¿Es posible que, cuando estamos estresados, nuestro perfume favorito huela a mofeta? La respuesta, a juzgar por unas recientes investigaciones en la universidad de Wisconsin-Madison, es que sí. Un grupo de psicólogos ha descubierto que cuando una persona experimenta estrés los sistemas emocionales y olfativos del cerebro se combinan de tal modo que incluso los aromas más inofensivos se vuelven un poco repulsivos. Como para entrar en una perfumería.
Esta es la tesis que enuncia el profesor Wen Li (director de la investigación) en la publicación especializada Journal of neuroscience. Explica también que aunque los sistemas del cerebro que se encargan de las emociones y el olfato están al lado, solo se comunican en raras ocasiones. Las situaciones de estrés son una de ellas. Qué lástima (y falta de deferencia por su parte) que solo sea para enfatizar algo negativo.
El descubrimiento fue gracias a 12 participantes, a los que se les hizo resonancias magnéticas tras enseñarles imágenes que propiciaban ansiedad (al mismo tiempo que olían aromas familiares; que ya habían podido valorar con anterioridad). Cuando les pidieron que evaluasen esta segunda tanda de olores, la mayor parte de ellos frunció el ceño. Y se dispararon las alarmas del descubrimiento olfativo. Sobre todo porque en la primera ocasión les habían parecido de lo más normal, incluso bien.
Aunque aquí no hemos venido a poner el grito en el cielo, no es difícil situarse en el pellejo de esos doce sujetos de pruebas. Para empezar, el 22% de los trabajadores europeos sufre regularmente de estrés (de hecho, todos lidiaremos con él al menos una vez en la vida). Se combate, sí. El pasado enero se supo que el consumo de somníferos y tranquilizantes supera, por primera vez, al de cannabis en España. Ya lo dijo Luz Sánchez Mellado, estamos ansiosos perdidos. Pero ahora, encima, todo nos huele a chamusquina.