Estoy leyendo Pásate de la raya (Debolsillo, 2011), una colección de artículos periodísticos de Salman Rushdie escritos durante los años noventa, y me recuerda que, en 1967, el escritor vivía en una de las direcciones más psicodélicas de Londres: el 488 de King’s Road, justo encima de la boutique Granny Takes A Trip. El nombre de la tienda tenía chiste: significa tanto La Abuela Se Va De Viaje como La Abuela Se Ha Tomado Un Ácido. Tal era el tipo de ingenio que dominaba en el primitivo underground británico: punto camp, complicidad de drogotas, la arrogancia del “si te lo tengo que explicar, no mereces entenderlo”.
La Granny Takes A Trip londinnse cerró en 1974 pero todavía funcionan establecimientos con el mismo nombre en Australia o California; la leyenda se prolonga para vender trapos retro. Y que nadie crea que aquello era un espacio deslumbrante: dos habitaciones de tamaño modesto, con complementos de chamarilero (un fonógrafo, una sinfonola, un mutoscopio), poca luz y mucho incienso. Pero los propietarios compensaban las estrecheces con audacia. Renovaban regularmente el mural de la fachada, que podía tener la imagen de estrellas de cine o jefes indios. En 1968, incrustaron la delantera de un Dodge de los años cuarenta, que también fue cambiando de colores. Toda un atracción para turistas y fotógrafos europeos, que las avinagradas autoridades municipales obligaron a retirar en 1971.
La boutique estaba situada en la parte menos exquisita de King’s Road. Despachaba prensa underground (y drogas, según entraron los años setenta, insisten las malas lenguas) aunque oficialmente el negocio estaba en la ropa vintage y en los diseños propios, todo dentro lo que se conocía como “Victorian look”. Gozaron de popularidad sus pantalones de terciopelo, de precios inasequibles para gente de la calle. La venganza era burlarse de su calidad, asegurar que aguantaban pocas horas antes de descoserse. Pero clientes como los Small Faces podían permitirse el Usar Y Tirar. Había tolerancia con los compradores: es famosa la anécdota de un Keith Richards tan colocado que fue incapaz de probarse los pantalones que le gustaban; terminó llevándose unos cuantos, para intentarlo en su casa.
Granny Takes A Trip se benefició de la polémica generada por una alegre canción del mismo título. Firmada por The Purple Gang, una jug band (armónica, piano de pared, kazoo), estaba producida por el posteriormente ilustre Joe Boyd. Granny takes a trip tenía una letra inocente -la historia de una abuelita que sueña con la gran pantalla y cada año viaja a hacer pruebas en Hollywood- que encajaba con ese gusto de la psicodelia pop británica por los excéntricos. Pero en la BBC estaban hipersensibles con la palabra trip (viaje) debido a la ocurrencia de un colaborador, que usó dinero de la Corporación para regalar dosis del todavía legal LSD a unas cien personas, a fin de rodar semejante colocón masivo. Tampoco ayudó que Pete Walker, el cantante de The Purple Gang, alardeara de ser conocido como Lucifer en los círculos satánicos. Imagina: dos tabúes en un mismo disco
A lo que iba. En el citado libro recopilatorio de Rushdie, se recoge la mitología respecto a Granny Takes A Trip: “se rumoreaba que Mick Jagger se ponía los vestidos [femeninos, se entiende; la traducción de Pásate de la raya es penosa]; de vez en cuando, la limusina blanca de John Lennon se detenía fuera y un chofer entraba en la tienda, recogía una brazada de trapos ‘para Cynthia’ y desaparecía con ellos”. Había también, añado yo, conexiones con Marc Bolan e incluso con Pink Floyd: en el primer YouTube, aparece Iggy, la enigmática acompañante de Syd Barrett en The madcap laughs.
En realidad, sospecho que Salman escribió esta evocación para resarcirse de algunas humillaciones de 1967. La de aquel amigo-de-un-amigo que le propuso hacerle un book –“los modelos indios están de moda, tío”- y desapareció con las veinte libras pagadas por adelantado. O la altivez de Sylvia, la dependienta de Granny Takes A Trip, tan cool que parecía más allá de la comunicación verbal. Muchos años después, Rushdie se reencuentra con un antiguo novio de Sylvia. Y confirma que no, que su silencio no era sabiduría: “sencillamente, no tenía nada qué decir”.
Hay 4 Comentarios
Puede ser Karlota y tienes razón en, por lo menos, el derecho a comparar. Pero ¡ qué culo,amiga ! el de la enigmática Iggy. Me he quedado flash, es perfecto. Creo que merecía ese homenaje.
Publicado por: ALEXCRIVI | 24/05/2012 8:03:53
muy machistas los hippies. Si convenía sacar un culo, tenía que ser el de una chica, no el de Syd Barrett
Publicado por: Karlota | 21/05/2012 14:45:12
muy machistas los hippies. Si convenía sacar un culo, tenía que ser el de una chica, no el de Syd Barrett
Publicado por: Karlota | 21/05/2012 14:45:12
Diego, ¿no tienes la sensación que hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo y dinero, en auténticos gilipollas?
Publicado por: Daniel Herrero Encinas | 20/05/2012 1:00:49