Ayer sábado estaba en el centro de Melbourne con otros estudiantes de intercambio viendo en una pantalla gigante la final de la AFL, un evento equivalente en Australia a la final de la Superbowl en EEUU o un Madrid-Barça en la última jornada jugándose la liga. Un acontecimiento de esos que ven hasta los que ni les gusta, ni entienden el deporte. No todas los días podemos permitirnos poner un hombre en la luna, sufrir un golpe de Estado, ni celebrar el nuevo año tomando uvas al unísono. Los espectáculos que congregan y sincronizan a todo un país en torno a un televisor, son demasiado atractivos como para no formar parte de ellos. Buenos o malos, trascendentales o no, se necesita vivir esa sensación de que formas parte de algo mucho más grande que tú cada cierto tiempo.
El caso es que allí estaba yo en Fed Square rodeado de hinchas de los Hawks - halcones - de Melbourne y los Swans - cisnes - de Sidney, siguiendo el encuentro sin mucho conocimiento, como las suecas, danesas, alemanes y mexicanos que me acompañaban. Antes de que empezara el último cuarto alguien dijo de ir hacia el estadio, que estaba relativamente cerca. Según decían, al finalizar el partido habría un concierto gratis de The Temper Trap. Sorprendentemente al llegar a una de las puertas del estadio los guardias nos dejaron acceder para presenciar los emocionante y decisivos cinco minutos finales. Acabé en una de las primeras filas, de espectador junto a un tipo de Sidney que pagó 500$ por su entrada. Suerte.
Niños, padres, abuelos, obreros y ejecutivos me empaparon con abrazos y lágrimas de su adrenalina artificial E-103. Quedo bañado de drama y alegría social por una temporada.