
José Ignacio Gabilondo Pujol era un niño que miraba con detenimiento el edificio de Radio San Sebastián y soñaba con vivir ahí. Era, para él, el centro de todo. Sabía que en su casa había “un aparato mágico que, en una España oscura, abría las ventanas al mundo”, pero esto lo reflexionaría después porque, en aquella época, en la que todavía no había televisión, sólo le gustaba escuchar concursos y música y radioteatros junto a sus hermanos. Pasaron los años, se apuntó a periodismo en la Universidad de Navarra, se convirtió en un joven que ligaba con fragmentos de El cantar de los cantares y no con poemas de Neruda, como la mayoría de su generación, y cuando cumplió 21 ya estaba ante los micrófonos. Seis años después ocupó el despacho de director en aquel edificio que marcó su infancia.
“Sí, es un sueño de niño que se me ha cumplido: he vivido toda mi vida en la radio. He sido un hombre muy afortunado”, dice ahora el periodista que durante casi 20 años estuvo al frente de uno de los programas con más audiencia de la radio española (Hoy por Hoy). Está sentado en medio de su despacho de las instalaciones de Prisa Radio, en la Gran Vía de Madrid. Iñaki Gabilondo viste traje gris, camisa blanca y corbata azul marino. En una estantería hay algunos libros y discos y media docena de estatuillas. “Son los premios que me dieron el año pasado”, aclara. Todos los demás (Gabilondo es uno de los periodistas más premiados) se los ha dado a algunos miembros de su equipo o los tiene en su casa. Es media mañana y por las ventanas se cuela un sol tímido.
Aquel crío enamorado de la radio tiene ahora 71 años y una autoridad y credibilidad profesional como pocos. Suelta sin rodeos: “yo he sido un apóstol de la radio. A todos les hablo de mi pasión por ella. Todos los que me conocen lo saben. Creo en la radio más que en todo. Ese es el rasgo que más me define. He hecho tele, sí. Pero lo mío es la radio y siempre será la radio.” En 2011 publicó El fin de una época (Barril&Barral) dedicado “A ti, del que todos se ríen cuando dices que quieres ser periodista” y en donde, entre muchas otras lecciones, señala: “Los periodistas no podemos ser más importantes que los que deciden. El protagonista del periodista puede ser el máximo con tal de que no se confunda con el de los verdaderos protagonistas de la vida. Hay que asumir la condición de segunda voz.”
—Pero con la trayectoria y el prestigio que tiene usted, ¿nunca ha tenido una sensación de poder, de ser uno más de los elementos de las situaciones que han determinado el rumbo de los últimos años?
—Yo siempre he tenido más sensación de responsabilidad que de poder. A todos los efectos siempre he tenido más sensación de responsabilidad. A mí me aplasta todavía un poco eso. Que mis puntos de vista sean muy comentados, para bien o para mal. Yo hacía mi programa en la radio con toda la profesionalidad que podía y fui percibiendo, poco a poco, que aquello adquiría una influencia grande. Y eso me llenaba de responsabilidad. Me asustaba un poco, la verdad. Me pesa bastante…. Además, España es un país que es muy difícil, ¿no? Produces olas de afecto tremendas y olas de ira terribles. Pero yo tengo un alma muy conciliadora, he nacido para la conciliación. Vivo con dificultad las grandes tensiones. Hago lo que tenga que hacer, pero no disfruto. Hay compañeros que en estos juegos de alto oleaje se sienten enormes. No, yo no. Entonces, que me elogien mucho me incomoda mucho. Y que me critiquen mucho y que se metan con mi padre pues me incomoda todavía más.
—¿O sea que aquello de que usted fue quien definió el resultado electoral de las generales de 2004 le parecerá una exageración?
—Sí. Eso es una exageración. Y es falso. Se sostiene en el principio de que yo agité a las masas, pero es que eso es un hecho absolutamente falso. Las circunstancias que se reprochan a la Cadena SER se produjeron un fin de semana, cuando yo no estaba. Como yo era el más conocido del momento, me atribuyeron a mí todo aquel lío. Pero yo no fui. Pero aunque hubiera sido verdad, es una exageración. Adjudicarle una responsabilidad tan grande a la Cadena SER forma parte de un conjunto de disparates y locuras que acompañaron aquel drama. Lo peor es que hoy la historia del 11-M ya no es la historia de muchos muertos. Es la historia de políticos. Decimos 11-M y estamos hablando del 14-M. Los reproches que se le hacen a la SER de haber agitado a la gente para ir a las sedes del PP y todo eso…, no.
