Periodista en Serie

Sobre el blog

Las “víctimas” de un periodista en serie son muchas y constantes. No tiene relación con ellas. Las elige al azar y sin que tengan conexión unas con otras, en un área geográfica determinada, como Iberoamérica. Les arrebata su historia y la hace pública sin ningún pudor. No planea “entregarse” ni realizar “ataques suicidas.” Este blog es su particular SALA DE RETRATOS. Pasen y lean.

Sobre el autor

Víctor Núñez Jaime es un escribidor de historias. Estudió periodismo y literatura hispanoamericana. Sabe que el periodismo es más de nalgas que de cabeza, porque hay que estar sentado durante largos ratos escribiendo, corrigiendo... Es autor de tres libros: Un periodista ante el espejo, Los que llegan. Crónicas sobre la migración global en México y Una cabrona de Tepito. Ha ganado, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo Cultural (México) y el Premio a la Excelencia Periodística de la sociedad Interamericana de Prensa. Con libreta y pluma en mano, sale a por las historias. Contrasta estadísticas con los testimonios de la gente. Visita a los escritores y periodistas de renombre. Está obsesionado con el buen uso del idioma español. Le apasiona leer y estudiar. Devora libros. Él es lo que ha leído. Y también lo que ha escrito.

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La loca de mierda

Por: | 16 de junio de 2014

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Cuando en agosto de 2008 Malena Pichot, entonces una estudiante de Literatura y correctora de una editorial en Buenos Aires (Argentina), aceptó su mal de amores, mezcló humor y exhibicionismo para hallar la curación. En el territorio impune de su habitación grabó un vídeo contando (y dramatizando y parodiando) su despecho y lo colgó en YouTube con un título que recogía el insulto que su novio (ya ex) le escupió varias veces: “¡loca de mierda!” Malena pensó que, al verlo, sus amigas dejarían de preocuparse por ella y se divertirían con ella. Así ocurrió. Pero no contaba con que miles de personas más también la acompañarían.
Ante el éxito viral, la televisión y la radio y los teatros no tardaron en llamarla para entretener a sus audiencias. Malena les puso a todos una condición: respetar su libertad de creatividad. Los “adultecentes” o la “generación Peter Pan” siguió dándole su apoyo y ahora esta treintañera es una guionista, humorista y actriz famosa en buena parte de Sudamérica.
En estos tiempos… ¿sin humor no hay feminismo?

 

Escritores de la realidad

Por: | 09 de junio de 2014

Periodista y maq
Ese se niño escondido detrás del mostrador de la tienda de ropa escucha los problemas y frustraciones de las clientas. Las observa con sumo cuidado. A veces unas horas. A veces todo el día. Ningún detalle se le escapa a sus ojos y a sus oídos. Su madre conversa con ellas mientras les enseña blusas y faldas. Pero no sólo intenta vender, también se esmera por ser la mejor confidente. Y el niño aprende cómo tener una actitud afable y cómo hacer preguntas oportunas. Él todavía no lo sabe, pero escuchar y observar serán la clave de su éxito cuando comience a hacer literatura de la realidad. 
Pasará varios años en colegios de monjas y sacerdotes. Se convertirá en un adolescente tímido. Solicitará la admisión en varias universidades pero ante tantas cartas de rechazo, su padre hablará con un amigo, le conseguirá el documento de aceptación de la Universidad de Alabama y el chico empezará a estudiar periodismo. No será el preferido de sus profesores porque, según ellos, su estilo de dar la noticia a través de la experiencia personal de un individuo no persigue la “objetividad.”
Al terminar la carrera escribirá en periódicos de tirajes menores. Un día, sin embargo, llegará al prestigioso The New York Times… como chico de los recadoa, aunque no por mucho tiempo. Porque no tardará en proponer algunas historias a los editores que, al ser publicadas, le dirán: “ya arrancaste, Gay Talese”. Y lo nombrarán reportero. Entonces trabajará bajo una sola directriz: “elevar la vida ordinaria a la categoría de arte y volver memorables las experiencias y preocupaciones corrientes de hombres y mujeres.”
Unos años después, también en Estados Unidos, una mexicana estudia danza. Lo hace por las tardes, después de salir del restaurante donde trabaja como camarera. Ejercita el cuerpo, participa en  coreografías, baila. Pero sus maestros no le ven mucho futuro en esto. Ella se va a Cuba para ponerse al frente de un grupo de muchachos deseosos de consagrarse como bailarines y cuando se topa con una serie de ideas revolucionarias sabe que ya no volverá a ser la misma.
Más tarde viaja a Managua. El levantamiento sandinista está en su apogeo y ella, que nunca antes había escrito un reportaje, comienza a contar lo que atestigua. Sus textos los publica el Latin American Newsletters y así, poco a poco, Alma Guillermoprieto va convirtiéndose en una de las mejores cronistas de América Latina. En su vagabundo afán por descifrar este continente-país saltará a The Washington Post y luego a la mítica The New Yorker con la intención de “contar bien el cuento” y de “perseguir la historia hasta el final de su ciclo, no hasta el final de la historia, puesto que las historias nunca terminan.”
Estos dos escritores de la realidad demuestran que el periodismo es, sobre todo,  literatura dotada de estética coherente y de vitalidad informativa. Cada una de sus historias ofrece un lenguaje eléctrico producto de una observación apasionada. Por eso sus libros han trascendido su significación inmediata y siguen frescos en la actualidad. ¿A qué esperan para leerlos?

