores de la ropa. Durante el desfile se fija, además, en la inspiración creativa, la puesta en escena y la coordinación de estos elementos. Enseguida escribe su texto en donde mezcla la historia de la casa, la relación entre una colección y otra, la música y el ambiente del desfile y algunas referencias cinematográficas o de las artes plásticas, de la política, la economía o la actualidad. Mezcla el argot inglés o francés de la alta costura y habla sobre la ropa masculina y femenina, los diseñadores, los desfiles, las tiendas, los ejecutivos de las casas de lujo y las exposiciones. Sobre un reciente desfile de Versace, por ejemplo, escribió: “fue un desfile arrasador, tan afilado como los rayos láser que barrían la sala y tan brillante como el pelo lacado de los modelos.”
Suzy_menkesPor su gruesa figura y su peinado hay quien la llama “Samurái Suzy.” Por su carácter, parece una madre exigente. Ha sido nombrada oficial de la Orden del Imperio Británico y chevalier de la Legión de Honor en Francia. Es judía y no trabaja el 17 de septiembre, día del Yom Kippur. Antes de ingresar a la universidad viajó a París para estudiar unos cursos de corte y costura y quedó encantada cuando asistió, por primera vez en su vida, a una pasarela. Era de Nina Ricci. Luego se graduó en Historia en la Universidad de Cambridge y enseguida comenzó a escribir sobre moda para el Times of London. Después de tantos años en esto, la también especialista en las joyas de la familia real británica añora los desfiles “de antes” porque eran “más elitistas” y no había fotos de las colecciones unos segundos después de ser presentadas. Critica “el circo” en el que se han convertido las entradas y las salidas de los desfiles con celebridades que buscan con desesperación ser fotografiadas.
Suzy Menkes cumplirá 70 años el próximo 24 de diciembre. Terminó la Universidad en 1964 y, desde entonces, no ha tirado ninguna de sus prendas. En su casa permanecen, por ejemplo, la túnica que más se ponía cuando era estudiante, un pañuelo de Hermés que le regaló “un novio rico” y los vestidos que usó en su luna de miel. Ahora ha decidido desprenderse de parte de su guardarropa a través de una subasta online a través de la casa Christie´s. “Hay algo triste en un montón de ropa guardada. Necesita salir, caminar bajo el sol o bailar toda una noche. Para que le ofrezcan a alguien la misma felicidad que me dieron a mí”, declaró hace unos días. Entre el 11 y el 22 de julio próximos los interesados podrán pujar por 80 prendas, algunas de ellas diseñadas por Yves Saint Laurent, Chanel, Christian Lacroix o Emilio Pucci.

 

El País

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