Fernando Savater y familia

Por: | 10 de febrero de 2014

Fernando-Savater-por-Bernardo-Perez-El-Pais
Fernando Savater vive lo que cuenta. Su cara se llena de gestos. Mueve las manos. Ríe o suspira. Hurga entre sus recuerdos y mezcla la nostalgia con la alegría. Cuando menciona a su padre o a su madre o a sus abuelos, le resulta imposible ocultar la satisfacción de haber crecido entre una familia que le permitió “no trabajar” para dedicarse a leer y a escribir. En su casa sólo contaban como “parientes” los que convivían juntos. Jamás mencionaban a “los lejanos.” Hace unos años, al final de una conferencia que dio en Argentina, una señora se le acercó y le dijo que era su tía. Era la hermana menor de su padre que llevaba más de cincuenta años viviendo en la ciudad de La Plata. “Seguro que no se traba de una impostora, porque me enseñó una foto mía recién nacido con una nota de papá. Pero yo no sabía de su existencia. Tal vez porque preferíamos una familia más… manejable, de los más los próximos, para que nuestros lazos fuesen más fuertes”, aclara.
Sin embargo, en su casa de la octava planta de un edificio del barrio de Salamanca, el corazón burgués de Madrid, Fernando Savater no guarda muchos recuerdos de sus “más próximos.” La mayoría de sus fotos “y demás”, las tiene en su natal San Sebastián. En su memoria, en cambio, siempre guarda un montón de imágenes. Así que no le es difícil evocarlas.