Truman Capote: Autorretrato

Por: | 02 de junio de 2014

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Un día reveló cómo era. Sin tapujos, sin importarle el qué dirán. Como siempre. 
¡Maestro Truman Capote: que sus pabalabras pasen al fente!:

P: Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
R: Oh, querido. Qué idea tan deprimente. Verte atado a un solo lugar. Después de todo, durante treinta años he vivido en todas partes y he tenido casas en todo el mundo. Pero es curioso, viviera donde viviera, España, Italia o Suiza, HongKong o California, Kansas o Londres, siempre he tenido un apartamento en Nueva York. Eso debe de significar algo. O sea, que si me obligaran a elegir, diría Nueva York.
P.: Pero ¿por qué? Es sucia. Peligrosa. Una ciudad difícil en todos los aspectos.
R: Mmmm. Sí. Pero aunque puedo pasar largas temporadas en la soledad de las montañas o junto al mar, soy en esencia un hombre de ciudad. Me gusta el asfalto. El sonido de mis pasos en el asfalto; los escaparates a rebosar; los restaurantes abiertos toda la noche; las sirenas en la noche…, es algo siniestro, pero vivo; tiendas de libros y de discos que, si te viene el pronto, puedes visitar a medianoche.
en este sentido Nueva York es la única ciudad ciudad del mundo. Roma es ruidosa y provinciana. París es triste, poco abierta con los extranjeros, y, resulta extraño decirlo, ex-traordinariamente puritana. ¿Londres? Todos mis amigos americanos que se han ido a vivir allí no dejan de repetirme. “Pero es tan civilizada”. No sé. Ser una ciudad completamente muerta, totalmente aburrida…, ¿es eso civilizado? Y, para remate, Londres también es terriblemente provinciana. La misma gen¬te que ve siempre a la misma gente. Todo el mundo está al corriente de tus asuntos. A lo máximo, se puede llegar a tener dos vidas separadas, ésa es la gran ventaja de Nueva York, el motivo por el cual es la ciudad. Uno puede ser allí muchas personas: diez personas distintas con diez grupos de amigos distintos, y nunca coinciden.
P: ¿Prefiere los animales a la gente?
R: Me gustan por igual. Sin embargo, a menudo me he encontrado con que las personas que sienten más afecto por los perros y gatos que por la gente poseen una crueldad oculta.
P.: ¿Es usted cruel?
R: A veces. En las conversaciones. Digámoslo de este modo: preferiría ser amigo mío que enemigo.
P.: ¿Tiene muchos amigos?
R: Más o menos siete en los que puedo confiar plenamente. Y unos veinte de los que más o menos puedo fiarme.
P.: ¿Qué cualidades busca en sus amigos?
R: En primer lugar, no deben ser estúpidos. En una o dos ocasiones he estado enamorado de personas que eran estúpidas, y de hecho, muy estúpidas; pero eso es distinto: uno puede estar enamorado de alguien y no llegar a comunicarse nunca con esa persona. Dios, por eso se casa la mayor parte de la gente, y por eso casi todos los matrimonios son infelices.
Normalmente, enseguida adivino si existe la posibilidad de que una persona y yo sea¬mos amigos. Porque no hace falta que acabes las frases. Quiero decir, comienzas a decir algo, y a la mitad te das cuenta de que esa persona ya te ha entendido. Es como hablar en una especie de taquigrafía mental y emocional.
