Si ser hipster consiste en alejarse de las corrientes culturales predominantes (mainstream) y lo hipster empieza a ser una subcultura imperante en nuestras urbes... ¿Son estos clérigos veinteañeros más hipsters que los propios hipsters?
Victoriano Izquierdo es un granaino que mezcla la computación con la fotografía. Estudia Ingeniería Informática en la Universidad Carlos III de Madrid y trabaja como fotógrafo freelance y colaborador con varias agencias nacionales y extranjeras.
Pixel Fugaz viene a ser una colección de chispazos visuales, todo tipo de instantes que pasan por delante de mis ojos y que hacen que lleve mi dedo inmediatamente al obturador de la cámara de fotos que tenga más cerca. Luego trato de comprender qué pasó. Es como un baile de emociones y reflexiones, dicho así de una manera algo pseudointelectual.
La música y las imágenes se llevan bien, deben compartir habitación de juego en algún lugar del cerebro. Esta es una lista de música que escucho mientras edito y proceso fotografías. ¡Escucha la lista!
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Si ser hipster consiste en alejarse de las corrientes culturales predominantes (mainstream) y lo hipster empieza a ser una subcultura imperante en nuestras urbes... ¿Son estos clérigos veinteañeros más hipsters que los propios hipsters?
Facultad de Economía de La Sapienza, Roma
Parecen tan apasionados estos italianos viviendo la vida, hablando, amando, conduciendo, cruzando la calle, vistiendo, cocinando, insultando. Pero luego me dicen que envidian de los españoles, que sabemos cómo divertirnos, que cuando festejamos olvidamos nuestras rencillas, que ellos siempre acaban discutiendo sus problemas y envidias. Que sabemos callarnos cuando toca. No sé cuánto tiene eso de cierto, pero en un mes me lo han dicho tres o cuatros italianos que fueron erasmus en nuestra península. Quizás a las telenovelas latinas les pegaría más el italiano que el castellano.
Atención a la técnica psicológica del repartidor que aparca todos los días debajo de casa. Te deja el télefono por si no puedes pasar con el coche al salir del garaje, pero es que además, hace la jugada maestra de colocar al lado del papelito, un Maneki-neko japonés. Cómo le vas a gritar a este señor por teléfono mientras ese gatito tan zen te mira y mueve la patita. Qué crack. Me ha recordado un montón a algunas de las cosas que se cuentan en "Think Fast, Thinks Slow" del economista Daniel Kahneman. Antonio Ortíz escribió hace tiempo una buena reseña del libro.
Caminando de Piazza Spagna al Corso, de repente se me cruzó este italiano vestido de blanco inmaculado. Toda la calle para él. Tenía toda la pinta pertenecer a esa tribu urbana tan de suburbio español, los canis. En cataluña creo que les llaman quillos. Bueno, pues parece que aquí en Italia también tienen. La mejor manera de intentar comprender qué es un cani probablemnte sea ver una y otra vez el ya mítico vídeo de "Yo soy cani" o leer el artículo que les dedican en la Frikipedia.
Vale, no es Escarlett, pero tiene nariz y algo más que le dan un aire. Por las cervezas se nota que de las dos, es la más loca. La que sólo sabe lo que no quiere. Y deben estar de paso por la ciudad por una temporada. Lo suficiente para comprar mandarinas. Pero tampoco demasiado, se están tomando algo en una terraza junto a la Fontana de Trevi con flores en la mesa.
Hace unos días que aterricé en Roma. A pesar de estar a finales de octubre, hace un tiempo fantástico. Manga corta todo el día y rebeca a la noche. He estado en esta ciudad como turista fugaz unas 3 o 4 veces, pero ahora que la paseo sin prisas la empiezo a ver con otros ojos. Hasta ahora, Roma la tenía en la mente como un museo gigantesco, ahora es una casa con vida, con gente de verdad. Veo a estos italianos pecando en lo mismo que nosotros, pero con más profusión. Y nuestras virtudes, superlativizándolas.
La ópera de Sídney cumple 40 años. La retraté desde todos los ángulos. Sin duda, el símbolo de la ciudad, probablemente del país y uno de esos iconos reconocidos en todo el mundo. La ópera, ella sola, ha dado a Australia esa imagen de modernidad. Las tejas, que las trajeron desde Suecia, resisten bien los años, creando ese cascarón, esa especie de gajos de naranja mondá que preside la bahía natural más grande del mundo. Desde el puente del bahía, se ve bien bonita y con los fuegos artificiales de fondo se convierte en esa postal de año nuevo que vemos todos en España la mañana del 31 de enero.
