Esta Nochevieja en casa de Alfonso se cenará lomo y pierna de cerdo. De acompañamiento habrá espaguetis y puré de patata. De postre tienen “pastelitos”. Alfonso es el nombre ficticio de un señor que esta mañana llevaba en una bolsa una pistola Beretta Parabellum 9 milímetros. Está casado y tiene dos hijos, de 13 y 11 años. Hoy salió temprano de casa para ir a entregar su arma de fuego a las autoridades de Ciudad de México a cambio de dinero en efectivo.
Alfonso era uno más entre las decenas de vecinos que hacían cola con sus armas en el jardín de una iglesia de Iztapalapa, el distrito más grande de la capital, un enorme barrio de barrios de casi dos millones de habitantes que tiene el mayor número de homicidios de la ciudad. En noviembre hubo uno que alteró especialmente a los medios de comunicación: un niño estaba en un cine viendo una película de dibujos animados con su padre, una bala perdida entró en la sala, le dio en la cabeza y lo mató.
Unas semanas después el Gobierno de la capital ha reactivado un programa de desarme voluntario que comenzó en 2007. A cambio de armas ofrecen bicicletas, tabletas digitales, paquetes de alimentos básicos y dinero en mano. Y también le cambian a los niños sus juguetes de guerra –predominan las pistolas made in China y las espadas con empuñadura medieval– por balones, trenes, helicópteros y demás.
Por lo general la gente lleva sus armas en bolsas de plástico. Alguno más campechano se pone el revólver asomando por el cinturón. Otros llevan el arma al aire, como una mamá que esta mañana perseguía a su niña –“¡Ven, chiquita!”– con un rifle en la mano. Desde el 24 de diciembre se han recogido en Iztapalapa unas 700 armas. Serán destruidas por el Ejército. La mayoría son armas cortas, pero también aparecen bastantes armas largas y de vez en cuando llega algún vecino con unas cuantas granadas.
Kevin Paredes, 22 años, comerciante de patatas fritas, llevó una pistola Smith&Wesson de calibre 45. Dice que se la regaló un amigo, y que ahora se la quita de encima porque va a tener su primer hijo y no quiere que haya una pistola en casa. Espera que a cambio le den una tableta digital. Él asegura que nunca le ha disparado a nadie. Viste con una cazadora de cuero negra y lleva en un dedo un anillo con una calavera. Es fan de grupos de rock duro como Pantera o como Iron Maiden. Parece un hombre sosegado. No le importa quedarse sin una pistola con la que defenderse. “El que nada debe, nada teme”, dice. Esta noche de fin de año Kevin Paredes cenará pozole (una sopa de maíz con carne de puerco típica de México) y ensalada de manzana.
Otro de los portadores de armas que se animó a hablar con el reportero es Julio Céscar Betanzos Villalobos. Céscar es un nombre raro, pero es su nombre.
–Era César –dice–, pero hubo un error de registro y ahí se quedó.
Julio Céscar ha traído una pistola de tiro al blanco de calibre 22, tres cajas de balas Remington y un cuchillo de monte que le valdría para deshuesar a un jabalí. Le llama “Matoncito”. El señor Betanzos tiene seis hijos y no quiere que tengan armas en casa. “Ellos tienen educación, pero mejor así para que no haya ninguna tentación. Tal y como está la violencia en este país un día también a ellos se les podría subir la sangre a la cabeza”. En su casa el menú de esta Nochevieja estará compuesto por caldo de pescado, tostadas de calamares y de postre manzanas con nueces. La familia Betanzos amanecerá mañana sin una pistola de aire comprimido y un cuchillo de monte en su hogar.
Sería una gran cosa que 2013 fuese un año menos violento para México, y tal vez iniciativas como esta ayuden a que no haya tantos muertos. Pero de momento, por desgracia, los asesinatos siguen siendo parte del paisaje cotidiano. Al salir en taxi de Iztapalapa, el chófer se para en un semáforo en rojo y mira la portada de un diario amarillista que ofrece un vendedor callejero.
Balean a Noé –dice el titular.
El herido, Noé Hernández, es un atleta retirado que ganó la medalla de plata en la especialidad de marcha en los Juegos de Sidney del año 2000.
“Está duro el desmadre”, sentencia el taxista mexicano.
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Fotografía: Kevin Paredes posa con sus armas. / P. DE LLANO