Además de la inteligencia, es importante la atención: yo presto atención a mis amigos, me intereso por ellos, y espero que ellos hagan lo mismo.
P.: ¿Suelen decepcionarle sus amigos?
R.: La verdad es que no. A veces me he encariñado de personajes dudosos (¿acaso no lo hacemos todos?), pero siempre lo he hecho con los ojos abiertos. Las heridas que más duelen son las que te cogen por sorpresa. A mí rara vez me sorprenden. Aunque unas pocas veces me he sentido herido.
P.: ¿Es usted una persona sincera?
R.: Como escritor, sí…, o eso creo. En privado…, bueno, eso ya es opinable; algunos de mis amigos creen que cuando relato un suce¬so o una noticia, tiendo a transformarla y a elaborarla en exceso. Yo simplemente llamo a eso “darle un poco de vida”. En otras pala-bras, se trata de una forma de arte. El arte y la verdad no son necesariamente compatibles.
P.: ¿Qué le da más miedo?
R.: No la muerte. Bueno, no quiero sufrir. Pero si una noche me acostara y ya no me despertara, no me molestaría demasiado. Al menos sería algo diferente. En 1966 casi me mato en un accidente de coche: salí despedido de cabeza por el parabrisas, y aunque sufrí heridas graves y estuve cerca de lo que Henry James llama “Lo Distinguido” (la muerte), permanecí totalmente consciente en medio de charcos de sangre, recitándome números de teléfono de algunos amigos. Desde entonces me han operado de cáncer, y lo único que de verdad llegó a ponerme el alma en vilo fue esa semana vacía, sin objeto, que pasé entre el día del diagnóstico y la mañana de los bisturíes.
En cualquier caso, me parece absurda y bastante obscena esta industria médica y cosmética basada en el deseo de mantenerse jo¬ven, en el terror a la vejez y la muerte. ¿Quién demonios quiere vivir para siempre? Al parecer, casi todo el mundo; pero es algo idiota. Después de todo, existe una cosa que se llama saturación de vivir: ese punto en que todo es puro esfuerzo y total repetición.
¿La pobreza? Fanny Brice dijo: “He sido rica y he sido pobre. Greedme, ser rico es mejor”. Bueno, yo no estoy de acuerdo; al menos no creo que el dinero sea un elemento importante en nuestra armonía con el mundo ni en nuestra (qué estúpida palabra) “felicidad”. Conozco muy bien a bastantes ricos (no considero rico a nadie que no pueda reunir de un día para otro cincuenta millones de dólares en efectivo); y algunas personas, cuando quieren herirme, me echan en cara que sólo conozco a ricos (a lo que podría responderles que éstos, cuando menos, a veces pagan la cuenta, y nunca piden prestado). Pero la cuestión es: no me viene a la memoria ningún rico que, por lo que se refiere a la satisfacción personal, o a la angustia propia de todo ser humano, lo haya tenido más fácil que los demás. En cuanto a mí, puedo apañarme con una habitación amueblada en algún callejón de Detroit o con el antiguo apartamento de Colé Porter en el Waldorf Towers, que el decorador Billy Baldwin transformó en una isla de sublime y sutil lujo.

