Fallaci había roto su silencio de más de 10 años con un largo artículo publicado en el diario italiano Corriere della Sera. Sus planteamientos causaron revuelo en la opinión pública. Rizzoli, su casa editora, decidió convertir en libro con ese extenso artículo.
Cuando apareció La rabia y el orgullo, Howard Gotlieb, profesor de la Universidad de Boston, le preguntó a Oriana Fallaci cómo podría definir su texto. “Como un sermón dirigido a los italianos y a los otros europeos”, contestó la periodista. “¿Y cómo esperas que lo tomen los italianos y los europeos?”, inquirió de nueva cuenta Gotlieb. “No lo sé. Un sermón se juzga por los resultados, no por los aplausos o silbidos que recibe”, remató Fallaci.
Pero apenas se publicó su “sermón”, las críticas brotaron en forma masiva. “Fustiga a los árabes sin piedad. Su pensamiento es reaccionario, intolerante, fascista, revisionista. Un eructo visceral.” Incluso la amenazaron de muerte. Para muchos, uno de los símbolos del periodismo internacional se estaba desvaneciendo. Las ventas, en cambio, se dispararon hasta que el libro se convirtió en best seller.
Enferma de cáncer desde 1992, la autora que había logrado la fama gracias a sus entrevistas con los poderosos de la Tierra a quienes calificó como unos “pobres comemierdas”, estaba concentrada en una “densa y laboriosa novela”, a quien llamaba “su niño” sin dar más detalles, cuya escritura interrumpía sólo cuando necesitaba ir al hospital para atender la enfermedad que acabaría matándola. (Después trascendió que en ese manuscrito hablaba de su familia ilustrada y de la analfabeta y de cómo forjó su carácter a causa de sus vivencias).
“Es imposible dialogar con los musulmanes. Razonar, impensable. Tratarlos con indulgencia o tolerancia o esperanza, un suicidio. Y el que crea lo contrario es un iluso. ¿Qué sentido tiene respetar a quien no nos respeta? Y si en algunos países las mujeres son tan cretinas que toleran el chador y el burkah, peor para ellas. Si son tan tontas que aceptan no ir a la escuela, no ir al médico, no dejarse fotografiar, etcétera, etcétera, peor para ellas. Si son tan necias que aceptan casarse con un maniaco sexual que necesita cuatro mujeres, peor para ellas”, sentenció en su escrito.
ONG´s, asociaciones antirracistas, de inmigrantes y defensoras de los Derechos Humanos interpusieron querellas penales contra la escritora florentina radicada en Nueva York. “Una cosa es la libertad de expresión, pero otra muy distinta es la criminalización de un colectivo y el fenómeno de la xenofobia”, argumentaban. Pedían un año de cárcel para Fallaci y el desembolso de “una sustanciosa indemnización.” No obstante, en 2006, el periódico ABC le concedió el Premio Luca de Tena por su trayectoria periodística y fue finalista del Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
“No fui condenada ya se sabe. Un defecto de forma me salvó de la cárcel, de la indemnización, del secuestro, de la advertencia idéntica a la que afea los paquetes de cigarrillos. Con notable capacidad de raciocinio, el juez recordó, además, que la primera edición se había agotado en menos de cuarenta y ocho horas, que las siguientes se vendían como rosquillas y que, por lo tanto, admitir alguna de las dos demandas sería como cerrar la puerta del establo cuando ya se han escapado los bueyes”, escribió luego en La fuerza de la razón, el siguiente libro de la calificada “saga de la islamafobia”.
Casi al final de La fuerza de la razón reconoce: “he caído en la tentación. Me he dejado llevar nuevamente por la rabia de hace dos años. Pero ahora me siento mejor y puedo hablar del matrimonio poligámico que ha entregado Italia al enemigo, es decir, de lo que yo llamo la Triple Alianza. La de la Derecha, la Izquierda y la Iglesia Católica.”
Su texto fue nuevamente condenado por varios sectores de la sociedad y demandado jurídicamente. Se exigió un juicio por “difamación del Islam e incitación al odio religioso.” Eran más problemas legales, pero también más ventas.
—Fallaci se hace la valiente porque tiene un pie en la tumba, escribió un lector del Corriere della Sera.
—No, pobre idiota. No. Yo no me hago la valiente. Yo soy valiente. Y siempre he pagado un altísimo precio por eso. No gozo de buena salud, es verdad, pero los enfermizos como yo acaban muchas veces por enterrar a los otros..., respondió la periodista florentina. CONTINUARÁ...