—Aún así, hubo quien a partir de entonces lo catalogó como su “enemigo.”
—Después del 11-M mucha gente me puso en su lista negra. Soy totalmente consciente de ello. Lo he comprobado y lo sigo comprobando de una manera regular y sistemática. Hay muchísima gente que me hacía reproches muy duros y, además, regularmente. Crueles. En la calle y a la cara. Gente común, no políticos y empresarios. Gente agitada por la pasión… ¡Con el drama que teníamos aquella vez, ni me acordaba que teníamos elecciones! He tenido algunos episodios que… No sé, que cuatro personas, en un restaurante, se pongan de pie y te griten “hijo de puta”, por ejemplo.
—¿Hay alguien que le haya negado alguna vez una entrevista?
—[lo piensa unos segundo] Bueno, sí: el Rey. Yo creo que la hemos pedido a todos y nos la ha negado. Pero además de él, a mí la única persona que me ha negado una entrevista fue Alicia Koplowitz, Le pedí una entrevista, como todos en su momento. Y luego me mandó una carta, no sé si como a todos, y me invitó a tomar un té para hablar: que sentía por mí mucho respeto, que no lo tomara como una grosería, que podíamos hablar pero no en una entrevista formal. Y estuvimos hablando mucho tiempo. Lo que pasa es que en las entrevistas no se trata de que te las nieguen. Sino que es muy difícil que coincida el momento en el que el periodista quiere la entrevista y el que el personaje quiere la entrevista. Entonces, finalmente obtienes la entrevista, pero a lo mejor no precisamente cuando lo has querido. Luego estuvo la famosa negativa de Aznar y eso forma parte también de ese exceso que la gente me atribuía a mí, pero en realidad le estaba negando la entrevista a toda la SER. Es decir, no me la dio a mí, pero tampoco a Carlos Llamas en Hora 25. Simbolizaba un poco el veto general a la casa. Lo que sí ha pasado muchas veces es que me han negado la entrevista cuando la pedía. Normalmente el periodista es un ser que anda persiguiendo a seres que no quieren hablar, pero, a la vez, es perseguido por personajes que no le interesan. Es manera que en han rechazado muchas veces, pero en este sentido.
—Pero supongo que eso no le pesa demasiado, ¿no? Con tantas grandes entrevistas que ha hecho, como aquella a Felipe González cuando le preguntó por los GAL.
—Bueno, aquella entrevista fue muy celebrada por muchas cosas. Pero yo insisto siempre en que la clave de todo estaba en el punto de expectación que había en España en torno al GAL el día aquel que hice la entrevista. Fue a las 9:30 de la noche en la primera cadena de televisión y tuvo casi 8 millones de espectadores. No creo que haya habido nunca una entrevista política vista por esa cifra, ¿no? Y eso era antes de que Felipe González y yo abriéramos la boca. Había una expectación monumental. Pero siempre ilustro esto recordando un hecho: la entrevista se emitió a las nueve y media de la noche en TVE en directo después del telediario. Y en la media hora de ese telediario, 20 minutos fueron para los GAL. Quiero decir que el GAL ocupaba un lugar colosal en la actualidad. El tema estaba al rojo vivo. Efectivamente era una entrevista importante. Yo he hecho miles en mi vida y él también. Los dos sabíamos que era un momento muy especial. Dadas las circunstancias, no cabía hacer otro tipo de entrevista. Yo no he tenido la idea de que haya un modelo de entrevista que se reproduzca: ser periodista feroz… a mí me parecen juegos un poco tontos. En una vida muy larga como la mía sabes que hay momentos en que tienes que hacer una entrevista puramente expositiva, donde no tendría sentido jugar a la ferocidad, puesto que se trata de algo que se tiene que difundir. En otro momento tienes otra necesidad. En aquel momento no había tiempo para otra cosa diferente, no había tiempo que perder ni estábamos para bromas. Pero yo he hecho entrevistas de otra naturaleza.