La reina del desierto

Por: | 26 de mayo de 2014

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Cuentan que en Madrid se han agotado los zapatos de tacón de los números 43, 44 y 45. A Oriol Anglado, un bailarín de 24 años y músculos bien definidos, le llevó una semana conseguir un par del 43. Antes de presentarse al casting de Priscilla, la reina del desierto, el musical que se estrenará el próximo octubre en el Teatro Alcalá, pasó otras dos semanas intentado mantener el equilibrio al caminar con ellos puestos. “Nunca antes lo había hecho. Y tiene tela”, dice mientras se seca el sudor de la frente con un pañuelo desechable. A su lado, Jorge Bettancor se abanica para sosegar su respiración acelerada. “Para mí eso no es difícil. Porque soy de Canarias y tengo experiencia: cada año me disfrazo de mujer para los carnavales. Pero el baile… Ay, yo soy más de cantar”, arguye mientras estira la mano para sacar una botella de agua de su mochila.
Hace unos instantes, Oriol y Jorge eran parte de un grupo de 10 chicos que se contoneaban al ritmo de It´s raining men. En un escenario carente de color, la coreógrafa Sonia Dorado les marcó con paciencia los pasos a realizar y, al ponerse frente a ellos para ver cómo lo hacían, movió la cabeza de un lado a otro. Enseguida les gritó: “¡se tiene que notar tensión sexual en el baile!” Los muchachos sonrieron y le imprimieron más energía a su actuación. Abajo, en el patio de butacas, el director artístico Ángel Llácer celebró esa actitud: “¡se agradecen esos cuerpos de buena mañana!”
Los productores de la obra esperan conformar un elenco de 40 actores, cantantes y bailarines que ofrezcan al público español una obra que ya ha sido estrenada en ciudades como Sidney, Londres, Nueva York o Buenos Aires. “No buscamos a las típicas locazas. Queremos a gente que encarne a divas. Que sean picantes y sensuales”, dice Marco Cámara, productor ejecutivo. “Aquí no se habla simplemente sobre la homosexualidad, creemos que eso ya está superado. Se habla de aceptar a la gente como es y del encuentro de un padre con su hijo. No todo en este show es frívolo, tiene una esencia muy humana” 
Priscilla cuenta la historia de tres amigos (dos gays y un transexual) que atraviesan el desierto de Australia a bordo de un viejo autobús para llegar al hotel de un pueblo donde presentarán su espectáculo drag queen. En un camino plagado de aventuras y dificultades (a ritmo de Tina Turner o Madonna y ensombrecidas por un episodio homófobo), el grupo se consolida al compartir diversos aspectos de su vida. Con 23 cambios de escenografía, 500 trajes, 200 pelucas, un autobús robotizado de diez toneladas de peso, este musical basado en la película dirigida en 1994 por Stephan Elliott y cuya inversión asciende a tres millones de euros, busca atraer a familias enteras. “El eje de la obra es un hombre homosexual que va a conocer a su hijo. Esa es la historia que debe enganchar al público. Y alrededor de eso verá un show”, sostiene Ángel Llácer.
Al casting se han apuntado 1.400 personas, la mayoría hombres, que durante un mes pasarán por este escenario para demostrar su talento con dos tacones. Al pie de una pequeña escalera, Constantino Ariof, 19 años “y como unos cinco kilos de más, cariño”, se quita los zapatos de tacón con los que acaba de bailar. “Me ha ido bien. Tengo alma, que es lo que le importa a Llácer”, apunta con orgullo. Y el director asiente: “¡eso, detrás de la purpurina de Priscilla tiene que haber alma! Para que la gente conecte con la obra sin complejos… Bueno, a ver cómo nos va, ¿eh? Porque no creas que esta sociedad está muy avanzada”, agrega. “Todavía hay quien dice: ´¡mira estos maricones!´ Si es que en España las mujeres, los homosexuales y los inmigrantes siguen siendo discriminados. ¡Esto es así!”