Si hoy conocemos a este filósofo y escritor como “Savater” es porque un día su padre decidió unificar sus dos apellidos: Fernández-Savater. “Es que todo mundo le conocía por Savater y para que sus hijos pudiéramos seguir beneficiándonos de esa denominación, los juntó. Por eso yo soy Fernando Fernández-Savater Martín.” Su padre, que también se llamaba Fernando, era notario y un gran lector de poesía que declamaba a sus hijos “versos bien rimados y sonoros” de Rubén Darío. Un día llevó al futuro autor de Las preguntas de la vida a su despacho, que estaba junto a su casa, y le dio a elegir entre dos regalos: mil pesetas o una enciclopedia. “Opté por la enciclopedia y mi padre sonrió con satisfacción. Cuento esto porque esa elección fue determinante en mi vida: confirmó que leer es mi gran pasión.”
Entre sus padres había una gran diferencia de edad. “Cuando se casaron, él tenía casi sesenta y ella apenas había superado los treinta.” Resulta que su mamá había sido novia del hermano menor de su padre, a quien fusilaron durante la Guerra Civil. Entonces, su padre decidió “hacerse cargo” de todo los pendientes que había dejado su hermano, incluida su novia. “Al principio de modo meramente protector, hasta que años después se casó con ella.” Quizá por esa diferencia de edad él fue “más abuelo que padre” para Savater. “Era el bueno por excelencia de la casa. Se mantenía al margen de las disputas domésticas y consentía cualquier capricho de sus hijos. Mi madre representaba la autoridad familiar. Era ella la que nos contrariaba a los cuatro hermanos bulliciosos.”
Pero hubo un día en que su padre se enojó con él e, incluso, estuvo a punto de pegarle. “Yo había hecho llorar a mi hermana y seguía molestándola. Entonces papá me arrastró del brazo fuera de la habitación y me lanzó una patada que no logró alcanzarme.” Desde entonces se esforzó por no causarle disgustos. Porque don Fernando tenía varios problemas de salud. “De joven había padecido una tuberculosis que le dejó afectado el corazón. Se fatigaba con facilidad y a veces, por las noches, le entraba lo que mi madre llevaba el ahogo. Además tenía frecuentes jaquecas y pánico a las corrientes de aire. Siempre tomaba muchas pastillas, antes y después de las comidas.” Había, no obstante, algo que lo ponía contento: “las rancheras mexicanas, en la voz de Jorge Negrete.”
Si cuando era niño Fernando Savater se sentía más a gusto con su padre, cuando creció comenzó a congeniar más con su mamá. “Es que su avanzada edad se hizo notar. En lo prohibitivo. Yo era un adolescente polémico y a él no le gustaba discutir. Sólo prohibía y prohibía.” En contraparte, su madre comenzó a ser más cariñosa. “A ella le debo mi alegría. Aunque… al principio no haya visto con buenos ojos que yo quisiera ser escritor. Ella decía: sí, eso también. Pero harás la carrera de Derecho, ¿verdad?”
UntitledLas que le “fallaron un poco” fueron sus abuelas. La paterna era “señorialmente decimonónica.” En ideas y costumbres. En su ropero guardaba cosas de comer y “olía a rancio, como si fuese un almacén de ultramarinos averiados. Y hacia rituales para ahuyentar a los espíritus malignos. Y se asombraba de que me gustara comparar libros. “¡con todos los que tienes ya!”, me decía. También dormía mucho, y me aterraba verla así.” Su abuela materna también “rara.” Quizá por “la demencia senil progresiva que le sobrevino. Vagaba por los pasillos, con los brazos caídos y los ojos desenfocados, como un espectro. En fin, que mis abuelas me dejaron un poco descontento.”
A su abuelo paterno no lo conoció. Murió antes de que el ensayista naciera. Pero su abuelo materno fue “un auténtico premio extraordinario.” Siempre estaba dispuesto a llevarlo a la playa o al circo o al cine o “a donde hiciera falta.” “Era un auténtico compañero y voluntarioso encubridor de travesuras.” Sólo lo veía unos días al año porque vivía en Madrid. “Pero esperaba con ansia el viaje de San Sebastián a Madrid para visitarlo. Murió a los pocos años de que toda la familia viniéramos a instalarnos aquí. El cáncer acabó con su estómago. El día antes de su muerte me dieron un lote de libros como premio por una redacción en el colegio y se los llevé al lecho donde yacía demacrado y casi irreconocible. Alcanzó a murmurar: muy bien, muy bien. Sigue así.” 
La “muy burguesa familia” Savater se esforzaba por seguir un principio: “cuanto puede hacerse en casa o en la calle, debe preferentemente hacerse en casa.” Así que, por ejemplo, los hijos nacían en casa. La costurera los visitaba dos veces por semana para arreglar pantalones y camisas. Y lo mismo hacía el peluquero. “Se llamaba Orencio… Nunca he conocido otra persona con tal nombre, es verdad. Pero además de peluquero en un ángel narrador: a mí y a mis tres hermanos nos contaba cuentos de terror. Se instalaba en el baño y, como éramos muy inquietos, Orenicio tenía que ingeniárselas para entretenernos. Y bajo su hechizo narrativo nos dejábamos cortar el pelo sin rechistar.” Pero había un sitio a donde sí salían. La felicidad llegaba cuando toda la familia iba a la playa de la Concha. “¡Teníamos el paraíso en San Sebastián! Además comíamos patas fritas allí, sobre la arena y cerca del mar. Hacíamos flanes de arena mojada y murallas tras las que nos guarecíamos gritando y riendo para esperar la subida de la marea.”
Hay una persona que no tenía “lazos sanguíneos” con la familia, pero era parte de ella. Se llamaba María y era “la muchacha.” María nunca se casó y se jubiló cuando la familia se fue a vivir a Madrid. “Era callada, a veces un poco brusca, pero infinitamente cariñosa con nosotros. Nos vestía, nos lavaba, nos llevaba al colegio. Todos la queríamos y todos la utilizábamos con el ingenuo y culpable egoísmo de los niños ricos.” Se mudaron a la capital de España cuando Savater tenía 12 años. “Mi padre quería asegurarnos estudios de nivel superior y en el País Vasco no había Universidad pública. Yo, el mayor de los hermanos, estaba todavía muy lejos de tener edad universitaria, pero según mi papá así podríamos ambientarnos en la ciudad.”
Savater consolidaría en Madrid su formación intelectual, comenzaría a escribir “profesionalmente”, partirían sus padres “al otro barrio” y, también, él formaría una nueva familia. “¿Sabes qué es algo que me dejó bien acendrado mi familia? Que, pese a que vivíamos estupendamente, nunca he tenido la sensación de llevar a cabo un derroche superfluo. Eso nunca ha sido recomendable. Es como si fuera la regla número uno para soportar ahora estos tiempos de crisis, ¿no te parece?”   
          

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Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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