
El día que Manuel Barea (Sevilla, 1989) leyó la crónica de una espectacular redada en Cádiz, no pudo resistir la tentación de escribir una novela con ese trasfondo. Vio la convocatoria del Premio Valencia de Novela Negra y se propuso escribir a toda prisa. Tardó dos meses en tener listo el manuscrito y enseguida lo envío al concurso firmado con un seudónimo: Miguel Balaguer. Ganó, recibió 20.000 euros y ahora la editorial Lengua de Trapo ha publicado Vertedero, una historia en donde tres habitantes de un suburbio deciden atracar una residencia de veraneo. No es una “típica novel negra” con detectives pero, según Francisco Camarasa, con este recién licienciado en traducción ha surgido “una nueva voz literaria en el sur.”
En estos tiempos tan negros, ¿por qué mejor no hizo una novela rosa?
Uf, el rosa no me pega mucho, no es un color que me guste demasiado.
¿Y usted qué sabe de los suburbios?
Pues la verdad es que casi nada, como la mayor parte de todos nosotros, por desgracia.
¿Quiso hacer una película pero al final le salió una novela?
Siempre me ha gustado mucho el cine, y la verdad es que conforme escribía el libro el desarrollo de muchas escenas se me venía a la cabeza como si fuera una película. Supongo que cosas como la violencia o la acción son más poderosas con la imagen de por medio.
¿Le afectó mucho la redada de Cádiz?
Me impresionó mucho que pasasen cosas así por ahí, aunque luego lo piensas con detenimiento y, quitando lo bizarro de la situación, son para variar un puñado de personas intentando sobrevivir en un mundo que les da la espalda, y eso es algo que ocurre día tras día.
Erasmus en Suecia. ¿Con tanto frío pasaba los días leyendo novelas negras?
En Suecia leí mucho, sí, y con tanto frío era lo suyo, pero la verdad es que de género negro, muy poco. Por allí durante una temporada solo tuve En el camino; la novela de Mark Oliver Everett, de EELS; La muerte de Bunny Munro de Nick Cave (que me leí en un día, es un novelón); La interpretación del asesinato de Jed Rubenfeld; Polen de Jeff Noon; Wilt; y La verdad sobre el caso Savolta. Y las suecas, pues eso, demasiado rubias.
Manuel Barea, Miguel Balaguer. Para el momento en que tuvo que elegir un seudónimo ¿ya se le había acabado la creatividad?
No me gustan esos seudónimos que se notan que son seudónimos. Miguel Balaguer es un nombre bastante poco creativo, sí, pero así suelen ser los nombres por lo general.
Dice que aprendió a usar una máquina de escribir. Ya… ¡Pero si para la gente de su edad eso es parte de la prehistoria!
Sí, es algo que suena raro, pero es así. Tampoco es que tuviera ordenador por entonces. Y ahora uso los dos indistintamente. De todas formas están volviendo a ponerse de moda las máquinas de escribir, supongo que porque son retro o vintage o de hipters o lo que sea. A mí solo me gustan porque si la máquina se escacharra lo que llevo escrito no se me va a la mierda.
¿Escribió la novela en dos meses? ¡¿Dos meses?!
Sí, tenía que presentarla al premio y si tardaba más me cogía el toro. Creo que no habría tenido tiempo de revisarla si hubiese tardado más.
¿Dónde dejó a los típicos detectives de policía que intentan resolver un caso?
Muy al principio del camino. Vi que ya había demasiados pululando por ahí y que podía contar ese tipo de historias desde otra perspectiva menos “romántica”, por así decirlo.
¿Y cuándo va a traducir algo en serio?
Es una buena pregunta. Creo que la traducción es algo mucho más artesanal y que requiere infinitamente más atención, cuidado y cariño que la escritura, así que hay dedicarle muchísimo más tiempo y esfuerzo. Y no sé si ahora tengo mucho de todo eso. De todas formas es algo que tarde o temprano voy a hacer, y ya tengo varios proyectos en mente de autores que los lectores españoles no tienen ni idea de que alguna vez existieron.
¿Se dejó esa barba y se puso esas gafas para parecer mayor y más serio?
La barba es solo un síntoma de pereza y creo que además me sienta de puta madre. Aunque pica, y lamentándolo mucho en breve tendré que quitármela. Las gafas son otro síntoma, pero en este caso de miopía galopante. Pero me alegro de haber parecido más serio, eso siempre es un plus.
Así que ahora se codea con Lorenzo Silva. ¿Será que usted ambiciona el Planeta?
Se me olvidó decirle que les hablase bien de mí a los de por allí… En serio, la verdad es que no puedo pensar en ninguna persona que cuando empezó a escribir ambicionase el Planeta, así que creo que no es mi caso. Aunque eso no quita que no sea un dineral.
¿Cuándo piensa desempolvar la primera novela que escribió y que tiene en el cajón de su escritorio?
De momento, nunca. Y si lo hago sería para pulirla muchísimo, revisarla, quitar y añadir. Hay que depurar mucha morralla en ese manuscrito.
Hábleme de sus influencias, de sus maestros en la literatura.
Me voy a dejar a alguno, seguro, pero los primeros que se me vienen a la cabeza son Sabato, Ballard, Philip K. Dick, Eduardo Mendoza, Chandler, Hammett, Carver, Kafka, Cortázar, James Sallis, Hunter S. Thompson, James M. Cain, Ross MacDonald, Jim Thompson, Jonathan Franzen, Pedro Juan Gutiérrez, William S. Burroughs, Michael Chabon, Murakami, Bukowski, David Foster Wallace, Camus, Salinger, Graham Greene, Poe, Lovecraft, Palahniuk, Céline, Beckett, Pynchon…
Dicen que publicar una segunda novela es más difícil…
Pues sí, eso dicen. Espero que no tengan mucha razón.
¿Quién se siente más orgulloso de usted?
Supongo que mis padres.
Cuénteme un día normal en su vida.
No suelo madrugar. Ni hacer nada sin un café en el cuerpo. Luego ya dependiendo de si tengo que ir a la universidad o no, trabajo y como en mi casa o en la misma universidad. Por la tarde las clases del máster y después si tengo suerte una cerveza o cena rica con mi chica. Si lo que querías saber es cuándo escribo la respuesta es: cuando puedo, que ahora no suele ser mucho tiempo.
Ya, en serio: ¿Escribió Vertedero en dos meses? ¡¿Dos meses?!
No te preocupes, la próxima tardará más, eso seguro.