Nina Pacari, la indigenista

Por: | 19 de mayo de 2014

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El movimiento de sus ojos preludia sus palabras. Del relato de Nina Pacari surgen términos otras veces utilizados para describir la situación de los indígenas: discriminación, exclusión. “¡Indios de mierda!”, le gritaron el día que asumió la vicepresidencia del Parlamento ecuatoriano.
“Pero todo el movimiento indígena –expresa la abogada y doctora en Jurisprudencia mientras mantiene el puño izquierdo cerrado– les dimos un bofetón demostrando la calidad y capacidad que tenemos los indígenas para participar en la vida política y social. Devolvimos así, aquella agresión de carga ideológica y de opresión.”
En quechua, su nombre significa “fuego o luz del amanecer”. Pero es relativamente reciente porque antes tenía un nombre mestizo: Estela Vega Conejo. Conserva sus apellidos pero todos la conocen como Nina Pacari. “En los tiempos de opresión, la forma de resistencia que adoptaron nuestros líderes fue el de cambiarse de nombres: de uno mestizo a uno indígena. Varios lo han hecho. Pensamos que podemos recuperar nuestra identidad comenzando por nuestros nombres y también provocar el desenvolvimiento pluricultural”, explica.

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Moussa, el hombre de goma

Por: | 12 de mayo de 2014

A Marte Cabaret 03Moussa era un niño de 12 años cuando logró doblarse lo suficiente para caber en el contenedor de la ropa sucia. Su hermano mayor, erigido en cómplice perfecto, lo cubrió con algunas prendas y cada uno por su lado espero a que su madre llegara para sorprenderse con el hijo menor “hecho un trapo.” La madre no tardó y al ver al pequeño ahí dentro se asustó y gritó y salió corriendo para contar su hallazgo, mientras en un rincón dos diablillos se descojonaban de risa. Al darse cuenta de la broma que le habían gastado, volvió con una alpargata de madera en la mano y le asestó un duro golpe en la cabeza al niño que, para entonces, ya se había desdoblado.
Más tarde, todavía impactada y compungida, la señora fue a la iglesia para hablar con el sacerdote acerca de lo ocurrido. “Yo creo, padre —dijo con la seriedad de los devotos— que mi hijo necesita un exorcismo. Porque lo que hizo debe ser cosa del demonio.” Unos minutos de charla después, le quedó claro que había sido algo propio de los niños traviesos. Pero con el paso del tiempo supo que aquello fue, en realidad, el principio del extravagante oficio que su hijo llegaría a dominar como pocos.
33 años después, Moussa recuerda aquel día con carcajadas y frases en español salpicadas de palabras en inglés, francés y portugués, y gesticulando demasiado para hacerse entender. Muestra la cicatriz que le dejó el golpe de su madre y vuelve a reír. Está en el Teatro Rialto de la Gran Vía de Madrid, frente a un vaso de agua, unas horas antes de que inicie la función de A Marte Cabaret, el musical en el que participa y encandila todas las noches al público caminando como araña o pasando su cuerpo por una raqueta.
Moussa Huit Huit 1Moussa —la cabeza bien rasurada, la mirada y la sonrisa encendidas, las manos inquietas, los músculos del cuerpo bien definidos— ha recorrido varios países y algunas ciudades de España con otros espectáculos. Aunque los números que presenta han variado, dice que el objetivo siempre es el mismo: “captar la atención de la gente. “Para eso tengo carisma. Y tengo fuego”, dice con orgullo.
Nació en Uige, en el noreste a Angola, y desde pequeño soñaba con ser actor. Se le atravesó la precariedad económica familiar y la inestabilidad política de su país y tuvo que crecer en la vecina República Democrática del Congo. Un día estaba con un amigo viendo en la televisión a una contorsionista china que hacía gala de su cuerpo de goma. “¡Tú también puedes hacer eso, Moussa!”, le dijo su amigo. Y Moussa le hizo caso. Empezó a imitar los movimientos y posiciones que veía en la pantalla y luego, día tras día, se esforzaba por ser más flexible, más elástico, más de goma, hasta que comenzó a  hacer cosas sorprendentes. “Muchos lo pueden hacer. Pero no todos son conscientes de la capacidad que tiene su cuerpo”, dice.
Cuando la situación de Angola pareció apaciguarse, este hombre que ahora tiene 45 años (que no aparenta) y mide 1.86 cm. volvió a su tierra para integrarse al Ballet Nacional de Luanda. En 1992, las cosas volvieron a torcerse y entonces, con la ayuda de su profesor de baile, se fue a Río de Janeiro (Brasil). Moussa quería ser artista, pero en esa ciudad el panorama no era muy alentador. Así que se fue a París. Presentaba su show contorsionista en la calle hasta que un día un cazatalentos le llevó a su agencia de espectáculos y le facilitó el camino para hacer lo que siempre había soñado.
Contorsionista2[1]“La gente piensa que lo que hago es magia. Estoy consciente de que no solo tengo flexibilidad, sino también carácter. Me concentro y la gente me mira con atención. Porque tengo fuego. Ese es el secreto”, explica. Ahora Moussa es profesor de contorsionismo. “Tengo 17 estudiantes y dos son maravillosos. Pienso que lograrán lo que yo he logrado.” Está casado con una japonesa (“con esto se liga mucho”) y es padre de tres hijos. “Con ellos vivo en París, sólo viajo unos meses a algún sitio para trabajar. Este año ha tocado Madrid.” Dice que no sigue una dieta específica. “Casi no como carne, nada más. Y voy al gimnasio y duermo varias horas.” Piensa retirarse a los 52 años. Se ufana de nunca haber tenido alguna lesión (“porque tengo disciplina”) y de que cuando sale al escenario “el público no mira para otro lado.” Porque, ya lo saben, el hombre que es capaz de atravesar una raqueta y de caminar como araña tiene candela.