—¿Y cómo prepara usted una entrevista?
—Pensando mucho en ellas. Yo no sé tener papeles en la mano. Primero, porque no me parece que uno formule una pregunta y ya esté más pendiente de la siguiente y no de la respuesta. Segundo, porque he aprendido que la gente sólo habla cuando sabe que se le está escuchando. Y tercero, porque la mayoría de la gente con la que estás ha hecho muchas entrevistas en su vida, sabe de qué va esto. Entonces, sólo mediante una atención muy grande a lo que dice puedes encontrar caminos diferentes para seguir la conversación. A lo que voy es que yo a la entrevistas no llevo un papel pero las preparo mucho. Es decir, pienso mucho qué elementos debo tener claros para no olvidarlos durante la entrevista. Pienso: qué quiero averiguar, qué es lo que la gente tiene derecho a saber. Me imagino cuántas ganas tendrá el personaje de hablar de esto o de lo otro. Pienso: si le pregunto esto, qué me va a decir. Si le pregunto aquello, por dónde irá. Qué lenguaje me empleará. Pienso mucho. Y luego me arriesgo a que se me olvide algún tema, que me ha pasado, ¿eh?
—Las que hace ahora, una vez al mes en Canal+, ya no son los duelos de inteligencia a los que nos tenía acostumbrados.
—Es verdad. Son, más bien, conversaciones. Para empezar, el mayor elemento de alivio que ahora tengo es que no hay un reloj. Antes era un trabajo en directo. Y eso implicaba a tres: una persona que pregunta, una que responde y un reloj. La gente que luego decía “se le ha ido vivo”… no sabe lo que es una entrevista en tiempo real. Es my difícil. El tiempo real es una tiranía extraordinaria que tienes que administrar bien. Y ahora hago conversaciones que me permiten no tener que buscar un titular. Son entrevistas que se reproducen varias veces en distintas épocas, que están condenadas a una cierta intemporalidad. Es, simplemente, estar con la gente y charlar. Por eso he querido hacerlas en un plató desnudo. Dos caras y una buena iluminación, para que se pueda hablar y escuchar tranquilamente. Tienes más tiempo. No es en directo. Y no hay reloj, no hay tensión.
—¿Cómo son sus días ahora?
—Mis días ahora… uy, frenéticos. Que te lo diga mi secretaria. Mucho más que antes. Antes tenía muchísima intensidad de trabajo, pero hacía sólo una cosa. Pero es que ahora voy a actos de todo tipo, conferencias, coloquios, discusiones de toda naturaleza. Estoy desde el consejo asesor del Teatro Real hasta en… en… en veinte mil cosas. Además mi agenda es muy rica, muy intensa, muy variada. Tan variada, como que, la semana pasada, estuve dando una conferencia en la Ópera de Bilbao sobre los coros de Verdi, hasta una cosa con Ramoneda sobre la situación política española y otra en San Sebastián sobre el proceso de Euskadi y otra sobre la cultura europea. Entonces, tengo una actividad mucho más intensa de lo que quisiera. Pero en un trabajo, ya sabes: siempre tienes más del que quieres o menos del que quieres. Ahora tengo más actividad que nunca, yo creo. Los días han ido sucediendo de esta manera. Me dijeron: oye y por qué no sigues con un comentario en Hoy por Hoy, un videoblog, unas entrevistas en CNN+… y voy haciendo eso. Todo ha ido sucediendo de esta manera natural. Y ahora el balance es que estoy muy contento. Porque es casi un privilegio que un tío de 71 años tenga tanta actividad y que le reclamen tantas cosas. Pero, al mismo tiempo, me gustaría controlar un poco más porque estoy un poquito arrollado.
—Se acerca al medio siglo de ejercicio profesional. ¿Cuáles son los grandes momentos que destacaría en su dilatada carrera?
