Solo tres cosas seguras hay en este mundo. La muerte, los impuestos y el avispero cubano. Si escribes sobre Cuba y te desvías un milímetro de cualquiera de las dos ortodoxias, date por vapuleado. El castrismo todavía tiene musculatura intelectual, con sorprendentes reflejos. A finales del siglo pasado, publiqué en este periódico un reportaje liviano sobre la timba cubana. En mala hora.
UNA MALDAD HABANERA
En mi siguiente visita a la isla, descubrí asombrado que me evitaban antiguos conocidos. No comprendía la razón de que fuera tratado como un zombi radioactivo. Hasta que alguien se apiadó y me pasó una copia de El Caimán Barbudo, la “revista cultural de la juventud cubana”. Allí, mi articulito había merecido el honor de una portada y varias páginas. Se refutaban mis comentarios, aunque alardeaban de deportividad: también reproducían mi texto original.
Deportividad…¡aparente! Como en El Caimán Barbudo conocían en qué círculos habaneros me movía (TODO se sabe en Cuba), encargaron la respuesta precisamente a un amigo mío, un musicólogo parlanchín. Cuando nos encontramos en aquel viaje desdichado, al hombre le temblaba la voz. Le obligaron, me explicó, no quería hacerlo. Y debo creerle: si hubiera deseado dañarme seriamente, disponía de munición más gruesa. Pero ahí queda el maquiavelismo de la dirigencia cubana: enfrentar a dos amigos y, lo principal, mandar así un aviso a músicos revoltosos que mantenían discursos divergentes en Madrid y en La Habana.
ELLA COGIÓ MONTE
Ahora recibo pellizcos de la otra orilla. La novelista Zoe Valdés responde vía Eskup a mi columna sobre Guillermo Cabrera Infante y su noche con Marlon Brandon en La Habana de 1956. Luego, agrupa esas puntualizaciones como comentario a mi entrada en Planeta Manrique. Por si alguien no se enteró, lo publica en su blog. Pura cubanía: impresos por triplicado.
Quizás no me expliqué con suficiente nitidez para Zoe. Solo tengo admiración por la labor de Antoni Munné, el recopilador de El cronista de cine. Yo lamentaba cierta tendencia mediática, muy evidente en vida de Guillermo, a retratarle como El Anticastrista de Guardia y aparcar, en segundo plano, su torrencial labor creativa. El subtexto venía a decir: déjale hablar y se te quitan las ganas de leer sus libros. Igual no ocurre lo mismo en la douce France de Zoe; eso lo escuché con estas orejas en la redacción de un medio potente español.
Sospecho que no ayuda retratar al castrismo como ese oso que suelta un zarpazo automático cuando advierte la cercanía de cualquier bichito incordiante. No: sabe graduar las respuestas, concede licencia para disidencias tibias y, en algunos casos, tolera la huida de sus enemigos. El propio Cabrera Infante, en palabras citadas por Munné, cuenta lo ocurrido durante 1962 en tercera persona:
“A la manera bolchevique, es desterrado de la capital política. Pero La Habana es todavía una versión latina de Moscú y en vez de exiliarlo en Siberia, es enviado de attaché cultural a Bélgica”.
Pocos años más tarde, a Reinaldo Arenas no le mandan a una embajada sino al infierno del Morro. Diferentes expedientes, cierto, pero coinciden en que habían publicado un único libro cuando comenzaron a resultar incómodos. No establezco categorías de victimas: solo pretendo huir de tópicos y entender la Historia.
PUES VA A SER QUE NO
Sí debo discrepar de Zoe Valdés en cuestiones sonoras. Asegura: “La conga es la música, el estilo musical. Tumbadora o bembé es el tambor, el tipo de tambor.” Disculpe pero está equivocada. Debe usted repasar a sus clásicos, como el gigante de la antropología cubana, Fernando Ortiz:
“Se le dice conga a un tambor afrocubano; pero también se aplica esa palabra a un baile, a un canto, a la música que se toca, baila o canta con ese percusivo y a las comparsas que usan tales instrumentos. Una conga quiere decir un tambor de los que se usan para tocar conga, o la música de marcha o de baile así denominada”.
Conga es, según Ortiz, un género festivo, un tipo de agrupación, un baile y una variedad de membranófonos. Conga y tumbadora son esencialmente el mismo instrumento, aunque pueda haber una diferencia de centímetros. Tumbadora es un hermoso término que, sin embargo, contiene trampas para anglohablantes. Así que jazzmen y rockeros usan internacionalmente la designación de conga para esos tambores, aunque se preste al equívoco con el baile: repase los créditos de los infinitos discos de Carlos Santana, Ítem más. Mire en la web de LP, principales proveedores mundiales de percusiones: lo que ofrecen en su catálogo de productos son “congas”.
VAQUEROS DEL MALECÓN
Cierro con la lección de jerga cubana de Valdés: "en la época en que GCI escribió esa crónica de Brando no se le llamaba yuma a los americanos, así de esa manera. Eso vino después." Amén, pero yo estoy escribiendo desde 2012, incluyo asuntos posteriores a 1956 y, para evitar referirme a Marlon como “americano” (sic), “estadounidense” o el despectivo “gringo”, recurrí a “yuma”, bonita muestra de la inventiva cubana.
Según El habla popular cubana de hoy, el uso de “yuma” deriva de la pasión isleña por el cine del Oeste: en algunos westerns se mencionaba a Yuma, pueblo de Arizona. Imagino que fue decisiva 3.10 to Yuma, película que en España se llamó El tren de las 3.10. Estados Unidos pasó a denominarse “la yuma” y “yuma” se convirtió en adjetivo para referirse a lo estadounidense. Semejante explicación, tan cinéfila, me sigue pareciendo muy guillermocabrerainfante.