Los "rayajos" de Víctor Soler

Por: | 05 de mayo de 2014

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A Víctor Soler le gusta el cine y le gusta jugar con las películas. Cuando termina de ver una, la historia sigue en su mente. Entonces, como un poseído, coge el lápiz y el ordenador para inmortalizar alguna secuencia que le fascinó o para añadir otra que le hubiera gustado ver o para hacer una mezcla de lo que es y lo que puede ser. Con la libertad (y autoridad) que le da ser un cinéfilo, la fantasía lo orilla a realizar dibujos de escenas inventadas, como si fuera el más experimentado director. Y no se corta ante las míticas cintas del Séptimo Arte. Por eso se atreve a dibujar el tren de Con faldas y a lo loco visto desde un hipotético lateral de la vía o a El Padrino paseando junto al puente de Manhattan o siluetas de My fair lady en pose de revista. Algunas de estas ilustraciones son clásicas. Otras se acercan al cómic. Todas son enormes (250 x 100 cm). Y sin embargo Soler se ríe cuando se le pregunta si se considera un muralista pos moderno. “No lo veo”, dice. Prefiere denominarse, simplemente, dibujante o ilustrador.

Víctor Soler (Castellón, 1971) es licenciado en Bellas Artes. Pero dice que su mejor escuela fue haber pasado unos años en Cartoon Productions haciendo animación. Esos años “fueron el principio, donde aprendí el oficio de dibujante, el amor por esta profesión. Trabajábamos en equipo miles de horas dibujando en mesas de luz, aprendíamos los unos de los otros ya que en aquellos años era la única manera aquí en España de formarte en el desconocido mundo de la animación. Conocí a grandes profesionales y a algún “mago del lápiz”, como los llamo yo. Hoy en día sigo manteniendo muy buena amistad con la mayoría de mis excompañeros.”

 

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Savater, el jubilado jubiloso

Por: | 28 de abril de 2014

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En bata y chanclas, atravesando los angostos espacios que dejan libres los cientos de libros apretujados por toda la casa, Fernando Savater abre la puerta con una sonrisa y pide un momento para ponerse "las gafas de ver personas". Entonces se coloca unos anteojos de montura marrón, avanza unos pasos con "andares de pato mareado", como él mismo describe, y se sienta de espaldas al balcón que esta mañana de primavera deja entrar un sol perezoso al departamento situado en un octavo piso, en el "aburguesado" barrio de Salamanca.

Llegó a Madrid al inicio de su adolescencia, cuando sus padres decidieron cambiar San Sebastián, en el País Vasco, por la capital española. La dictadura de Francisco Franco estaba en su apogeo y Savater, hijo de notario, "igual que los padres de Salvador Dalí, Julio Verne y Voltaire", estudiaba en el también aburguesado Colegio del Pilar, donde sus compañeros lo molestaban gritándole "gorila". "No sólo por mis grandes orejas despegadas del cráneo o mi fealdad", cuenta, "sino por todo un conjunto inocultable de rarezas combinadas: los extraños movimientos hacia atrás y en círculos que hago involuntariamente con la cabeza, mi forma de andar levemente espástica y nerviosa, mi ojo bizco y, sobre todo, mi tendencia pueril a lanzar largas peroratas histriónicas con voz tonante y palabras rebuscadas".

