Cuentan que en Madrid se han agotado los zapatos de tacón de los números 43, 44 y 45. A Oriol Anglado, un bailarín de 24 años y músculos bien definidos, le llevó una semana conseguir un par del 43. Antes de presentarse al casting de Priscilla, la reina del desierto, el musical que se estrenará el próximo octubre en el Teatro Alcalá, pasó otras dos semanas intentado mantener el equilibrio al caminar con ellos puestos. “Nunca antes lo había hecho. Y tiene tela”, dice mientras se seca el sudor de la frente con un pañuelo desechable. A su lado, Jorge Bettancor se abanica para sosegar su respiración acelerada. “Para mí eso no es difícil. Porque soy de Canarias y tengo experiencia: cada año me disfrazo de mujer para los carnavales. Pero el baile… Ay, yo soy más de cantar”, arguye mientras estira la mano para sacar una botella de agua de su mochila.
Hace unos instantes, Oriol y Jorge eran parte de un grupo de 10 chicos que se contoneaban al ritmo de It´s raining men. En un escenario carente de color, la coreógrafa Sonia Dorado les marcó con paciencia los pasos a realizar y, al ponerse frente a ellos para ver cómo lo hacían, movió la cabeza de un lado a otro. Enseguida les gritó: “¡se tiene que notar tensión sexual en el baile!” Los muchachos sonrieron y le imprimieron más energía a su actuación. Abajo, en el patio de butacas, el director artístico Ángel Llácer celebró esa actitud: “¡se agradecen esos cuerpos de buena mañana!”
Los productores de la obra esperan conformar un elenco de 40 actores, cantantes y bailarines que ofrezcan al público español una obra que ya ha sido estrenada en ciudades como Sidney, Londres, Nueva York o Buenos Aires. “No buscamos a las típicas locazas. Queremos a gente que encarne a divas. Que sean picantes y sensuales”, dice Marco Cámara, productor ejecutivo. “Aquí no se habla simplemente sobre la homosexualidad, creemos que eso ya está superado. Se habla de aceptar a la gente como es y del encuentro de un padre con su hijo. No todo en este show es frívolo, tiene una esencia muy humana”
Priscilla cuenta la historia de tres amigos (dos gays y un transexual) que atraviesan el desierto de Australia a bordo de un viejo autobús para llegar al hotel de un pueblo donde presentarán su espectáculo drag queen. En un camino plagado de aventuras y dificultades (a ritmo de Tina Turner o Madonna y ensombrecidas por un episodio homófobo), el grupo se consolida al compartir diversos aspectos de su vida. Con 23 cambios de escenografía, 500 trajes, 200 pelucas, un autobús robotizado de diez toneladas de peso, este musical basado en la película dirigida en 1994 por Stephan Elliott y cuya inversión asciende a tres millones de euros, busca atraer a familias enteras. “El eje de la obra es un hombre homosexual que va a conocer a su hijo. Esa es la historia que debe enganchar al público. Y alrededor de eso verá un show”, sostiene Ángel Llácer.
Al casting se han apuntado 1.400 personas, la mayoría hombres, que durante un mes pasarán por este escenario para demostrar su talento con dos tacones. Al pie de una pequeña escalera, Constantino Ariof, 19 años “y como unos cinco kilos de más, cariño”, se quita los zapatos de tacón con los que acaba de bailar. “Me ha ido bien. Tengo alma, que es lo que le importa a Llácer”, apunta con orgullo. Y el director asiente: “¡eso, detrás de la purpurina de Priscilla tiene que haber alma! Para que la gente conecte con la obra sin complejos… Bueno, a ver cómo nos va, ¿eh? Porque no creas que esta sociedad está muy avanzada”, agrega. “Todavía hay quien dice: ´¡mira estos maricones!´ Si es que en España las mujeres, los homosexuales y los inmigrantes siguen siendo discriminados. ¡Esto es así!”