—Para mí el gran momento fue el día en que la Cadena SER pudo emitir en libertad un programa informativo. Ya antes se hacía Hora 25, pero se tenía que decir que era un programa de cuestiones actuales. El primer día que pudimos hacer, a las dos y media de la tarde, el primer informativo sin conexión con Radio Nacional de España ha sido el día en que yo he tenido mejor conciencia de estar haciendo historia. He tenido la suerte de hacer grandes entrevistas y de vivir grandes jornadas informativas, como el 23-F o el 11-M, pero aquel día ha sido el más importante. Cuando Radio Nacional anunció que abandonaba el horario de las dos y media porque creía que la gente tenía asociado ese horario a El Parte, y nosotros no estábamos preparados para hacer un despliegue informativo diario, Antonio Calderón vio en ese instante que había que ocupar ese espacio. Él y yo fuimos al despacho de Eugenio Fontán, el director, y se le dijimos: tenemos que salir con otro tono y otro aire, aprovechando esta enorme plataforma que nos dejaban. Tal vez era algo bisoño lo que hicimos enseguida, improvisado. Pero era algo fresco, diferente. Aquel día tuve mucha conciencia de estar asistiendo a un día histórico. Date cuenta de que yo había estudiado periodismo para estar en la radio y soñaba con el día en que pudiera hacer un informativo. Y habían pasado 13 años sin que lo pudiera hacer.
—Usted ha dicho que no añora aquella radio, pero que es inevitable reconocer que tenía a gente muy valiosa. De ellos, ¿a quiénes considera sus maestros?
—Efectivamente, aquella radio tenía una mano atada y no la añoramos, desde luego. Pero había muchas cosas de gran calidad, muy elaboradas. La radio no era solamente un medio de comunicación, era un medio de expresión, con cosas muy bien construidas. Desdeñar eso y decir que era para chachas es cometer una injustica, no sólo con la gente que la hizo, sino que se comete una injusticia técnica. Porque aquella radio era de mucha calidad, amputada, pero de mucha calidad. Era una radio de expresión con grandes figuras. Pero en Antonio Calderón se simbolizan todas. Luego, hay una figura muy grande que es Manolo Martín Ferrán. Montó la primera FM, montó la primera Hora 25, porque Calderón se lo encargó, todo hay que decirlo. Yo le tuve siempre una reverencia enorme a Matías Prats padre, porque fue el que me enseñó que la radio era creadora de imágenes: la radio visual. Que la radio se ve me lo enseñó él. Recuerdo a Bobby Deglané, desde luego. Pero la importancia de Calderón en las transiciones de la radio ha sido determinante. Y eso hay que pregonarlo. Era un genio fuera de lo normal. Yo, a demás, le quería mucho. Fue como un segundo padre para mí. Después llegó Luis del Olmo. Luis abrió el camino por el cual seguimos todos.
—Un camino en el que luego usted lo rebasó, en términos de audiencia.
—Bueno, sí. A lo mejor llegó el momento en que hacíamos un programa mejor, no lo sé. Durante años él estuvo por delante y yo salí a oponer resistencia al paseo militar de Luis del Olmo. Salí, lo igualé y luego le gané. Pero creo que todo fue como buen profesional, sin golpes bajos.
—Un profesionalismo que ha sido reconocido con un montón de premios.
—Sí. Pero yo tengo más premios de los que merezco. Es que era buen conductor porque tenía buen coche que si te lo conceden a ti harías lo mismo. Soy realista: no tengo mucho mérito. Tenía un coche de mil demonios con muchas posibilidades. Y la confianza de la empresa. Y un gran equipo que me ha dado un montón de satisfacciones.
—Sin duda ha tenido momentos llenos de satisfacción, pero también ha vivido otros más difíciles. La amenaza de ETA, por ejemplo.