A Coruña, España
Estos días que se habla mucho de cárceles, y tanto de Teixeiro, donde han metido a los padres de Asunta y de donde han sacado a la terrorista Inés Del Río. No puedo dejar de acordarme de Pilar Mingote y Paca Pardo. Hace ahora casi dos años, pasé un par de días por La Coruña tomando unas fotos en esta prisión gallega, para documentar una de las historias que contamos en el libro "Héroes Sociales 2.0".
Bastaron unas horas en el módulo 10 de mujeres, para darme cuenta que realmente no tenía ni idea de lo que es una cárcel por dentro. Tampoco tenía demasiada idea de qué rol juegan en nuestra sociedad. Da igual cuántas películas haya uno visto sobre el tema o los libros que haya leído. Las cárcel es probablemente el lugar en la tierra más difícil de tratar de imaginar sin experimentarlo.
Justo antes de entrar al módulo, encima de la puerta, rezaba el artículo 25 de nuestra Constitución que explica para qué se supone que sirven las cárceles:
"Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad"
"Reinserción", ese concepto, esa fe en la humanidad.
Pero lo cierto, es que nuestras cárceles, principalmente, están llenas de pobres. De víctimas. De gente que no necesitará reinsertarse, sino insertarse por primera vez cuando salgan. De inocentes nacidos en familias rotas, sin recursos, en ambientes marginales. Donde la educación no llega ni por las mañanas en el colegio, ni por la tarde en la casa. Donde la esperanza de progresar en la vida, se desvanece antes de que salga el sol. La primera ficha que suele caer es por drogas. El resto de delitos irán cayendo por sí solos, uno detrás de otro, como un dominó. Paradójicamente, ingresar en prisión puede salvarles, antes de que se les caíga la última ficha.
Luego están los locos, esa gente que comete crímenes atroces que a todos nos escandalizan. Violaciones, maltratos, asesinatos macabros. Los que los medios etiquetan como "Los monstruos de …" Los incomprendidos, los traicionados, los impotentes, los que que nacen con un gen mal puesto, qué se yo.
El grupo que más atención mediática recibe siempre, el de "los malos intelectuales". Los que vivían bien, o mejor que la mayoría, y que acabaron entre rejas. Los que conspiraban contra el status quo. Aquí es donde solemos meter a terroristas y corruptos. No he conocido nunca a un etarra, pero por lo que cuenta Fernando Reinares, que parece que sabe del tema, en su libro "Patriotas de la muerte" y en esta entrevista en RNE, yo apostaría por calificar a la mayoría de los terroristas con un perfil intelectual más bien bajo. Los que tienen más coco saben cómo no mancharse las manos.
Y por último, los más minoritarios. Los que menos pena dan a los de fuera. Estos que viven en burbujas de cristal, en ambientes en los que sólo vales el dinero que tengas y los favores que puedas hacer. Los corruptos financieros, los Bárcenas, los Mario Conde, los Roca.
Parece que toda esta gente, son pacientes demasiado heterogéneos como para diagnosticarles la misma enfermedad y recetarles el mismo tratamiento con variaciones en la dosis: "malos malísimos, a la cárcel". Seguramente, estaremos de acuerdo que en todos estos casos, es apropiado controlar su libertad por la amenaza que pueden representar en la calle. Pero ¿ todo el debate que vamos a hacer es cuántos años de cárcel se merecen? ¿la cárcel es una venganza colectiva? ¿los años de cárcel son una moneda de cambio? Y sobre todo ¿por qué dejamos pudrirse a todo esos presos del primer grupo?
Esas son las preguntas con las que salí de Teixeiro aquella tarde otoño. Pilar Mingote y Paca Pardo, llevan años acudiendo regularmente a la cárcel para ayudar de verdad a darle otra oportunidad a las chicas del módulo 10. Las dos maestras hacen los imposible para que las reclusas se expresen y aprendan a hacerlo. Han hecho con ellas una asociación, una revista, talleres de lectura, una radio, una televisión, conferencias, entrevistas. Y todo con su voluntad y las pocas ayudas que reciben de las gente que les rodean y se enteran de sus proyectos. Pilar Portero lo cuenta mucho mejor que yo en el libro.
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