Periscopio Chilango

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Blog coral elaborado por la redacción de EL PAíS en México y coordinado por el corresponsal Luis Prados y Salvador Camarena.

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Civismo canino en el Parque México

Por: | 27 de abril de 2012

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Soy casi un recién llegado al DF y ¿saben lo que más me ha llamado la atención de esta ciudad?   No ha sido el Zócalo, ni el paseo de la Reforma, ni el castillo de Chapultepec , ni ninguno de los monumentos que salen en la guía, ni el picante, ni la simpatía de los chilangos, ni el metro con vagones para mujeres, ni las tormentas de las seis de la tarde. Tampoco la tranquilidad con la que se puede vivir, si se siguen normas de sentido común, pese a que tras “informarse mucho” uno esperaba aterrizar en una selva inhabitable. Resulta que en la ciudad donde viven más personas del mundo lo que más me ha sorprendido han sido unos animales. Los alumnos ejemplares de las escuelas de perros del Parque México, en el barrio de La Condesa.

Es lo primero que enseño a quienes vienen de visita. Porque me queda cerca de casa y porque contribuye a difuminar en la mente del recién llegado la idea machacona y cansina del México violento y desapacible. En un claro entre fresnos, jacarandas, palmeras y plátanos encuentras una escena de película de dibujos animados: 20, 30 o 40 perros de todas las razas y tamaños, chihuahuas, pittbulls, san bernardos, pastores alemanes o chuchos sin linaje, tumbados tranquilamente, unos juntos a otros, esperando su turno para salir a pasear o recibir adiestramiento. Sin pelearse, sin acosar los machos a las hembras en celo, que las hay. Sin ladrar apenas. No hacía falta decirlo, pero por si acaso Raúl, uno de los adiestradores, lo aclara: “Son mejor portados que los niños de un colegio”.

Empezamos con las presentaciones. Raúl recita los nombres de sus alumnos sin dudar, como si fuera la alineación de un equipo de fútbol: “Mika, Shake, Lola, Mike, Odin, Yami, Simón, Lola, Mona, Luna, Luquita, Peper, Hortensia, Tocayo, Ramiro,  Verja y Cúper”. A diferencia de las escuelas humanas, la jornada empieza con el recreo: de 8 a 10 de la mañana, sueltan a los perros para que corran, jueguen, socialicen y “hagan del baño”. Luego vienen las clases, en dos niveles: el curso básico de diez semanas y el avanzado. Unos aprenden a sentarse, tumbarse o levantarse sobre sus patas traseras; otros pasean, en grupos de seis o siete, de la mano de los profesores o, los más ágiles, amarrados a una bicicleta; el resto espera plácidamente. Solo los novatos, que aún no han aprendido el “quieto” (estar parados) quedan amarrados a los árboles.

El colegio es de pago, y no es barato. Cuesta 600 pesos (36 euros) por tres días semanales en un país donde el salario mínimo está en 60 pesos diarios. Raúl  cuenta que el método lo importó Larry Casanova, un veterano de la Guerra del Vietnam que trajo “la obediencia canina a México” hace 30 años y que ahora adiestra perros para anuncios y programas de Televisa. Una de las claves es ser firmes, pero nunca violentos. “Si les pegas, se vuelven más agresivos”, explica, lo mejor es llamarles la atención tirándoles de la correa. “No hay razas más difíciles, lo importante es la personalidad de cada perro. Si son mayores y traen vicios adquiridos es más difícil enseñarles. Pero nunca hemos dicho con ése no pudimos”, sonríe.

Y sí, el método viene de Vietnam. “Es un sistema que yo desarrollé por propia iniciativa a partir del adiestramiento de los perros detectores de minas”, cuenta en conversación telefónica el propio Casanova. Cuando salió de la infantería de marina quería ser veterinario, pero se dio cuenta de que ya había muchos… pero poca gente que supiera adiestrar. “La clave está en la paciencia y la constancia, en recompensar al perro en lo que hace bien y en corregirle ligeramente lo que hace mal”, explica. Y esas pautas las aplicado con todos los animales con los que ha trabajado en series, anuncios o películas como Amores perros. De su trabajo con los caballos se ganó el sobrenombre de señor zanahoria. “Casi no me acerco a ellos si no traigo zanahorias, para que me asocien con algo positivo”, bromea.