—Bueno, sí. Pero… [se queda pensativo por unos segundos] Para mí los momentos más difíciles son las guerras entre compañeros. Lo llevo mal. Es muy difícil soportarlo. Eso me ha hecho pensar 40 veces en dejarlo. Lo de ETA, pues… sí, me creó problemas. Pero ETA me creó problemas en todas las líneas de pensamiento. Primero como ciudadano, segundo como vasco, tercero como conductor de un programa que, ante un atentado, tenía que modificar el contenido. Y lo de las amenazas, pues… de eso no me gusta hablar. No me gusta el exhibicionismo ni mostrar cicatrices. Nunca he hecho demasiado aspaviento de eso… Pero sí, lo pasé mal… En fin, que la guerra de medios la llevo fatal. Que alguien te ataque desde otro medio… No. Yo sólo he pensado en el oyente, no en mis compañeros de otros programas. Ha habido veces en que, de verdad, pensé en desistir. Mi mujer ha sido testigo de eso. Alguien diciendo que tú eres gay, hasta el punto que cuaje la idea… Que tú eres un tipo empeñado en la mentira, que juegas a la traición y no sé qué… desnaturalizando mi inocencia profesional con la que he vivido toda mi vida. Siempre he pensado en el oyente y nada más. Ellos son la razón de nuestro trabajo. Las broncas no.
—¿Qué es lo que más le ha dolido?
—El ejemplo más gordo puede ser el del 11-M. O sea: viviendo una alucinación, conduciendo en un trasatlántico con un montón unidades móviles, muertos… que alguien pueda pensar que uno usó todo eso para hacer una jugada política… ¡da náuseas! Uno estaba conduciendo un programa en medio de aquella tormenta… y había gente que vio otra cosa. Ese es un ejemplo peliagudo. También me ha producido mucha decepción los hechos de inhumanidad, en mi tierra, con el terrorismo. No hablo de atentados, sino que alguien en el ayuntamiento no se sumara a las condolecías por un concejal que a lo mejor estaba sentado al lado de él durante siete años… es decir: cuando la política llega a un extremo de locura que se apodera de todo. Que a un partido no le importen los muertos de otro partido. Esa es la suprema decepción. Ante cosas como esas, a uno de le dan ganas de poner una mercería en Jaca y olvidarse de este oficio. Yo he vivido mi oficio con una pasión por la radio, pero…
—Sin embargo usted no se ha enfrascado en pleitos como el de Federico Jiménez Losantos y Luis del Olmo.
—No, pero la SER y el Grupo Prisa ha estado en el centro de la borrasca y hemos sido acusados de ser unos apecebrados, gente sin cabeza… como si yo fuera un señor que llegaba por la mañana y los del PSOE y el dueño de Prisa me dijeran lo único que debía decir… ¡Me lo decían colegas! Y era mentira. Es como si yo dijera: todos los que trabajan en la COPE piensan exactamente igual que la Conferencia Episcopal, no tienen criterio propio, son sus títeres y no tienen ninguna libertad. ¡Pues no! Nunca diría eso. Ese tipo de juego, de estar permanentemente en la descalificación, no.
—¿Y a qué atribuiría esa forma de actuar en los medios de información españoles?
—Cada país es producto de su historia. Aquí, durante muchos años, el periodismo y la política han vivido juntos y no han sabido marcar distancia. En España siempre ha habido una división ideológica. Hay demasiada histeria. Y en la revalidad de medios y de periodistas, sobre todo, se libra una batalla de vanidad. Son batallas de estrellas. Los juegos de rivalidad son batallas por el liderazgo, el dinero, los premios. Y ya te digo: eso no me gusta.
—Oiga, ya lleva un buen tiempo despidiéndose de esta época. Si usted pudo transitar de la radio atada, como dijo antes, a la radio libre, ¿por qué no quiere acompañarnos en esta nueva era de la información?
—Pero, vamos a ver, Víctor: ¡que yo hago un videoblog! Y tengo trastos y cachivaches modernos. No. La vida es la que te saca de la pista. No te estoy diciendo ´me voy y ahí te dejo.´ Pero si la vida te va desplazando, pues lo comunicas. Yo estoy viviendo el principio de lo que viene. Pero, simplemente, digo que yo viví otra cosa y que el protagonismo ahora le toca a tu generación. Lo que viene está sin escribir. No lo sé. Asisto a la evidencia de un mundo que se cae, a un mundo que con Internet ha inaugurado un nuevo tiempo. Pero siempre lo digo: esto acaba de empezar, estamos en el minuto cinco del partido. Todavía no puedo dar conclusiones. Hay muchos chicos que ahora me dicen: ´tal como está esto, qué voy a hacer yo dentro de 20 años.´ Hombre, si dentro de 20 años todo sigue como ahora, pues suicidarte. Pero no tiene porque ser como ahora.