Sobre el autor

Victoriano Izquierdo

Victoriano Izquierdo es un granaino que mezcla la computación con la fotografía. Estudia Ingeniería Informática en la Universidad Carlos III de Madrid y trabaja como fotógrafo freelance y colaborador con varias agencias nacionales y extranjeras.

Sobre el blog

Pixel Fugaz viene a ser una colección de chispazos visuales, todo tipo de instantes que pasan por delante de mis ojos y que hacen que lleve mi dedo inmediatamente al obturador de la cámara de fotos que tenga más cerca. Luego trato de comprender qué pasó. Es como un baile de emociones y reflexiones, dicho así de una manera algo pseudointelectual.

Spotify

Spotify de 'Pixel fugaz'

La música y las imágenes se llevan bien, deben compartir habitación de juego en algún lugar del cerebro. Esta es una lista de música que escucho mientras edito y proceso fotografías. ¡Escucha la lista!

Pixel Fugaz

30/01/2009 - Jesus? Read The Bible

Por: | 30 de enero de 2009

29/01/2009

Por: | 29 de enero de 2009

28/01/2009 - Uno de Grand Central

Por: | 28 de enero de 2009


Cuando los neoyorkinos se sorprenden y te miran raro cuando pasan por delante de ti en un sitio como Grand Central, es que de alguna manera debes estar haciendo algo extraño.

27/01/2009 - Resbalones en Central Park

Por: | 27 de enero de 2009


Una placa de hielo cubre Central Park, una placa de frío hielo cubre Nueva York y toda América. Y más de uno se está pegando tortazos contra esa superficie inestable rodeada de rascacielos.

26/01/2009 - La sangre de Nueva York

Por: | 26 de enero de 2009


Mi paisano Federico en Nueva York:
Debajo de las multiplicaciones
hay una gota de sangre de pato.
Debajo de las divisiones
hay una gota de sangre de marinero.
Debajo de las sumas, un río de sangre tierna.
Un río que viene cantando
por los dormitorios de los arrabales,
y es plata, cemento o brisa
en el alba mentida de New York.
Existen las montañas, lo sé.
Y los anteojos para la sabiduría,
Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo.
Yo he venido para ver la turbia sangre,
la sangre que lleva las máquinas a las cataratas
y el espíritu a la lengua de la cobra.
Todos los días se matan en New York
cuatro millones de patos,
cinco millones de cerdos,
dos mil palomas para el gusto de los agonizantes,
un millón de vacas,
un millón de corderos
y dos millones de gallos
que dejan los cielos hechos añicos.
Más vale sollozar afilando la navaja
o asesinar a los perros
en las alucinantes cacerías
que resistir en la madrugada
los interminables trenes de leche,
los interminables trenes de sangre,
y los trenes de rosas maniatadas
por los comerciantes de perfumes.
Los patos y las palomas
y los cerdos y los corderos
ponen sus gotas de sangre
debajo de las multiplicaciones;
y los terribles alaridos de las vacas estrujadas
llenan de dolor el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.
Yo denuncio a toda la gente
que ignora la otra mitad,
la mitad irredimible
que levanta sus montes de cemento
donde laten los corazones
de los animalitos que se olvidan
y donde caeremos todos
en la última fiesta de los taladros.
Os escupo en la cara.
La otra mitad me escucha
devorando, orinando, volando en su pureza
como los niños en las porterías
que llevan frágiles palitos
a los huecos donde se oxidan
las antenas de los insectos.
No es el infierno, es la calle.
No es la muerte, es la tienda de frutas.
Hay un mundo de ríos quebrados
y distancias inasibles
en la patita de ese gato
quebrada por el automóvil,
y yo oigo el canto de la lombriz
en el corazón de muchas niñas.
Óxido, fermento, tierra estremecida.
Tierra tú mismo que nadas
por los números de la oficina.
¿Qué voy a hacer?, ¿ordenar los paisajes?
¿Ordenar los amores que luego son fotografías,
que luego son pedazos de madera
y bocanadas de sangre?
San Ignacio de Loyola
asesinó un pequeño conejo
y todavía sus labios gimen
por las torres de las iglesias.
No, no, no, no; yo denuncio.
Yo denuncio la conjura
de estas desiertas oficinas
que no radian las agonías,
que borran los programas de la selva,
y me ofrezco a ser comido
por las vacas estrujadas
cuando sus gritos llenan el valle
donde el Hudson se emborracha con aceite.