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Apenas a unos metros de la escuela, en un piso con vistas al parque y, desgraciadamente,  al alcance del ruido de la tamborrada que se organiza allí cada fin de semana, vive el escritor colombiano Fernando Vallejo, radical defensor de los animales. Es fácil encontrarlo dando una vuelta por el barrio junto a su perra Quina, a quien llama “mi hija” aunque es difícil determinar quién saca a pasear a quién. Vallejo sostiene que los animales son también nuestro prójimo y nos anima a aprender de ellos más que del humano, que “es el más malo de todos los seres vivos porque entre otras cosas pertenece a la única especie que miente”.

Hagámosle caso. Saltemos por un día del tiovivo urbano, aunque sea en marcha, y vayamos  a un banco tranquilo del Parque México, para observar a nuestros parientes caninos darnos una lección de civismo. Fijémonos bien en ellos. Y tal vez, con algo de suerte, lleguemos a hacer nuestros estos  versos que escribió hace 140 años el estadounidense Walt Whitman en su poemario Hojas de Hierba: “Creo que podría transformarme y vivir como los animales / son tan tranquilos y mesurados. / Me complace observarlos largamente / No se afanan ni se quejan de su suerte / no se despiertan en la noche con el remordimiento de sus culpas / no me aburren discutiendo sus deberes para con Dios / ninguno está descontento, a ninguno le enloquece la manía de poseer cosas / ninguno venera a los otros, ni a su especie, que tiene miles de años de existencia / ninguno es respetable ni desgraciado en toda la ancha tierra”.

Fotos: Pradip J. Phanse

Antes de que todo vuelva a temblar

Por: | 24 de abril de 2012

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“La vida es un riesgo. Al final, todo se reduce a un problema filosófico”, reflexiona Juan Manuel Espinosa desde el otro lado de una enorme mesa de trabajo. Son tan solo las 8.30 de la mañana, pero el director del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico (CIRES), con sede en el Distrito Federal, prefiere concertar la entrevista a primera hora del día. La agenda de este martes lo lleva a visitar Puebla, donde las autoridades han puesto en alerta a varias poblaciones después de que el volcán Popocatepetl haya entrado en actividad. Justo ese día se cumplen cuatro semanas del terremoto que azotó con fuerza varios Estados mexicanos. “¿Está relacionado el aumento de la actividad en el volcán con los temblores?”. Nueva pausa y contesta. “Se supone que sí, es lo que dice la teoría del caos”.

Aquel mediodía del 20 de marzo la tierra también se revolvió con violencia bajo los pies de millones de capitalinos que a esa hora se encontraban en el trabajo, haciendo la compra o viajando en metro. El crujido de las estructuras y los gritos de la gente en la calle dieron paso al silencio. La ciudad, siempre viva y nerviosa, se detuvo durante varios minutos. Después, el miedo.  “Sabemos que esta es una zona de alta actividad sísmica. Sabemos que va a temblar pero no cuándo ni en qué grado. Los chinos dicen que una gran catástrofe siempre ocurre cuando ya se ha olvidado la anterior”, recuerda Espinosa.

El susto del 20 de marzo y las réplicas de los días siguientes han obligado al Gobierno a aumentar los esfuerzos para agilizar las medidas que permitan mejorar la capacidad de respuesta de los ciudadanos ante una posible tragedia. El interés y el miedo de la población ante estos fenómenos se ha visto reflejado también en la actividad de las redes sociales. En Twitter, la cuenta del Sismológico Nacional  ha triplicado el número de seguidores desde el mes pasado, pasando de los 93.799 antes del temblor, a los 273.961 del 22 de abril.

