Mario Muchnik, el último editor (II)

Por: | 22 de julio de 2013

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El trabajo de un editor consiste en disgustarse antes de que más gente se disguste. O que cuando algo le guste, le guste a todo el mundo. Un editor, por lo tanto, guía al autor por unas rutas y lo previene de otras. Alimenta sus ideas y hace que se cuestione sus propias ideas para sacar lo mejor de él. “La imagen del editor”, decía Tomás Eloy Martínez, “la retrató el escritor y filósofo Walter Benjamin: un lector que es a la vez autor, “alguien que describe y que prescribe.” Y a la vez siempre, según Benjamin, alguien de “extremo coraje”, capaz de repetirse a sí mismo cada mañana: voy a saber y voy a transformar.” Pero para Mario Muchnik un editor es, simplemente, “un mediador constructivo entre el autor y el lector.”
En 2011 publicó un libro basado en sus experiencias: Oficio editor (El Aleph).  En él cuenta que a lo largo de los años recibía un promedio de tres o cuatro manuscritos “no solicitados” por semana. ¿Cómo decidir cuál debe publicarse? “Mi método siempre fue el mismo”, escribe. “Solía abrir el manuscrito en su primera página y leer en voz alta las primeras líneas. Luego iba a la última página y leía, siempre en voz alta, las últimas líneas. Finalmente abría al azar aproximadamente por la mitad, y leía unas líneas.” Y entonces apartaba el texto “que lograba superar este somero, arbitrario y seguramente injusto procedimiento. (…) ¿Cuáles eran mis criterios? En primer lugar que el autor supiera escribir. Hay muchos autores cultos que no saben escribir. (…) En segundo lugar, el contenido de la primera página. (…) Que el autor fuera capaz de diferenciar claramente entre sí mismo y su narrador. (…) En esa primera lectura de un manuscrito me pasó, pocas veces, poquísimas veces, que de pronto levantara la vista, viera que había transcurrido una hora y que iba por la página cincuenta. Era el campanazo de alarma. Estaba ante una obra seria que debía leer seriamente y llegar hasta el final. (…) Para que un texto logre interesar al lector, su autor debe reunir tres condiciones: tener algo que contar, tener ganas de contarlo y saber contarlo.”
Aclara que siempre ha admirado al editor italiano Giulio Einaudi. “Con su férrea política editorial, un libro se publica si es bueno, no se publica si no lo es, y toda consideración comercial ha de plantearse una vez tomada esta decisión puramente literaria.”  
¿Y luego? “Es en calidad de amigo como un editor puede ser útil a un autor, hablándole con franqueza, señalándole flaquezas del texto, objetando, poniendo peros, debatiendo exhaustivamente sobre cada punto que no concite el acuerdo inmediato de ambos. Y todo ello, mejor si con un vasito de vino en la mano.”
Todo esto en lo que se refiere a la parte literaria pero, cuenta ahora en la sala de su casa, eso no es suficiente para el buen funcionamiento de una empresa editorial. “Tengo que reconocer algo: soy muy poco sensible para manejar el dinero, los números, y de ahí nacen errores y errores. Yo he sido físico, antes de ser editor. De manera que no es que los números me asusten. Es que los números vinculados a la edición, a la cultura en general, me asustan. En general fui un contable ocasional, más que nada porque nunca me gustó la contabilidad aplicada a la cultura, qué le vamos a hacer. Y por eso esa última parte de mi libro donde digo que la edición debería ser subvencionada, como está subvencionada la ópera y otras cosas. No sólo subvenciones estatales, sino privadas. Esa parte es crucial en la cultura. Pero yo tengo muy mala relación con los números y no soy muy capaz de mantener viva una editorial mediante el aporte de otra cosa que no sean manuscritos, ideas, cosas que tienen que ver con la literatura y no con el sistema gastrointestinal de la edición.”
Quizá por eso llegó el día en que perdió su editorial. “Me la robaron. Y lo digo con todas las pablaras: me la robaron. En Barcelona, mis socios, haciendo mal uso de la relación de confianza que teníamos, se quedaron con mi editorial. Yo me lo reproché, me lo sigo reprochando, reproché a mi padre y él se lo reprochó también hasta su muerte: no haber sabido elegir a tiempo a sus amigos. Porque fue una editorial hecha con base en la amistad. Una amistad entre mi padre y Víctor Seix. El acuerdo fue un estrechón de manos que yo presencié. En un restorán ambos dijeron: “vamos a hacer esta empresa editorial.” Y funcionó durante un par de décadas, seguro. La cosa terminó en el año 90: Víctor Seix murió y la gente que ocupó su lugar no tenía la honestidad que tenía Víctor. Quizá yo tuve un menosprecio por la contabilidad. No había contrato alguno, jamás se nos ocurrió, todo era amistad. Mi padre decía: “entre legal y leal hay una letra de diferencia. ¡Y un mundo de diferencia!” Esa gente no nos ha sido leal y se refugian en lo legal. Lo que han hecho es legal. Y porque no había documentos, nunca quisimos ofenderlos pidiéndoles documentos. Y entonces era una editorial que funcionaba muy bien, pero tenía un punto flaco: ¿quién era el dueño de esta empresa? Y los dueños, ciertamente, no éramos ni mi padre ni yo, porque éramos socios minoritarios. Y nos pusieron en la calle. Y eso es lo que yo nunca puedo olvidar. Yo tenía que haber sido el guardián, por algo era el editor, del cotarro este. Tendría que haber tenido la iniciativa de hacer un contrato con Juan Seix, el hijo de Víctor Seix: “nuestros padres se entendieron muy bien, pero ahora nosotros hay que poner las cosas sobre el papel.” No lo hice, no preví nada, no puede imaginar... Lo peor de todo es constatar que a mí me faltaba lo fundamental: conocer a los colaboradores. Conocerlos realmente y saber hasta dónde están dispuestos a llegar para prevalecer. Yo no supe hacer eso y por eso perdí mi editorial.”
Así acabó Muchnik Editores y entonces lo contrataron como director literario de Seix Barral, del Grupo Planeta. Luego, en 1991, se asoció con la editorial Anaya y se centró en la publicación de narrativa extranjera contemporánea de autores como Gore Vidal, Gilles Kepler o Peter Berling. En 1997 lo despidieron de Anaya y al año siguiente puso en marcha su nueva editorial, en la que continúa hasta ahora: Taller de Mario Muchnik, donde él es el único empleado. Con su Macintosh diseña, maqueta y deja listos los libros para la imprenta. Su objetivo no va más allá de publicar unos cinco o seis libros al año, “pero muy bien hechos.”
Reconoce que salía de una empresa o de otra porque, “a lo mejor, siempre quería ser el jefe y no podía ser más que un empleado… Y no sé, pienso que una editorial debería ser un lugar que diera valor al editor, al cerebro. Si el editor no va un día al trabajo porque quiere ver una exposición tendría que hacerlo, porque es editor 24 horas al día. Esté o no esté en su despacho sigue siendo editor. Y bueno, hoy las grandes empresas han terminado con los editores en el sentido clásico y los jóvenes que llegan suelen proceder de la parte comercial o administrativa de otros sectores.”
¿Y no se siente amenazado por las nuevas tecnologías? “El libro sobrevivirá. Porque está mejor inventado. Guerra y Paz no lo vas a leer en pantalla, porque hay que estar totalmente loco. Además, ¿para qué quiere uno llevar cientos de libros encima?... Y luego está que se le acaben las pilas al aparato a mitad de un párrafo. ¡No trabajemos en contra de la vida apacible del buen libro, por favor!” CONTINUARÁ...

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Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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