Los viejos vaqueros nunca mueren

Por: | 24 de enero de 2009

21/01/2009 - El himno

Por: | 21 de enero de 2009

19/01/2009 - La bandera de los Estados Unidos

Por: | 19 de enero de 2009

La bandera de los Estados Unidos es un dibujo que da sentido a lo que es el país y a su unidad. Es un ideal hecho imagen. Es un icono. Y los estadounidenses la recuerdan constantemente. Siempre bien presente esas barras y estrellas que son la Historia en la que se apoyará el futuro del país. Por eso en cada vagón de metro, autobús, en el coche, la puerta de casa, una máquina expendedora, cajas, WC, gorros, en el gimnasio ... un americano siempre colocará su bandera porque cree en ella y ama a su país.
En España, quizá sea porque la de Colón ya hace por todas, no vemos ondear nuestra bandera mas que en organismos oficiales y en alguna que otra celebración futbolística. Es cierto que ha sufrido bastantes alteraciones en el último siglo: una franja violeta, un aguilucho y después una corona ¿ tenemos los españoles identidad? ¿ alguna vez la tuvimos? ¿cuándo estaremos preparados para remar todos en una misma dirección?

18/01/2009 - El Hudson

Por: | 18 de enero de 2009

Esto es lo primero que vi la mañana siguiente a mi llegada, es la vista desde mi habitación. Me pareció preciosa, fantástica. Desde lo alto de la colina en la que está enclavado el campus diviso el río Hudson - unos kilómetros más adelante aterrizó el avión - con manto de nieve a los dos lados el sol mañanero enrojece y hace arder a esos árboles pelados.

18/01/2009 - Llegando a Nueva York

Por: | 18 de enero de 2009


Después de pasar la noche en el autobús Granada-Madrid, finalmente y como no podía ser de otra forma, Barajas me falló. El achaque del combustible congelado provocó un retraso de 1 hora en mi vuelo Madrid-Zurich que hizo que a pesar de mis carreras por el aeropuerto suizo a lo The Amazing Race, perdiera mi conexión con Nueva York.
Todo esto provocó que dos horas más tarde estuviera subido en un avión de Luthansa sentado entre las chicas del equipo olímpico ruso de gimnasia rítmica rumbo a Alemania, a Frakfurt, el aeropuerto más concurrido de toda Europa.
Una vez aterrizado allí, carrerón por la terminal en busca del mostrador de Luthansa para que me imprimiesen las próximas tarjetas de embarque. Tras requisarme por tercera vez mis bebidas isotónicas en el control de seguridad, llegué por los pelos para embarcar en un enorme Boeing 747 de dos plantas, por fin, con destino Nueva York.
Me tocó el asiento 49K, dando a ventanilla, como en el resto de vuelos. Entre charlas con la familia norteamericana sentada a mi lado que venía de ver a sus parientes polacos, sueños varios, comidas y la lectura de “La aventura de pensar” de Savater las cerca de 9 horas se pasaron más o menos rápidas.
En el aterrizaje vi una de esas escenas que sólo fabrica Hollywood; una enorme luna roja en el cielo, su reflejo en el Hudson y Manhattan iluminado. Bajado del avión, control de pasaportes, foto, huellas y un good luck que me deseó el oficial de policía.
He de reconocer que pensaba que mis maletas se perderían en el viaje. Me parecía imposible que con las carreras y cambios de avión inesperados que tuve que hacer, mi equipaje pudiera seguirme la pista. Pero sí, allí estaban las dos, con desperfectos, pero conmigo.
Ausente el transfer que debía haberme venido a recoger al JFK tuve que ingeniármelas para haciendo combinaciones de tren, metro y otra vez tren para llegara al fin a mi residencia en Nueva York.

El País

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