En bata y chanclas, atravesando los angostos espacios que dejan libres los cientos de libros apretujados por toda la casa, Fernando Savater abre la puerta con una sonrisa y pide un momento para ponerse "las gafas de ver personas". Entonces se coloca unos anteojos de montura marrón, avanza unos pasos con "andares de pato mareado", como él mismo describe, y se sienta de espaldas al balcón que esta mañana de primavera deja entrar un sol perezoso al departamento situado en un octavo piso, en el "aburguesado" barrio de Salamanca.
Llegó a Madrid al inicio de su adolescencia, cuando sus padres decidieron cambiar San Sebastián, en el País Vasco, por la capital española. La dictadura de Francisco Franco estaba en su apogeo y Savater, hijo de notario, "igual que los padres de Salvador Dalí, Julio Verne y Voltaire", estudiaba en el también aburguesado Colegio del Pilar, donde sus compañeros lo molestaban gritándole "gorila". "No sólo por mis grandes orejas despegadas del cráneo o mi fealdad", cuenta, "sino por todo un conjunto inocultable de rarezas combinadas: los extraños movimientos hacia atrás y en círculos que hago involuntariamente con la cabeza, mi forma de andar levemente espástica y nerviosa, mi ojo bizco y, sobre todo, mi tendencia pueril a lanzar largas peroratas histriónicas con voz tonante y palabras rebuscadas".