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María Luisa Elío, la destinataria de Cien años de soledad

Por: | 21 de abril de 2014

MARIALUISAELIO04-JG-1Durante los 18 meses en los que Gabriel García Márquez escribió Cien años de soledad, cuatro amigos suyos acudían casi todas las noches a su casa de la colonia San Ángel Inn, en el sur del DF, para que les contara el curso de la novela. Eran Carmen y Álvaro Mutis, María Luisa Elío y Jomí García Ascot.
García Márquez se las arreglaba para narrarles versiones diferentes a lo que en realidad escribía. “Si contaba lo que estaba escribiendo, espantaba a los duendes”, recuerdó el Nobel colombomexicano en un artículo publicado en la revista Cambio en 2001. No obstante, María Luisa Elío y Jomí García Ascot escuchaban los relatos improvisados “como señales cifradas de la Divina Providencia. Así que —agrega el también autor de La hojarasca— nunca tuve dudas, desde sus primeras visitas, para dedicarles el libro.”
En efecto, se abre Cien años de soledad y antes del célebre inicio (“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”), aparece la dedicatoria: “Para Jomí García Ascot y María Luisa Elío.”
Fui a visitar a la destinataria de Cien años de soledad en 2007, cuando Gabo estaba apunto de cumplir 80 años. Tenía entonces 80 años de vida, una cara de luna (“por que tomo cortisona”, dijo), unos ojos verdes como aceitunas que electrizaban lo que miraba, boca carmesí para expresar sus recuerdos y una madura relación amistosa con los García Márquez. Era la tercera hija de Carmen Bernal y de Luis Elío, familia exiliada en México a causa de la Guerra Civil Española. Realizó el guión y actuó la película En el balcón vacío (1961), la única versión cinematográfica del exilio ibérico en México. Escribió Tiempo de llorar y otros relatos (El Equilibrista 1988, Turner 2002), un libro en donde relata el viaje que efectuó a su Pamplona natal después de treinta años de haber salido y en donde recuerda su infancia como metáfora de los sufrimientos de toda una generación de exiliados.

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Fernando Benítez, maestro del periodismo cultural

Por: | 14 de abril de 2014

Fernando Benitez 2La biblioteca de Fernando Benítez, en la Ciudad de México, era un amplio salón rectangular iluminado por el sol. Al fondo, en los estantes que iban del piso al techo y de un extremo de la pared al otro, permanecían cientos de libros clasificados. La mayoría eran de historia prehispánica y colonial de México. Algunos otros de pintores, como los de Rembrandt o los de Bosch. También había textos de escritores rusos o poetas del Siglo de Oro español. Todos formaban una sucesión de colores apagados: grises, negros, tonos marrones, guindas. Unos cuantos tenían pasta dura con letras doradas en los lomos.
En los al redores y en un pequeño muro a mitad del salón, se distribuía una colección de arte prehispánico. Eran piezas pequeñas o medianas de barro, cerámica y orfebrería. Efigies, máscaras, vasijas, monolitos. En una orilla había una sala de anchos sillones blancos en cuya mesa de centro estaban dos jarrones. Pero allí lo más importante era la mesa de trabajo: larga, de madera y con sillas que parecían esperar contertulios. La de en medio es la que ocupaba Fernando Benítez para escribir en un bloc de hojas amarillas, con una pluma (“él siempre escribía a mano”) y un grande y pesado cenicero verdoso a su lado.
Y en ese espacio, en ese ambiente y entre esos libros y objetos, el hombre que nació el 16 de enero de 1910, que fue periodista, antropólogo, historiador, escritor y profesor y que es considerado el “Arquitecto del Periodismo Cultural Contemporáneo en México” o el “Padre de los Suplementos Culturales”, recibía a colaboradores, alumnos y amigos, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Luis Cuevas y muchos otros protagonistas de la vida intelectual mexicana.

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El País

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