El Centro de Instrumentación y Registro Sísmico nació pocos meses después de que se produjera el terremoto de 8.1 grados en 1985, que causó en México decenas de miles de muertos y numerosos destrozos. Su actividad se centra en la investigación y recogida de datos. El país es pionero en la implantación de un sistema de alerta sísmica, tecnología en la que vienen trabajando desde 1991 y que consta de varios medidores repartidos por estados como Guerrero, Oaxaca, Michoacán o Jalisco, algunos aún en fase de pruebas. Hay proyectos además para integrar a otras delegaciones como Puebla o Chiapas.

“Después de lo sucedido en Japón en 2011, las autoridades decidieron priorizar la colocación de medidores en la costa, por el riesgo de tsunami”, explica Espinosa. Cuando se registra un seísmo con epicentro en cualquiera de las zonas donde se encuentran los aparatos, el sistema lo detecta y lanza una señal que se recibe en el Distrito Federal casi de forma instantánea. Como el efecto del temblor tarda alrededor de 80 segundos en llegar desde Guerrero hasta el DF, los ciudadanos tienen tiempo para reaccionar antes de percibir el movimiento. “En algunos casos la alerta nos sonó bien porque el epicentro estaba en otra zona o bien porque el sistema en ese punto estaba aún en fase experimental y no se encontraba incluido en la lista de alarmas que se comunican públicamente”, explica el director del CIRES.

Hasta ahora, los protocolos establecen que aquellos seísmos de más de 6 grados en la escala Richter deben ser alertados a la población, bien a través de las emisoras de radio, bien mediante una serie de dispositivos colocados en las escuelas públicas. “Los niños realizan con frecuencia simulacros en las horas lectivas, por lo que están muy preparados y tienen a sistematizado el método para desalojar un edificio cuando ocurre de verdad.  Los aparatos en los colegios reciben también señales de alerta por los seísmos preventivos, aquellos de menor magnitud y que no entrañan verdaderos riesgos”. La alerta pública llega también hasta el metro y sirve para detener la circulación mientras dura el temblor.

A primeros de abril, el Gobierno del Distrito Federal presentó en rueda de prensa una nueva aplicación para teléfonos Blackberry  que permite a los usuarios ser avisados de un seísmo hasta un minuto antes de que suceda. La herramienta puede descargarse de forma gratuíta. “Fueron muchos los operadores interesados, así que no descartamos que la aplicación la desarrollen otras empresas”. El programa permite al abonado recibir una alerta sonora o una vibración que indica que se va a producir un temblor. Blackberry se sirve a su vez de la señal que envía el CIRES cuando sus aparatos detectan el movimiento. Aunque la aplicación en teléfonos es nueva, el sistema estaba ya disponible para los buscas de determinadas empresas.

“El funcionamiento parece sencillo: ¿no planean ofrecer este servicio a través de mensajes de texto al móvil para toda la población?” “Sí”, contesta el responsable del centro, “los operadores nos dan la posibilidad de mandar  5.000 mensajes en un minuto, pero necesitaríamos muchos más de esa cantidad, y ¿sabe qué? A mí me gustaría estar entre los 100 primeros mensajes enviados. Cada segundo de retraso va en detrimento de la utilidad de la aplicación. No es lo mismo contar con 60 segundos para desalojar un edificio que con diez”.

De todos modos, Espinosa pone el énfasis en la formación. “No basta con tener la herramienta, además, hay que saber usarla. Los avances tecnológicos son muy importantes, pero si la población sigue sin saber dónde meterse cuando hay un seísmo, estos no sirven para nada”.

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Al final, de cualquier modo, el miedo regresa cuando uno piensa en ese hipotético escenario: “¿Habrá un temblor más fuerte que el del 20 de marzo?” Juan Manuel Espinosa vuelve a quedarse callado y responde: “Nada indica que no vaya a ser así”.

El País

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